Festival Cultura Libre 2017: música y espacio público, una lección por aprender
La leyenda cuenta que existía un festival que congregaba a miles de personas en un gran espacio público de Lima. Sin embargo, todo terminó cuando el villano de turno −al que algunos llaman alcalde− borró cualquier vestigio de dicha celebración. Una loable celebración a la cultura. Hoy, solo nos queda su recuerdo en viejas fotos, en recortes periodísticos y en alguno que otro video de YouTube.
Lima Vive Rock duró pocos años. Tres, para ser más exactos. Su última edición se realizó en el 2014, ya que la actual gestión de la Municipalidad de Lima decidió cancelar este festival por razones desconocidas. Quizás no les resultaba políticamente rentable porque… ¿a quién le interesa la música en esta ciudad, no?
Lo paradójico es que ya se probó que le interesa a muchos limeños. Y que el festival tampoco se trataba únicamente de la música, sino de las actividades culturales y recreacionales que traía consigo: la promoción discográfica, la creación de fanzines, las muestras fotográficas, y un etcétera tan grande como el Palacio Municipal. Un etcétera que englobó siempre al quehacer de los artistas independientes.
Por ello, la realización del Festival Cultura Libre es una interesante y valiosa excepción a la regla capitalina. Cada año, desde el 2015, la comuna distrital de San Isidro congrega a numerosos artistas para que se presenten en el parque Andrés Avelino Cáceres; una convocatoria que ha venido atrayendo −nuevamente− a decenas de jóvenes, adultos y familias, quienes vuelven a disfrutar del espacio público.
Y vaya que ha logrado tomar la posta de Lima Vive Rock. En su tercera edición, organizada el sábado último, el FCL ofreció de manera gratuita los conciertos de músicos como Buscabulla, Mala, Paulopolus, La Mecánica Popular, Tourista (que se convirtió en el plato fuerte, pese a que tocaron a mitad de la jornada), Plug Plug, Mundaka, Ale Hop, Foex, Cecimonster Vs. Donka, King Cholo Sound y VJ Sixta.
Sorprendió la puesta en escena de la tarima principal, donde se apreció una verdadera y profesional apuesta por brindar el mejor sonido y las mejores visuales. A este espacio se sumó un escenario alternativo, el cual fue destinado exclusivamente a la música electrónica y que contó con la presencia de Lunate, Orieta Chrem, Thomas Young y Don Machete.
También se brindó una oportunidad a los sellos independientes (más de una veintena de productores ofrecieron sus copias en adecuados stands); a los artistas plásticos (hubo una feria de artes y una muestra al aire libre de afiches); a la comunidad académica (se realizaron conversatorios paralelos sobre el rol de la cultura en la ciudadanía) y a otros miembros de la colectividad artística. No obstante, aún faltan mejorar algunas sinergias.
Es el caso de algunos productores discográficos, quienes mencionaban que las ventas no habían sido tan buenas como suele suceder en las ferias especializadas (por ejemplo, la de Fundación Telefónica), ya que los visitantes acudieron −sobre todo− a escuchar a las bandas invitadas.
Y eso es algo por mejorar a futuro: que el público entienda que la experiencia es completa, y que su aporte es fundamental para el desarrollo de la escena independiente. No solo como oyentes eventuales, sino como consumidores de la producción discográfica. (Nota aparte: también se debería hacer algo con los fumadores, quienes tienen que recordar que a este tipo de eventos asisten familias con niños. Respeto mutuo y convivencia pacífica, por favor)
Fuera de ello, el Festival Cultura Libre ha recuperado la esencia de algo que parecía olvidado: que los espacios públicos le pertenecen a los ciudadanos, que la música debería ser celebrada por todos en plazas y parques. Bien por la Municipalidad de San Isidro, cuya iniciativa esperamos sea replicada por otras autoridades distritales.
Solo de esa manera, Lima Vive Rock no será más una leyenda contemporánea, una fábula sin resolución. Que el obsoleto silencio de algunos alcaldes −devenidos en villanos− no calle el arte en cualquiera de sus formas. Porque, díganme ustedes: ¿acaso hay algo más maravilloso que un pogo en pleno parque un sábado por la tarde?
*Fotos: Raúl García Pereira “El Avión”