Reconocimiento y vanidad
Miente quien se jacta de estar “privado del mundo”. Este es el término que utilizo para referirme a aquellos que abrazan la vida retirada, remota de goces y loas. En la exposición jesuita de la Casa O’Higgins (Jirón de la Unión) “La Misión Jesuita en el Perú”, descubrirán que el complicado ideal se plasma en las letras de un par de imágenes que capturaron mi atención: “El árbol de la vida y sus frutos” y “El árbol de la muerte y sus frutos”. Los podrá ver regularmente en la Iglesia de San Pedro de Lima.
En el árbol de la vida se aprecian las virtudes salvadoras, por decir, la huída del mundo ha de llevar al fruto que titula “aprecio de lo eterno”. El horror de las culpas ha de llevar a las dudas y a los escrúpulos. La confesión de los pecados debe producir la paz interior. Los deseos de retiro han de generar el silencio y la abstracción.
En su letra el árbol canta:
“…Huye del mundo y sus glorias
que son galanas mentiras,
y al cultivo de esas plantas
todo tu cuidado aplica.
Florecerá en ti lozano
si con virtudes continuas
lo riegas, pero sin ellas
todo, todo se marchita”.
El árbol de la muerte no es tan feliz y de su tronco se desprenden ocho ramas por cada lado y cada una con un fruto.
En este impactante lienzo anónimo del siglo XVIII se expresa más lo que somos que lo que pretendemos ser. Por perder la unión con los hombres aparece el fruto “Tendrás desastres”. La confianza temeraria de la salvación produce el fruto “olvidos de Dios y de sus palabras”. El deseo de galas y ostentaciones trae “murmuraciones y detracción”.
El árbol se eleva entre calaveras y demonios, luce amarillo. La aversión a las personas y cosas virtuosas trae vituperios y testimonios.
Aquellos males y otros que el árbol muestra (mejor vayan a ver la exposición, aunque ahora tienen un día ) nace del amor propio cuyas seis raíces son las sugestiones del demonio, los apetitos y pasiones, la soberbia y estimación, el olvido de lo eterno y más.
Este árbol se hunde en una atmósfera nocturna de reducido follaje.
Me explica un religioso que los méritos son aquellos que derivan de la obra gratuita, del servicio y la incondicionalidad, cuando no “hacemos las cosas por figurar” sino por servir y ser, apenas eso.
Es curioso cómo en ocasiones concluyo que la psicología y la religión como disciplinas no se llevan nada bien. Mientras que una llama a descartar el amor propio al devenir en la presunta raíz de todo mal, la otra ancla en el amor propio como primer impulso.
Sin embargo, para mayor precisión y consecuencia, el amor tiene como referente el “yo” y su entorno afectivo. No hay empatía ni compasión sin amor propio o sin amor inmediato. La sustancia del amor es el “yo que ama y se ama, que se ama y se conoce”.
Abrimos así una nueva sección de paseos culturales. La recomendación de esta semana es la exposición de la Restauración Jesuita, digo, por si no la vio. Es hasta mañana y asumo que los árboles que menciono en este post los podrá apreciar en la Iglesia de San Pedro, cuando retornen a ella. (ver más en link)