Las viejas vocaciones
Alguno me pregunta si es que siempre fui poeta y yo respondo que llegué a la poesía algo precoz, pero no por la poesía misma sino por su objeto temprano: la mujer. El ¿enamoradizo? niño se había empapado ya en sus 10 o en sus 11 o 12 de un cúmulo de poemas nerudianos que glorificaban el cuerpo y el encuentro silvestre y enloquecido de dos carnes. En la biblioteca materna tenían lugar preferente la obra completa de Freud y mucho de Neruda. ¿Mal influjo?
Lo romántico y platónico fue circunstancial y postrero, pues le atraía la poesía prohibida, más material y silvestre, que leía a hurtadillas y que trataba de imitar y que, finalmente nunca imitó, pues pronto se distrajo con otras elecciones personales. A los 17 quiso la Marina (¡?), porque una pulsión extraña lo llamaba al riesgo, a la avidez peliculera del amor en cada puerto, a la vida como una perpetua aventura; pero otra pulsión lo llamaba a la libertad y al estudio, así que desistió por una carrera racional y libre: el Derecho.
El Derecho era la antipoesía, pero, a la vez, el dominio de la lógica, el universo de la deducción y del criterio. Con él asomaron las lecturas interdisciplinarias, pues el intelecto solo se afila con eso que Luis Alberto Sánchez llamaba “la ambición cósmica del conocimiento”. Pronto llegó, de la mano de la razón, el análisis político y del fenómeno del poder.
Pero por sobre el culto a la razón siempre asomó la pasión y esta constituyó la esencia de su poesía. Ya harto del adolorido canto melodramático del romanticismo y con dos dolidos libros de poemas ya detrás, ensaya hoy con rigor la poesía directa, carnal, apasionada. Trata de dejar atrás el pudor y se vuelve al centro de la pasión más inspiradora y primigenia, esta vez con la convicción que en el encuentro de dos cuerpos se hallan dos almas y en esa composición es que la breve conjunción se eterniza, pervive y se detiene en el tiempo. No hay erotismo sin alma ni instante eterno sin ella.
Con una novela editándose en ciernes, el poemario encendido habrá de aguardar la claridad y la poesía estrictamente romántica, deberá apagar su luz por siempre ¿Por qué? Porque todo trazo directo va al cuerpo y lo abarca rápidamente y lo cerca. El deseo del uno y del otro puede ser rápido, puntual y poco quisquilloso, la piel se eriza con la piel. A diferencia del erotismo (desde la opción del romanticismo), entre dos corazones suelen haber puentes rotos, el amor romántico tiene más de utopía que de realización práctica, es lento, inasible muchas veces y sin atajos, al contrario de la pasión silvestre, corporal (no desprovista de alma, ya dije). El romanticismo puro es una utopía, acaso una ingenuidad de poetas librescos, de aquellos que ignoran la sustancia de la vida real.
Bueno, con esto, advierto que el poeta romántico que fue, fino en su lira, vuelve a la fuente del deseo y el cuerpo con sus mismas dotes, claro está; y torna pronto sus pasos a la novela y luego a una poesía más silvestre y material, más nerudiana que becqueriana.
La razón de tal determinación y de esta cháchara que me permito hoy en este blog la conocerán en “Los genios del mal”, la novela por venir, que es la historia de un poeta que descubre….Bueno, ni se imaginan, aunque ya pronto lo sabrán…si compran la novela, que viene con los mejores augurios y críticas previas.