El libro del desasosiego
No me refiero a Pessoa y su poesía sino a ese texto de páginas inciertas al que llamamos “vida”, surtidora de alegrías, penas y, cómo no, de temores.
Recién me doy con la ingrata noticia de la muerte de un poeta, Luzgardo Medina, relativamente joven aún, abruptamente arrancado de la tierra que habitamos.
No es una experiencia solitaria. La de los últimos años ha sido una recatafila de tragedias sorprendentes que solo inducen a la reflexión más cauta y a tratar de honrar el mejor pacto con la divinidad.
La vida es azar y viento. Maquiavelo creía en una síntesis entre voluntad y fortuna. Yo creo más en las fuerzas del viento que nos arrastran al acaso sin saber exactamente a dónde iremos a parar. Nada de lo que en la vida obtuve para bien o para mal lo planifiqué y lo que planifiqué no fue. El azar dominó mi existencia, azar fue el lugar en el que el buen viento me colocó y azar mi familia, la suya, su fortuna o su infortunio. El azar nos rige por buena o mala ventura.
Desde luego que cuando la voluntad desafía al viento y lo retuerce el hombre se eleva como un dios, son aquellos héroes que urden un destino y lo capturan tal cual lo vieron en sus sueños primigenios. Son pocos.
La vida en su extensión, los trajines, los buenos y malos amores, lo que llega sin avisar y se va tan a la mala (también sin avisar) deviene del viento caprichoso que nos lleva como hojas y como hojas, en ocasiones, nos cuartea. Incierto es el destino de los amores, las familias, las ocupaciones, las misiones y de la existencia misma.
Lector de Séneca, ignoro el porvenir y lo observo con temor, como quien sabe (por ver) que nadie tiene el privilegio de la certidumbre infinita ni de la vida infinita ni del amor infinito ni de la salvación dada por dar. Polvo, puente frágil, flecha de destino ignoto. Solo y mientras dure: lo sublime y esencial, el amor febril, la pasión extrema, la melodía, el poema, el cálido y prolongado abrazo y, sobre todo, la fe (sí, sobre todo la fe), serán los ejes que nos rediman y nos envuelvan con sutil ternura, en ese trazo indescifrable y delgado que la vida suele ser.