Radiohead en Lima: el impacto emocional genuino del rock
Oscuridad en el Estadio Nacional. Nueve de la noche. Varios celulares empiezan a alumbrar tímidamente desde las tribunas, desde el campo. “¡Radiohead! ¡Radiohead!”, gritan algunos. Otros prefieren escuchar el preludio perfecto, que irrumpe con la sutileza propia del ambient: es “Treefingers”, tema del álbum Kid A.
Tres minutos después, los gritos. La banda ingresa al escenario y Lima los recibe con un clamor que esperó veinticinco años. Al lado derecho, Jonny Greenwood se sienta al piano; juguetea, toca algunas notas, improvisa. En el centro, Thom Yorke −de chaqueta negra y media sonrisa− se ubica frente al micrófono. De repente, un acorde:
«Dreamers, they never learn…»
Suena “Daydreaming”, el arranque inevitable de esta gira. Ed O’Brien, situado al lado izquierdo, mira al público. Detrás, Colin Greenwood acaricia el bajo con las notas puntuales que requiere la canción. «The damage… is done». Se encienden las luces en el Nacional. El piano de Jonny acompaña los samples que Thom crea desde un sintetizador que tiene a la mano. Es Radiohead en Lima.
Acaba la canción, pero un ritmo motorik continúa. Es “Ful Stop”, el ejercicio de krautrock que bien exhibe el talento de Phil Selway en la batería; gestor de ese equilibrio casi matemático en las composiciones de la agrupación. Un diseñador del tiempo, si se quiere. Lo acompaña en la percusión Clive Deamer, como ha sido usual en las giras desde el lanzamiento del disco The King of Limbs, en el 2011.
«Truth will mess you up,
truth will mess you up,
truth will mess you up…»
Thom canta. Se balancea con el sintetizador que lleva consigo, y al terminar el tema demuestra cuánta energía deposita en esas teclas; sacude las manos en señal de dolor. Así llega “15 Step”: «How come I end up where I started, how come I end up where I belong». Y con ello, el baile. El Nacional baila su inusual compás de 5/4. Desfilan después “Myxomatosis”, “All I Need” y “Pyramid Song”, dejando en claro que este será un recorrido completo (hasta el momento han repasado los últimos 18 años de su discografía; incluyendo trabajos como In Rainbows y Hail to the Thief).
Pero es el turno de los años noventa, del OK Computer, de la primera sorpresa del concierto: “No Surprises”, vaya paradoja. Este es un clásico, y Lima lo sabe. Radiohead se la regala a esta ciudad que los escucha por primera vez en vivo, pese a que en las dos primeras paradas de esta gira latinoamericana −Santiago y Buenos Aires− no la habían tocado.
«No alarms and no surprises, please…»
Sintetizador. Beat. Sintetizador. Beat. La belleza digital de “Everything in its Right Place” se siente en el piso del estadio, que vibra al recibir el baile. La bola de discoteca que corona el escenario propone tal ritmo. “Bloom”, “Reckoner” y “Nude” la suceden para atenuar las revoluciones. Sobre todo, esta última canción: en el 2010, la revista Rolling Stone incluyó a Thom Yorke en su lista de los cien mejores cantantes de todos los tiempos. Deben haber escuchado “Nude”. «You’ll go to hell, for what your dirty mind is thin… king». Aplausos para su falsetto, que ya es histórico.
Sigue una dosis de actualidad con “The Numbers”, de su más reciente álbum A Moon Shaped Pool; y una de reciente pasado con “Where I End and You Begin”. Y así, otro emblema de décadas pasadas: “Street Spirit (Fade Out)”. The Bends en nuestra capital. Con una guitarra Epiphone Casino al hombro, Thom toca ese arpegio característico, que −como alguna vez contó en una entrevista− se inspiró en la música de sus ídolos de post-adolescencia: R.E.M. Es «la canción más pura» de su discografía, dijo Yorke. Lima reconoce tal virtud, por lo que −cuando el tema termina− corea su melodía. Sin Radiohead de por medio. El Nacional a capella.
Entonces, Phil Selway de nuevo. Tarola, bombo y platillos le dan forma a “Weird fishes / Arpeggi”, la cual sugiere el inevitable contrapunto: Yorke canta «Turn me on to phantoms», Ed O’Brien y el estadio le responden con un «eeeeeeaaaaaaaaaaaaa»; Yorke canta «Everybody leaves», Ed O’Brien y el estadio repiten. La energía se ha renovado. Vienen así “2+2=5″, que provoca un pequeño pogo allí en las primera filas del campo; y “Bodysnatchers”.
El tema concluye, y también la primera parte del concierto. Radiohead sale del escenario; la bola de discoteca se apaga por primera vez.
El Nacional se queda quieto; nadie se mueve de su sitio porque entiende que la banda regresará en breve. Es la consecuencia de la tecnología: la llegada de los encore no sorprende a nadie en estos tiempos. Treinta segundos. Un minuto. La ausencia induce, de nuevo, a los gritos: “¡Radiohead! ¡Radiohead!”. Noventa segundos. Dos minutos. Diez y veintinueve de la noche. Las luces se encienden y alumbran los rostros de expectativa. Thom ingresa, el resto lo sigue.
