Universitario: La derrota que más duele
Nos ganaron con uno menos, en el último minuto y en nuestra cancha.
Casi no pisamos el área de ellos.
Nuestra volante de contención fue inexistente.
Nuestros centrales -esos por los que solemos sacar pecho- jugaron como principiantes. Se tropezaban, se confundían, se miraban como si recién se conocieran.
Quien quiera inventar cuentos, que se los crea. ¿Jugamos de igual a igual? ¡Por favor! Cuando ellos se quedaron con 10, fue imposible inclinar la balanza a nuestro favor. Tras la absurda –y justificada- expulsión de Alan Empereur, Palmeiras cayó en un breve vacío y con puro empuje, la crema consiguió el empate. Hasta tuvo la ocasión de meter el tercero a través de Corzo. Luego, no hubo más. El campeón de América tuvo la comodidad y el tiempo suficiente para reordenarse y nos clavó la estocada dónde –y cuándo- más duele.
Exigirle más a este Universitario que en el campeonato local sufre para dar tres pases seguidos es irreal. No solo tiene un plantel cortito, sino que carece de un funcionamiento cohesionado. La dependencia de Novick es su cruz. El uruguayo, sin ser un fuera de serie, corre, manda, trata de ordenar y es el único con cierta claridad en la mediacancha. Pero no tiene un socio que lo comprenda (¿alguien dijo Hohberg?). Por eso se lo ve solitario, incomprendido, tratando de fabricar paredes que sus compañeros no tardan en arruinar.
Los magros rendimientos individuales se agigantan frente a rivales mejor posicionados en el campo, dueños de una mejor técnica, que imponen una intensidad a la que los nuestros no están acostumbrados. Dolía verlo a Alfageme persiguiendo fantasmas en el medio o a Barreto llegando tarde a todas. A Quintero recordándonos que ya se jubiló de alero o a Valverde mirando y mirando.
Al buen Nelinho, a quien la velocidad de tortuga con que se juega la Liga 1 le permite recuperar la pelota, trasladarla 15 metros, levantar la cabeza, acomodarse y sacar el pase, le birlaban el balón con facilidad. En el primer tiempo pudimos habernos ido con 3 abajo. La roja fabricó un espejismo.
Es un exceso culpar solamente a Comizzo por la derrota. Me parece que hacer cambios en el último minuto de juego, y cuando tienes un córner en contra, es lo más parecido a cruzar con los ojos vendados la avenida Javier Prado a las 6 de la tarde. Pero que no se me malentienda. El 2-3 no es culpa de esta decisión. He leído críticas a Ángel David por no mandar al equipo a jugar diez metros más adelante, por esperar demasiado cerca al arco de Carvallo, por no ser más avezado. Me parece que acertó al reconocer las limitaciones del plantel e imaginar que salir al ataque era un suicidio. Por eso prefirió refugiarse en su campo y esperar. Luego cometió las equivocaciones que le conocemos, así que la expectativa era mínima. De esta forma, siempre será más difícil.
Todas las derrotas son dolorosas. Sin embargo, estos fracasos reiterados tienen una raíz más profunda que está relacionada con la manera desprolija con que se maneja el balompié en nuestro país y que, en el caso de Universitario, se agudiza por su inestabilidad institucional. Esa es la derrota que más duele.
Para la nación crema, la Libertadores es una obsesión, pero mientras la casa no se limpie por dentro, será solo un deseo, lejano e inasible.