Gutiérrez se tiene que ir
En el que espero haya sido su último encuentro con la prensa, Álvaro Gutiérrez decidió no responder preguntas tras el desastroso 1-4 ante Alianza y ensayó un monólogo en el que navegó en una serie de lugares comunes, diluyendo su responsabilidad en el fracaso colectivo.
Comentaré algunas de las frases que dejó:
“Creemos que no hay esa diferencia en el marcador”
Gutiérrez tiene razón. Si el marcador hubiese evidenciado la diferencia en el juego, probablemente estaríamos lamentándonos por una goleada histórica. Cada ataque de Alianza evidenciaba las flaquezas de la zona posterior. Cayetano y Barreto fueron rebasados porque Quispe, más allá de su empeño y su lucha, no es precisamente un volante central y Bustos acertó al enviar a la cancha jugadores con muy buen pie en la volante (Concha, Benítez, Lavandeira y Benavente), a quienes se unía Barcos y un muy buen lanzador desde la última línea (Vílchez). El flanco izquierdo, por donde Quispe debía oxigenar el ida y vuelta de Santillán, se convirtió en un corredor libre por el que Lavandeira transitó casi sin oposición.
Pese a que la superioridad aliancista era notoria, en el segundo tiempo sacó a Barreto y dejó solo en la contención a Cayetano, lo cual desbalanceó aún más el juego en favor de la visita. Fue un cambio suicida. Mandó a la cancha a Quintero, como si aumentar el volumen ofensivo fuera sinónimo de fabricar goles. El partido pedía a gritos reformular el mediocampo (sumar a Murrugarra y/o Barco, reforzar los apoyos por las bandas) para contener los ataques rivales. Los avances de la crema sobre el arco de Campos fueron más obra del amor propio que por jugadas elaboradas.
“Tuvimos diez minutos de desconcentración, vinieron los goles de ellos, y a partir de ese momento jugamos desordenados, desatentos… nos sacó del partido. No estuvimos claros en hilvanar jugadas, ni precisos en control de la pelota y el pase, ni en la presión cuando perdíamos la pelota”.
¿Solo diez minutos? Si bien el partido mostraba cierta paridad en el inicio, Alianza era más claro al momento de atacar, sobre todo por las espaldas de Santillán. El desorden fue mayúsculo. En el primer gol de Concha, Cayetano aparece superado y es Corzo quien trata de cerrar por el medio, dejando solo al volante aliancista. La mejor muestra del desconcierto es que el autor del gol recibe la pelota tras una barrida del volante uruguayo.
“Los intentos que hicimos fueron por individualidades, no fueron por jugadas, por orden, por llegadas hilvanadas”.
Aquí sí hay coincidimos. El autogol de Míguez fue fruto de una corrida de Santillán de otro partido. Lo mismo la acción de Polo que casi se convierte en el 2-2 y que genera el tercero de Alianza tras un feroz contragolpe. Hubo momentos en que Andy aparecía volanteando o Corzo de 9. El desorden era completo. Y en los goles, más allá de las limitaciones de la volante, los centrales siempre aparecieron lentos de reflejos, cometiendo errores de principiantes, como en el cuarto aliancista que nació de un horror de Alonso al errar un rechazo.
“Me voy muy triste. Terrible resultado, lo peor que podía pasar era esto”
A la tristeza, profesor, debe sumarle un mea culpa sincero y el reconocimiento de que no solo el clásico, sino Universitario le quedó grande. No dudo de su prestigio como entrenador o jugador, tampoco de sus buenas intenciones, pero nunca le encontró la mano al equipo. Es cierto que encontró el plantel armado; sin embargo lo menos que se le pide a un entrenador es que deje su sello, su impronta, y de ello hasta el momento no tenemos noticia. Si hay un rasgo que caracteriza a esta ‘U’ es que no le cae una idea. Dilucidar a qué juega es un misterio y los pocos éxitos que ha cosechado se han debido a circunstancias particulares que no están relacionadas con el desempeño colectivo.
La presencia del profesor Gutiérrez es insostenible. No hay manera que Universitario pueda levantar cabeza bajo su mando, al menos en estos momentos. El equipo necesita un técnico que imponga un orden de juego y les devuelva el impulso emocional perdido.
No obstante, culpar exclusivamente a Gutiérrez es un error. La responsabilidad le compete también a Jean Ferrari, quien como cabeza de la parte deportiva se equivocó en la elección del entrenador y de varios refuerzos. Su anuncio en su última conferencia de prensa de que entregaría el manejo futbolístico es un acierto. Ojalá el elegido sea un profesional a carta cabal, ajeno al amiguismo o a los compadrazgos que tanto abundan en el ambiente, con la suficiente autoridad para dejar clara su postura cuando llegue el momento de tomar decisiones difíciles.
Lo que ha pasado hoy no solo ha sido un desastre, sino una vergüenza monumental. No se puede volver a repetir.