De amores y temas literarios
Recuerdo que en la Universidad, una maestra de literatura, advertía que el amor había perdido valor como materia literaria y yo, imbuido de las viejas películas de Hollywood que mi padre me impelía a ver, asumía que los temas literarios habían sido forzados por una narrativa social alejada del hombre de carne y hueso, del hombre que siente y que es, en definitiva, un mar de fibras, sangre y nervios que lo recorren y lo crispan.
Bueno, el romanticismo no es un recurso manido y como Quevedo bien seré polvo, pero polvo enamorado al fin. Creo en la trascendencia absoluta de los sentimientos elevados más que en las inquietudes pedestres que nos anclan a la tierra. Por eso seré el romántico que quede al fin de la batalla, el último de los mohicanos, el guerrero de la poesía que languidece y agoniza en las estanterías.
Yo les digo a mis novelistas amigos que no se dejen ganar por el realismo que se pretende racional y mecánico, que vuelen, que sueñen, que persigan al hada magnífica de luminiscencias verdes que sobrevuela su sueño.
Cierta vez y a la luz de un artículo que escribí en El Dominical, un amigo me increpó el darle espacio a una fábula cuyo dulzor le era inexplicable, como inexplicable le era que aquel niño de dorados rizos dijera que haber cuidado de una rosa la hacía única en el mundo, entre todas las rosas existentes, era una metáfora esencial. “El tiempo que perdiste en tu rosa hace que tu rosa sea importante”.
Sí, claro y “lo esencial es invisible a los ojos”, le respondí, siguiendo la línea del celebrado personaje de Saint -Exupéry. No entendió mi contertulio que la realidad como temática unívoca es nuestra derrota frente a la fuerza de gravedad y que la elevación por el amor, por la mística, por la fe y por el romance es darle alas al mundo y trascender sobre él, vencerlo a través de una aerodinámica que nos es fundamental. Es lo que nos diferencia de los caballos. Evolución.
Alas y raíces, decía Octavio Paz para otro menester. Raíces, en mis términos, para vivir el día a día, que es vivir por imperativo, en tierra, porque se nos ha sido dado nacer; pero Alas para repuntar en las alturas y vivir con plenitud, bajo la luz de eso que Goethe decía nos habita y que no sabemos percibir: el genio, el poder y la magia que nos hace genuinamente humanos, genuinamente luz.
¿Por qué el romanticismo?¿Por qué la fe? ¿Por qué la trascendencia de aquello que es lo verdaderamente grande y sustancial? Lo saben ahora.
¡Y dicen todavía que el amor es un mal tema literario!