Santo Domingo a las cuatro
Llegó a las cuatro, cuando aún clareaba sobre el rosedal. Se mantuvo quieto observando las flores. Aquel convento en medio del ruido limeño era el oasis perfecto, el escondite que aquietaba sus turbadas aguas. En los peores momentos había visitado la tumba del santo moreno.
Inspirado en aquella paz monacal trató de ensayar los versos que solo serían la antesala de lo que habría de venir, el gran libro cuyo eje es San Juan de la Cruz. Pero, arrobado por la imagen de la santa en el monasterio se empecinó en escribir sobre ella. Santa Teresa de Ávila seguía invadiéndolo en su celda y refugio.
Bajo la luz de esos pensamientos escribió sobre un papel, tratando de cultivar la mística como un ensayo de aquel libro que habrá de venir:
Divina prisión de amor,
santa en la espesura del siglo,
allende de mis páginas.
Ulterior número de mi biblioteca.
Súbdita enésima
de la majestad soberana.
Devoción eras
“del José puesto en cadenas”.
Allí mi verso alcanza
de amor enherbolada.
Y mientras hurgo en estas callejas,
prisión, deleite de alma enamorada.
Allí habitaste
entre hábitos,
sumando astros
en las tardes pardas.
Y en la inquietud Pascal asoma
cuando los cuerpos hieden
y el pincel delinea trazas.
Un óleo apenas
en el registro de las señas.
Santidad entre los choclos,
del ande lejos: la curtida España.
En la ermita de sombras,
entre las brumas sólidas.
Castellanos de la Cañada.
Reina vigía
del resucitado en la sed,
de visiones abrasada.