Alcanza para pelear, no para clasificar
Por ser una ocasión especial, me permito utilizar este espacio para hacer un comentario sobre el triunfo de Perú sobre Ecuador en la eliminatoria para Rusia 2018.
Nada mejor que una victoria angustiante para respirar un poquito, sonreír nuevamente y maquillar un mal juego. Porque Perú jugo mal ante Ecuador. No supo manejar la sobredosis de ansiedad que lo agobió desde el principio. Lo suyo fue pelear, controlar, morder y otra vez pelear. Tirar la pelota para que los de arriba se la rebusquen, sin intentar una triangulación, sin armar una sola jugada asociada. El partido se hizo más físico y la pelota sufrió de tantos puntazos inmisericordes. Ecuador, que llegó con solo un punto en sus últimos tres encuentros, tampoco ayudó en favor de la fluidez y la estética. Fue un choque propio de dos equipos que caminaban por el precipicio, urgidos por obtener la victoria, que se ganó por una jugada aislada, un rebote feliz.
Y así, sin juego, sin coherencia, aunque los tabloides enciendan sus portadas con titulares pintados de amarillo, no hay forma de llegar.
Perú no va a clasificar a Rusia 2018. No es novedad decirlo, pero vale la pena recalcarlo en momentos en que se desempolvan calculadoras, rescatan estampitas y piden a Farfan que se olvide de los yates y las fiestas. ¿Por qué no lo hará si faltan disputarse 30 puntos? Simple: no tiene como. No tiene, ni ha tenido una idea coherente de juego desde que se inició la eliminatoria. Gareca es, por si lo hemos olvidado, un técnico, no un mago. No tiene mucho de dónde escoger. Además, como varios de sus predecesores, perdió valioso tiempo confiando en aquellos cuya calidad futbolística es inversamente proporcional a su compromiso. Si con esos ídolos de papel ya era casi improbable el éxito, con los ninguneados de otrora, que hoy deben poner el pecho en la hora más difícil, la cuesta es más empinada.
Los Tapia, los Cueva, los Ruidíaz, los Orejas son buenos jugadores, pero su reino es la medianía. Entre todos no alcanzan para armar un equipo que cubra todos los puestos, sea compacto, coherente, fabrique confianza. Son una generosa suma de voluntades. Y aunque emocione, no es suficiente.
No es culpa de ellos. Súmenle al grupo que jugó ayer Vílchez, Carrillo, Ascues, quizás Rodríguez y por ahí Zambrano. No hay más. Estamos para pelear, no bajar la cabeza, sacar por ahí un resultado como el de ayer (el triunfo ante Chile en la eliminatoria pasada, el conseguido sobre Uruguay camino a Alemania 2006), ajustando, metiendo, dejando todo. El corazón es un factor poderoso, mas no el único. Y sin juego ni goles -a este Perú le cuesta horrores fabricar una situación ofensiva- no existe manera de alcanzar la jerarquía que nos convierta en uno de los cinco mejores del continente.
Ayer, curiosamente, se cumplieron 35 años de la última clasificación a un Mundial. Teníamos un equipazo, el mejor que he visto en mi vida. Verlo jugar era un espectáculo, aún en la derrota. Pero era casi la misma base del que cuatro años atrás “El Gráfico” llamaba “viejo y cansado” y que tras el fracaso en España, seguimos exprimiendo hasta la última arruga en la eliminatoria del 86.
Cuando fue imposible seguir forzando el reloj biológico de los Cueto y los Velásquez, nos quedamos sin nada. Nadie se preocupó por lo que vendría después. Nuestro campeonato era ya una mentira y los clubes eran tan informales como ahora. Eran tiempos de mecenas, algún taquillazo y harto perromuerto.
El virus del inmediatismo no lo inocularon Delfino y Burga, lo tenemos en las venas desde mucho atrás. Nos cuesta demasiado tomar decisiones, romper con el statu quo, pensar con una proyección que vaya más allá de nuestras narices. Treinta y cinco años de fracasos no han sido suficientes para abandonar tanta chatura.
Ya es hora de que nos pongamos a trabajar.