En estos tiempos de corona, pero con virus, cuesta ser lo suficientemente abierto cuando se está en un encierro parcial. Cuesta mirar los asuntos públicos, los de necesidad y los de entretenimiento con la misma vara, cuando hay algunos que reciben privilegios y otros no. Cuesta entender a una sociedad que se indigna con un árbitro, pero no condena con la misma vehemencia, o recolecta firmas o inunda las redes cuando la violencia afecta a una sola persona (sea hombre o mujer).
CONTENIDO PARA SUSCRIPTORES: Gianluca Lapadula podría unirse a esta lista: ¿Qué otros futbolistas peruanos jugaron en dos selecciones?
Cuesta ver a una persona con discapacidad con igualdad de derechos que un convencional y seguimos discriminando como sociedad a una persona con discapacidad física o de talla baja.
Y, cuesta entender cómo el 99% del deporte peruano está imposibilitado de regresar a competir, limitado a entrenar manteniendo distancia, cumpliendo estrictos protocolos de bioseguridad, cuando el 1% restante si puede entrenar, tener contacto, no usar mascarilla, darse de golpes y generar escándalos tras escándalo.
Cuesta creer que miles de personas inundaron de comentarios las redes cuando un surfista impedido de practicar su deporte y lleno de rabia lanzó unos improperios y un “buen samaritano” lo filmó con su celular. O cuesta creer que mientras el fútbol puede llenar otra vez la pantalla, y los programas “deportivos”, los efectivos del orden, causen desorden impidiendo que un bañista, por no estar en la selección nacional o tenga una tabla hawaiana bajo el brazo, pueda ingresar al mar, como si el virus flotara y bañara el litoral.
Hay otros deportes colectivos que miran, con una lágrima en el ojo, lo que hacen los futbolistas y sufren al ver cómo a ellos se lo impiden. Hockey, softbol, béisbol, rugby deben entrenar lejos unos de otros; los karatecas, judocas o luchadores deben seguir simulando sus combates con rivales imaginarios, como si debieran enfrentarse en cada entrenamiento a su amigo invisible.
Qué hace de diferente al fútbol de los otros. Incluso del vóley. ¿Seguidores? Hay público para todo espectáculo, como lo hay para la música, o para cada género de película. ¿Escenarios? Cada uno tiene el suyo, y para entrar deben cumplir los mismos los mismos protocolos. ¿Cuidados? Son exactamente los mismos. ¿Exámenes? Como los futbolistas al igual que los deportistas de otras especialidades se deben hacer exámenes cada 15 días. Y si salen positivo de COVID, son aislados inmediatamente.
El más claro ejemplo de lo que no se entiende, es lo que debe hacer rugby. La selección femenina regresó a entrenar hace dos semanas a Villa María del Triunfo, a ese bellísimo complejo deportivo construido para los Panamericanos y Parapanamericanos, administrado por Legado Lima 2019. Deben hacerlo por turnos, cada chica entrenando con su propio balón y manteniéndose distanciadas unas de otras. En unos días ingresarán a una ‘burbuja’ en Punta Hermosa y el 9 de noviembre viajarán a Montevideo para disputar allí un Campeonato Sudamericano. Es decir, deben irse del país –momentáneamente, claro– para recién poder practicar, tras 226 días su deporte… ese que tiene tacles y barridas, como las que hay en el fútbol, pero la vida es tan cruel que éste si es un privilegiado que lo tiene permitido, aunque de tanto en tanto vean las tarjetas amarillas o rojas.
La igualdad en la vida, es también igualdad en el deporte. Si todos cumplen con las normas, que el Estado se convierta entonces en un facilitador de esperanza, y que permita que la población siga descubriendo otros deportes, a verdaderos ejemplos de superación y esfuerzo, como los que vieron por primera vez en Lima 2019.
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