Por ahora solo interesa ganar
La U ha ganado y, como suele suceder, el triunfalismo enceguecedor alcanza nuevas cimas. El hincha de corazón caliente celebra y el periodista ‘telodijista’ disfruta. ¿Quién dijo que Murrugarra no tenía pase? ¿No ven que Urruti podía ser titular? Los críticos de Compagnucci salivan mientras se frotan las manos y exigen a voz en cuello que Quispe no salga más del once titular.
Triunfos como este descomprimen, permiten ganar confianza, pero también nublan la visión. Para empezar, Universitario ha vuelto al triunfo con un autogol. ¡Un autogol! ¿Qué mayor simbolismo para un equipo sin peso en área ajena, dueño de delanteros que no dan fuego?
La U le ha ganado, además, a un cuadro que viene en caída libre, que es una sombra triste del año pasado y tiene un técnico en la cuerda floja. Y, lo que me parece más preocupante, ha ganado jugando mal. O, para ser más compasivos, jugando en un nivel inferior al que mostró con Carlos Compagnucci en el banco.
Que no se entienda esto como un texto reivindicador del argentino. De sus errores hemos hablado bastante en este rincón, las redes sociales y #trincheracremapodcast. Pero eso no nos puede inhibir de reconocer que la crema poseía una manera de jugar muy clara, un protagonismo definido que esta tarde de domingo, en el Monumental, no tuvo.
Melgar hizo lo suyo. Tapó las líneas de pase con un par de murallas que obligaban a rifar el balón en el medio, mientras Quispe se chocaba con Pérez Guedes y la ansiedad le comía el cerebro a Valera. Lo poco que generó la U en el primer tiempo fue obra del individualismo, como ese jugadón de Urruti que terminó con un balonazo alto tras una diagonal mortal.
El error mayor fue de Araujo. Ante la inesperada ausencia de Calcaterra, optó por salvar el sistema y mandó a Pérez Guedes por derecha y Quispe por izquierda, dejando a Murrugarra como cabeza de la volante. Para generar fútbol, la U necesita un tiempista que regule la velocidad y la intensidad del juego. El argentino es incansable en el ir y venir, mientras que Piero traslada en demasía el balón porque sigue sin tener claro dónde jugar. El puesto de Horacio debió ser ocupado por Guivin, quien no solo quita, sino también ordena. Coco recién se acordó de él en la segunda etapa, cuando el partido se jugaba con más coraje que materia gris.
Sin claridad, los atacantes deambularon. Quien mejor se las arregló fue Urruti, apoyado por Cabanillas. Polo, en cambio, volvió a entregar una actuación olvidable, sin explosión ni claridad.
El punto más alto estuvo en la defensa. Aunque podría pensarse lo contrario por los sofocones sufridos en los últimos 15 minutos, tuvo un desempeño aceptable. Saravia se acomodó bien con Riveros, Corzo no salió mucho y Cabanillas fue regular en el ida y vuelta. Incluso Guzmán -ante la lesión de Saravia- se las arregló para aguantar a Cuesta y salvar una pelota de gol de D’Arrigo, cuando el defensor paraguayo había quedado en el camino. Carvallo volvió a darle seguridad al arco.
Fossati no es mago. Pero tiene experiencia y eso es clave en un momento como el actual. Lo primero que necesita es recuperar emocionalmente al plantel. Ayudarlo a que vuelva a creer en sus condiciones, a lo que representa llevar la crema sobre el pecho. Un triunfo sobre Cienciano le dará el oxígeno que necesita. Por ahora, lo que interesa es ganar. El cómo -ojalá- ya se encontrará después.