José Mourinho, ya en la pronunciada curva descendente de su carrera como técnico, ha enlazado por primera vez seis partidos sin saborear la victoria, ese elixir adictivo del que supo mamar para insuflar su gran ego hasta autobautizarse como ‘The Special One’. Han sido seis golpes en su orgullo magullado. En fila india han desfilado Leipzig (0-1), Chelsea (1-2), Wolverhampton (2-3), Norwich City (1-1), Burnley (1-1) y nuevamente Leipzig (0-3). Lo peor para él es que su caída en desgracia se ve magnificada por un dato que confirma que hace buen tiempo perdió la magia y la brújula también: fue eliminado en cuatro de sus últimas cinco presencias en octavos de final de la Champions League, ese torneo que supo levantar con el Porto y el Inter de Milán y se transformó en su escudo protector para desacreditar cualquier crítica en su contra.
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Lo que le pasa a ‘Mou’ suele ser el proceso natural de todo técnico. Siempre se les ensalza hasta bondades ocultas en la victoria, mientras que en la derrota son casi unos apestados. Esa es la situación hoy del estratega portugués, quien debió aceptar que un joven como Julian Nagelsmann (32 años) le diera un repaso con un Leipzig inmensamente superior a su rácano y amorfo Tottenham, sin armas ni siquiera para plantar el autobús en su área.
Fue superado en todos los aspectos del juego. Y José no tuvo siquiera reacción para modificar el curso de una derrota previsible. Puede que sin los lesionados Harry Kane y Heung-min Son sus ’Spurs’ sean un equipo del montón, pero tras cuatro meses no se divisa en el campo siquiera a un 11 con el sello reconocible de su filosofía defensiva. Y eso que el 3-0 quedó demasiado corto para hacerle justicia a la supremacía del Leipzig.
Regido por la cultura pragmática del resultado, es ahora cuando el discurso de Mourinho pierde toda validez. Lo mismo le sucedió a Pablo Bengoechea en Alianza Lima: su palabra no encontraba ya respuestas en un plantel que no hace mucho estaba dispuesto a ir a la guerra con él. O incluso salpica increíblemente a Zinedine Zidane, el tres veces ganador de la ‘Orejona’, que hoy parece encontrar solo enemigos en el madridismo que pedía su canonización hace solo un par de temporadas.
La vida del entrenador es así de cruel. La dictadura del resultado dicta su sentencia cada fin de semana, manda en tiempos donde los aciertos solo se miden en puntos o clasificaciones. ¿Qué le deparará a Jürgen Klopp si esta tarde en Anfield no logra derribar el muro que edificará el Atlético de Diego Simeone? Seguramente se hablará del fin de una era, de una filosofía caduca que necesita retoques urgentes para modernizarse. En el mundo resultadista, todo es etéreo, nada es para siempre. Esa es la injusticia que deben soportar los entrenadores, quienes como Sísifo deben llegar a la cima en cada partido para luego empezar de cero en el siguiente.
Reinventarse tácticamente es siempre una urgencia para seguir ganando. Eso lo debe saber hoy Mourinho. Sus estadísticas con el Tottenham –11 victorias, cinco empates y 10 derrotas– marcan una espiral derrotista que no le hace justicia a su historial. Depende de él si modifica ese librito que ya no encuentra respuestas o termina siendo un dinosaurio al que se le jubila por malo.
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