Sí y No
“Soy omnivoro de seres, libros, acontecimientos y batallas. Me comería la tierra, me tomaría el mar”, escribió Pablo Neruda en “Confieso que he vivido”. Hombre de apetitos voraces y de múltiples movimientos, supo expandirse desde muy temprano. Ya a los 25 años era cónsul en Rangún y trazaba junto con las experiencias más diversas, los más sentidos poemas. Definitivamente Neruda no se aburría.
En “La noche de los Himalayas”, de William Sheperd, Alexis no vive. En sus 30 ha dejado pasar las más inusitadas oportunidades. Dashe es una encantadora y rubicunda joven que tiene la belleza por porfía. Él siente algo más que un simple deslumbramiento. La única oportunidad en que se cruzan muy de cerca es cuando abordan un taxi juntos (detalle al margen). Quince minutos que él no sabe aprovechar y que apenas utiliza para preguntarle sus menudas generales de ley. Torpor de boca, desierto por imaginación, temor, sí, temor en demasía. Ella es irlandesa, él es inglés. Irlanda y sus paisajes sobresalen como claraboya inútil. Él le pregunta a ella por Irlanda, ella le responde con hoscos monosílabos, no le obsequia su confianza. Guarda distancia, se obceca en el rigor, calla.
Cuando Dashe viaja a París para cubrir una vacante en una agencia de modas, él se resigna. Multiplica sus rumbos, la olvida. El destino es una maquinaria compleja y extraña, en ocasiones ruin. Los vuelve a reunir una tarde en la Plaza del Rey. Ella está sentada con unos amigos en una fonda, él se encabrita, la ve desde lejos y se dispone a acercarse para soltar un mohín, una seña, pero teme su silencio de piedra, el filo de su sílaba austera.
La tercera oportunidad fue un lance temerario, aunque en el sentido contrario. Dashe escribe en “Gaceta de Hill Road” una columna que alimenta cada semana con sus percepciones de la moda europea. Alexis tantea el equívoco y le recrimina a través de una carta, reacción del pésimo combatiente que, alelado, se arredra y vuelca el fuego sobre su propio cuerpo. Inmolación. Ella no se lo perdonará. Alexis dispara mal, la hiere en su sensibilidad. Turbado, viaja a Roma y se establece en la filial de una pequeña firma de autos. No la vuelve a ver.
Desde su derrota imbatible decide la afirmación por imperativo, decirle “sí” a todas las ocasiones que tengan como sustrato la dádiva y el goce. El coraje es ya una determinante que gobierna su carácter. Louis, su hermana, lo llama “locura”. Así, a secas.
Decirle “sí” a todo lo lleva por caminos insospechados de descubrimiento y aprendizaje, también de peligro y expansión. El hombre, finalmente ganado por la edad se vuelca en la yerba a recordar su trayecto, a tantear la hondura de sus huellas. El ya octogenario Al era el presidente de una poderosa transnacional y, como cuenta desde la distancia terminal, un hombre feliz. Solo que…Dashe sería siempre el trago que por timidez no apuró, una silueta difuminada en los finitos humos de su memoria acaso infinita…
Quizás no siempre la afirmación valiente nos conduzca por las mejores vertientes o quizás en uno de los misteriosos caminos se abra el abismo a nuestros pasos. Orientado por esta extraña filosofía, anclada en el ciego optimismo, le sugerí a mi entrañable y dilecta Ana casarse sin mediar reflexión. Recordé la infortunada bifurcación entre Alexis y Dashe. “Dile sí, dile sí a todo. No dejes pasar esta oportunidad”. Ha transcurrido una década y ella me busca en casa para increparme con los ojos amoratados por tan lamentable decisión y peor consejo. “Son los riesgos de vivir, solo eso, vivir no es negación ni parálisis. La afirmación no es mortal y seca, la negación es la inercia fatal, el breve atisbo de nuestra lápida, nuestro lacónico obituario”, le replico con convicción.
Sospecho que está vez ella no me creerá.