Diálogos
El economista empuña un bastón y camina balanceándose. Por momentos elude las miradas de conmiseración. En el recodo un filósofo lo detiene, pero Smith se mantiene reacio a cualquier conversación. Aprieta el entrecejo para atemorizar a los pasantes. Un monje lo toma del brazo pese a las resistencias iniciales. Agustín de Hipona se seca la comisura del labio y se dispone hablar, pero el economista se anticipa.
Adam Smith: No me juzguen por el egoísmo, condición humana esencial que reconocí y promoví por natural al hombre. La riqueza de las naciones tiene su raíz en el egoísmo. No registro culpas como las de aquellos que predicaron falsas doctrinas y materialismos rudos, cargados de odios.
San Agustín: En “La ciudad de Dios” expuse argumentos disímiles. Poco interesa el análisis del hombre y sus tendencias naturales sino la misericordia, que es la compasión que experimenta nuestro corazón ante la miseria de otro.
AS: Lo propuse, señor de Hipona, en mi teoría de los sentimientos morales. Colocarse en los zapatos del otro es la fuente de toda moral. La compasión en concreto, no en abstracto ni como deber para salvar el alma, tema de interés particular, por cierto.
SA: Usted, economista fatuo, solo conoce de filosofías de hombres e ignora la raíz de la vida humana y de su trascendencia. Fue un pensador práctico que validó un pensamiento sobre la base de sus resultados. El egoísmo favorece el interés del proletario y de su prole, del talador de árboles y del mercachifle. Todos contentos.
AS: La Historia, padre, me dio la razón. El egoísmo ha cuajado más caridades involuntarias que las bien intencionadas caridades de los generosos. Muchas buenas intenciones han empedrado el infierno y las tragedias humanas.
SA: Importa el sentimiento que nos compele a socorrer, tener el corazón compasivo por la miseria del otro. Su expansión económica tan de boatos y estrépitos de máquinas arruina el corazón del hombre, siempre dispuesto a enriquecerse a solas y para sí.
AS: Unos podrán carecer de un corazón de carne, pero de sus fines se celebra el progreso de los pobres. Recorra el mundo y vea con sus ojos ¿De qué sirve la bondad si no conduce al paraíso terreno?
SA: El reino celeste es la prioridad y no la opípara cena de todos en una mesa pagana. Ningún capitalista se santifica por el bien que produce sino por los deseos de su corazón. Usted tuvo apenas la mirada de un hombre que concluyó con una tesis nutrida de psicología y ciencias extrañas al espíritu.
AS: Indague con el obrero que tiene a su disposición un empleo y un ingreso que llevar a su morada. La bondad se ejerce en el mundo y en sus efectos prácticos.
SA: El interés de los industriales radica en la utilidad que le reporta el sacrificio del bienaventurado obrero. Lo que se discute es el corazón no la vida del mundo, que es finita. Usted bifurcó su obra y se ganó una contradicción. Su teoría de los sentimientos morales dista de la voracidad del capitalista rudo que solo ve por él y su familia.
AS: En realidad y a la luz de mi obra coincido con Hobbes en que la primera tendencia del ser humano es la del amor hacia sí mismo. Para él, el control es fundamental para evitar una guerra generalizada. Homo homini lupus.
La empatía es un fenómeno extraño, en realidad, nadie se coloca en el lugar de otro, aun cuando no obtenga beneficio de ello. Todos buscamos un objeto personalísimo y al margen de la suerte o el infortunio de los demás.
SA: Es el amor vacuo del mortal. Cuántas verdades esenciales reposan lejos de sus ojos, Smith. Olvida el reino que no es de este mundo.
AS: Vivo en el mundo. La metafísica, según Kant, que deambula a zancos perseguido por Schopenhauer en este lar descomunal, nos es inasible. Lo que me domina es la materia, los cuerpos, la honda pena por el cuerpo que se va ¿En este último supuesto no reside la compasión?
SA: Si lloro por el cuerpo del alma que se ha marchado ¿No debería llorar por el alma del cual Dios se ha marchado? La misericordia es la de Esteban, quien apedreado y torturado, mientras la arrancaban la vida de un cuajo clamaba al cielo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Ignominiosa la ruta del burdo que solo piensa en sus alcances terrenos, nunca en los alcances de la vida del otro.
Smith frunce el ceño y persiste en su precedente silencio, voltea el rostro mientras los pasos cansinos de un filósofo muy viejo parecen alcanzarlo. El economista gira en redondo para evadir todo diálogo con la corcovada alma circundante.