«The green plastic watering can…»
“Fake plastic trees” tiene la fuerza suficiente para quebrar a todo un estadio. Es lo fascinante de un clásico; de The Bends, el segundo punto de partida para un Radiohead que empezaba a encontrarse en aquel 1995. Ed O’Brien ha contado en varias ocasiones cómo padecieron para grabar esta canción en el estudio, ya que en sus primeras versiones «sonaba como “November Rain” de Guns N’Roses». Era demasiado pomposa, dijo, y debía ser la poderosa anti-balada que es hoy.
Amnesiac se vuelve a unir al setlist. Así, desde la pantalla de forma ovalada que propone el escenario, la mirada de Yorke se proyecta hacia el público. Es su ojo, son sus ojos. De inspiración buñuelista, la imagen acompaña a “You and whose army?”. Guitarra eléctrica y voz. Tras ello, los tambores de “There There”; el mellotron de “Exit Music”; el bajo de “The National Anthem” (tema que inició con un sample extraído de radio Exitosa. Una rareza de la cual se hablará en años venideros, seguramente).
Beat. Sample. «Who’s in the bunker, who’s in the bunker?». El loop esperado. «Ice age coming, ice age coming». Jonny, desde su sintetizador analógico. Atrás, Phil y Clive dibujan el ritmo. Pero Jonny lo pierde. Thom encoge los hombros. El Nacional baila. Thom mira a su compañero, quien intenta retornar al tiempo correcto de la canción. «First… and the children first, and the children…». El beat se detiene. Lima perdona el error del menor de los Greenwood; Thom no: «Esto sucede a veces… Idioteque», dice.
La banda se retira del escenario por segunda vez. Señal de que pronto llegará un nuevo encore. El último. “¡Radiohead! ¡Radiohead!”, grita el Nacional, de nuevo. Solo pasa un minuto para que Ed O’Brien retorne junto al resto. Esta vez, luce una camiseta de la selección peruana de fútbol. La demagogia conciertera perfecta. En el centro, Thom coge el micrófono:
«Esta, como probablemente ya saben, es nuestra primera vez en Perú.
Gracias por recibirnos.
Gracias por hacernos sentir tan bienvenidos.
Gracias por venir»
Y de repente, “Creep”. La progresión en disputa, la creación en interminable controversia, el tema de la noche. Lima −que amó y odió esta canción días antes del concierto− entonó cada verso, tarareó cada uno de sus cuatro acordes, y simuló cada riff ejecutado con enérgica gracia por Jonny. Con un público educado durante 25 años por las radioemisoras locales, sus letras eran un guion aprendido. Todos: «she runs, run, run, ruuuuuuuuuun».
Thom agradece. El estadio también, porque la banda suele tocar “Creep” cuando visita un lugar por primera vez, o cuando tiene en frente a un público muy entusiasta. Lima cumplía el primer requisito; y al parecer también el segundo. Pero no fue el único gesto: tras ello vino “Paranoid Android”. Una pieza atemporal, aunque hecha para las contradicciones de esta era: «Ambition makes you look pretty ugly» suena por los altoparlantes, mientras medio Nacional alza su celular. Algunos buscan grabar un video para sus redes sociales; otros, demostrar que estuvieron allí. «The yuppies networking».
Y el solo de Jonny. «Rain down, rain down»
Once y quince de la noche: “Karma Police”. Es la canción número 26 de un setlist de todos los tiempos (¿acaso estamos ante el mejor encore de la historia de Radiohead?, se preguntó días después el portal brasileño Popload). Era el cierre de una noche completa, ya que la banda repasó por lo menos un tema de cada uno de sus nueve discos de estudio, siendo Hail to the Thief e In Rainbows los que más aportaron al repertorio. Lima canta, a pesar de las dos horas y veinte de concierto, con la misma energía:
«Phew, for a minute there, i lost myself… i lost myself…»
Es el fin del Soundhearts Festival, que empezó temprano con Flying Lotus, Junun y los peruanos Mundaka. Radiohead se despide: Thom alza sus manos, Ed hace una reverencia, Jonny saluda al público, Colin y Phil se abrazan. Las lucen se apagan; la bola de discoteca ya no brilla. Suena “Egiptyan Fantasy”, de Sidney Bechet, para decirle al Nacional que no habrá más. Que la banda no volverá al escenario.
***
En 1995, Thom Yorke concedió una entrevista al diario inglés The Times, y dijo: «Hay una línea muy fina entre escribir algo con un impacto emocional genuino; o convertirnos en pequeños idiotas sintiendo lástima por nosotros mismos, tocando rock de estadios». Así reafirmaba que el éxito logrado por el disco debut de la banda, Pablo Honey, era insuficiente. Su sonido −tan grunge, tan alternativo− era insuficiente.
Radiohead entendió que debía buscar nuevos puntos de partida: el primero fue The Bends. Luego, OK Computer. Luego, Kid A. Y así, reinventándose en cada trabajo discográfico. De esta manera, sobrepasaron aquella «línea muy fina» que describía Thom hace veintitrés años: porque sí, se puede hacer rock con un impacto emocional genuino, y que al mismo tiempo llene estadios. Así quedó demostrado en Lima, un 17 de abril del 2018.
* Fotos: Alessandro Currarino / El Comercio
► Escucha el setlist del concierto aquí: