La casa de cartón
No, no me refiero al fabuloso relato poético de Martín Adán sino a una casa de verdad, que existió como una figuración de la mente, como una proyección.
Frisaba los 18 y recién había culminado el colegio y todo el mundo se abría a mis ojos como un gran teatro. Aún no trazaba planes para el futuro (unos meses después ingresaría a la Pucp). Ella lindaba los 20 y leíamos a Gil de Biedma repantigados en su sillón, corríamos en las madrugadas y desafiábamos al viento y al tiempo como dos alucinados que se montan sobre un potro de luz. Veloces, locos, rápidos.
Besos entre velas y candiles que iluminaban las noches de jazmín encendido. Por las calles de Jesús María el jazmín nocturno es más fuerte y, por alguna razón llama al amor o lo nutre como un milagro.
Nos sentábamos en el borde de la calzada. Ella solía construir una casa en un terreno vacío cerca al Parque Cáceres, allí viviríamos para siempre. La contemplaba alelada, boqueando el humo de su cigarro, planteando las estructuras y las formas. Una casa imaginaria, una casa de viento. Yo la seguía.
Pero las certidumbres habitan solo el paraíso imaginario de los hombres. Un mal día una carta llegó desde Madrid. Sus ojos saltaron de sus cuencas. Una beca. Volvería en cuatro años. El terreno estaría allí, yo estaría allí, Lima estaría allí, el amor permanecería inmóvil como una promesa. Voló. Aún recuerdo el Iberia alejarse como un punto entre las nubes densas del Otoño.
Nunca más la volví a ver.
No le di tiempo a la esperanza, porque es idiota y traicionera. Solo escribí unos versos que no perdieron su vigencia. Sobre aquel terreno construyeron un edificio dos años más tarde, sobre mi existencia otro edificio se erigió, sobre la suya lo ignoro. Estas fueron las letras que quedaron sobre un papel ya maltrecho y azul que tracé sentado en la calzada sobre la que levantamos nuestros sueños:
Vengo al hogar que no será habitado
Jamás habrá voces ni memorias en él.
He paseado por sus patios
que no han sido levantados,
no viviremos en él.
No habrá una pérgola de esmeraldas
Ni barandas ni balcones ni zócalos
Ni humeará el bizcocho de las seis.
Miro los ojos de los hijos que no vendrán,
Ellos brincan y giran y sonríen
Hay briznas de rocío y humedad.
Hubo ciudades que fueron levantadas
Y otras que no se erigirán.
Hay salones sin promesas
Sin augurios:
Sin ruinas sin caminos sin niñez.
Echarán cartas
que nunca llegarán.
He venido al hogar que no será habitado,
les vierto vocablos a sus muros trizados
a sus quebrados aleros
a sus penumbras densas
a su sillería de ébano,
al suave y alumbrado lecho
sobre el cual…
jamás te dormirás.