Historia de amor
Tengo en este blog un público que define sus preferencias por segmento. Muchas de las damas que me escriben reclaman historias de romances y poemas de amor. Los varones tientan otras temáticas y hay para todos. Pero lancemos al viento esta trama que ocurrió hace muchos años, un día cualquiera. Imaginemos que así fue.
Él había leído un poema de Carlos Augusto Salavarry. Era el propicio, el que ella hubiera querido para darle cuerda a su amor languideciente. Él se lo envió en una tarjeta de ilustraciones floridas. Ella lo leyó. Ensayó un bostezo. Quería algo suyo, una creación, sin importar el símil con la voz del poeta, pero que fuera suyo.
Él aún no encontraba su propia voz, pero tomó la pluma, dispuesto a encandilar a su dama. Su opción única era tocar la eternidad del alma de la princesa con un poema. Y entonces escribió:
¿Te acordarás de mí
cuando un verso
salte como un pez
desde invisibles páginas?
Artilugio, magia de alhelí.
O tal vez al pie de una azulina grieta
de una meseta sin grietas
o al beber del ojo de la tierra
mi sangre única
cuya música aún vistes de gris.
O al ver este amor
en un anillo simple
que abrió cruces y caminos
en la hojarasca de abril.
¿Te acordarás de mí
cuando colmes del trago lívido
que bebí siempre a solas
y vuelvas la mirada
a la curvatura angosta
de este pobre vertebrado
de ojos niebla?
Párpado sobre el atril.
Veloz, ágil, viento, bella.
Cuando etéreas golondrinas
de algún sueño
vuelen en círculo sobre tu cuerpo,
acuérdate de mí.
Ella leyó sin entusiasmo porque quería más y no creía que el poeta habría de enamorarla con ese gran poema que el seso le mezquinaba, que el alma le escondía como un milagro que no prende, como una vela apagada.
Ella le dijo adiós, que el objeto de su amor era un marinero italiano, un broncíneo espécimen de las aguas del sur. Un hombre infinitamente malo y sin poesía. Era el fin, la poesía murió en su tinta leve, en unos ligeros trazos sobre el papel.
La escribió mientras observaba atentamente aquella casa que había elegido para vivir con ella, para morir con ella:
Vengo al hogar que no será habitado
Jamás habrá voces ni memorias en él.
He paseado por sus patios
que no han sido levantados,
no viviremos en él.
No habrá una pérgola de esmeraldas
Ni barandas ni balcones ni zócalos
Ni humeará el bizcocho de las seis.
Miro los ojos de los hijos que no vendrán,
Ellos brincan y giran y sonríen
Hay briznas de rocío y humedad.
Hubo ciudades que fueron levantadas
Y otras que no se erigirán.
Hay salones sin promesas
Sin augurios:
Sin ruinas sin caminos sin niñez.
Echarán cartas
(que devorarán océanos)
que nunca llegarán.
He venido al hogar que no será habitado,
les vierto vocablos a sus muros trizados
a sus quebrados aleros
a sus penumbras densas
a su sillería de ébano,
a la bruma nocturna de su lecho
a aquel sombreado tálamo
sobre el cual…
jamás te dormirás.