Lo mejor que puedes dar
Recuerdo bien las clases de Economía en Letras y en la Facultad de Derecho. Sí, y es que en la carrera de los leguleyos siempre se colaba alguno de esos cursos sobre micro o macro que a algunos apasionaba y a otros conducía a la confusión.
No sé si me fascinaron más las variables, las fórmulas, las definiciones o los descubrimientos iniciales. Aunque era la Pucp, el dominio lo ejercía una teoría que excluía lo que yo más admiraba, la Escuela Austriaca y sus demonios geniales: Hayek, Mises, Rothbard… Pronto derivé a la Juseconomía, porque para ser un buen abogado había que conectarse a las tendencias de los maestros, una de ellas era el análisis económico del Derecho que, por poco, me lleva a la mismísima Londres. Tema de papeles. Confieso que aún me mantengo en mis trece y alineado en esas novedosas teorías que me persuadieron que la economía es ubicua y, en cierta manera, lo explica todo: desde el tiempo que concedes a tus querencias a la concepción misma de la familia.
¿Dije “el tiempo”? Sí, porque de eso trata la economía: de los recursos. Recurso es el dinero, son los minerales y los árboles y lo es el tiempo. Todos son fuentes o suministros que producen un beneficio. El eje es la utilidad que reportan y es por su escasez que se consolidan las guerras y los negocios. En el tiempo, la impaciencia y la angustia. Distribuirlos, agenciárselos o tomarlos a la mala es fuente de unidad o de conflicto.
Dado así, quizás, en definitiva, el recurso y su manido concepto es lo que queda de aquellas clases universitarias. El recurso se puede agotar y recuperar. Poco pierdo cuando le doy algunos billetes a algún menesteroso, gano el alma y, probablemente, recupere lo que solté. Como el dinero, todo se puede recuperar y, por tal, poco o relativo valor tiene lo que se da con el sello del retorno ¿Pero el tiempo? El valor de ese recurso se les pasó por alto a mis distinguidos maestros de Economía, el recurso fundamental.
El tiempo es un recurso que no vuelve, no hay marcha atrás, lo dispones para perderlo irremediablemente y, en tanto así, cada elección que haces de tu tiempo es esencial. El mayor de tus recursos es puesto en juego, sí, en un juego mortal donde el costo de oportunidad es demasiado alto para no tomárselo en serio ¿Has pensado que esas horas que optaste por caminar a solas dejando a tus hijos de lado no te serán devueltas y que algún día morirás por recuperarlas? ¿Y los minutos que obsequiaste tan a la ligera en los que podrías haber abrazado a tus padres? Si prefieres el chocolate a la Ópera, no lo pienses. El valor es un entrecruce entre tus predilecciones y el tiempo que puedes aún disponer para ellas. No hay retorno.
Y para ser más precisos y ya que a ese norte me dirigía ¿No has reparado que por sobre todo, es el tiempo que regalas a los demás lo que mejor les puedes dar? ¿Un café, un paseo, un ocaso o, acaso, una caminata en la aurora entre la fronda y la hierba juntos? ¿Si alguno te reclama dos horas será un homenaje lo que le concederás? Sé generoso y más con quienes te quieren bien. No hay, en correlato, mayor mezquindad que negarle el tiempo a un contemporáneo, es la más vil de las negaciones.
Si un obsequio concibes para mí o para él o para ella, ya sabes, que solo sea ese, el más caro e irrecuperable de todos los recursos. A cambio te concederé el que me atañe y me es fundamental: mi propio tiempo. Quizás así quedemos a la par.