Era tan famoso el Restaurante Costa Verde que se dice —de forma coloquial, por supuesto— que el verdadero acuerdo de paz entre el Perú y Ecuador, tras la fratricida guerra que nos enfrentó en 1995, se logró en una de sus mesas —delante de un lomo saltado— y no en el Palacio de Itamaraty (Brasilia), donde los presidentes de entonces, Alberto Fujimori y Jamil Mahuad, rubricaron el final de nuestro conflicto bélico. Sea cierta o no esa historia, toca confirmar que ambos mandatarios sí que disfrutaron de un almuerzo (o más de uno) en este célebre restaurante, hacia finales de los años 90, una década que podría considerarse como la época de gloria de este recordado complejo frente al mar.
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Por esos años, era costumbre que, además de presidentes, estrellas de la música, la televisión o el ‘jet set’ visitaran el Costa Verde y probaran su ‘bufet’, que además era récord guinness, por ser el más variado entre todo lo ofrecido por los restaurantes de Sudamérica que daban cara al océano Pacífico. “Si venías al Perú, conocerlo era tan importante como conocer la ciudadela de Machu Picchu”, cuenta a Día1 el periodista gastronómico Pedro González Toledo. Así, desfilaron por sus instalaciones personajes como Mohammed Al Fayed, Julio Iglesias y Juan Gabriel, entre varios otros. “Era cosa de todos los días”, añade nuestro colega.
Pero la historia de este restaurante, como la de otros pioneros en nuestro acantilado emblema —por ejemplo, La Rosa Náutica o El Salto del Fraile— comenzó mucho antes de los recordados años 90. Incluso, mucho antes de que existiera, como tal, la vía rápida que hoy identifica a esta franja costera. Antes de que hubiera nada ahí —o cuando todavía había muy poco— en tiempos en los que la Costa Verde se parecía más al litoral de Pasamayo que a lo que conocemos actualmente.
COMO EN UN BOTE
En 1972, Raúl Modenesi era conocido por ser campeón panamericano de natación y por el restaurante Martín Fierro, que había fundado con unos socios y que alcanzó relativo éxito en los primeros años de la Feria Internacional del Pacífico. Pudo haber seguido por ese camino, pero prefirió apostar por un emprendimiento gastronómico en los acantilados de Lima, cuando los primeros trabajos para construir una vía expresa en esas ‘playas salvajes’ apenas tenían una década de vida. Su nueva empresa tomó el nombre de la franja marítima, Costa Verde, aunque por esos años el escenario era más bien desértico. Poco a poco, como cuenta la historiadora Delfina Álvarez Calderón, el arquitecto Ernesto Aramburú —el padre de la mega obra— fue sembrando viveros para darle color a la zona. Eran los inicios de todo allí, y el restaurante era parte —diríase, originaria— del paisaje.
Tanto Modenesi como Aramburú sabían que ese espacio ganaría valor con los años (como, en efecto, sucedió). Con el tiempo, el restaurante de Modenesi dejó de parecerse a un bote encallado en las rocas, y se fue convirtiendo en parte de un ecosistema playero del que fueron famosos miembros clubes como Palm Beach, Samoa y Waikiki. “Lima es como un ciego con vista al mar”, solía decir Aramburú —parafraseando al sabio Antonio Raimondi— para mostrar cuánto había desaprovechado nuestra capital el invaluable recurso de ser la única del continente que tenía una costa. Por eso, al valorarlo, explosionó. En 1965, los medios de la época llegaron a decir que nuestra franja no tenía nada que envidiarle a la ‘riviera francesa’.
LA ROSA NÁUTICA
Eso lo supieron aprovechar los fundadores de La Rosa Náutica, quienes en 1983 echaron a andar su restaurante con el presidente Fernando Belaunde entre sus invitados. Su infraestructura fue tan difícil de construir, sobre un espigón ganado al mar, que ponerla a punto tardó casi un año (y otro más para obtener las licencias respectivas).
Luego, por supuesto, obtuvieron los réditos que proyectaron, aunque la firma pasó de manos a la familia Puga, quienes internacionalizaron la marca en países como Colombia, a través del formato de franquicia, que se ha hecho muy popular en el rubro gastronómico.
UN ECOSISTEMA INTEGRAL
Con los años, la Costa Verde se ha ido consolidando de la mano de emprendedores de diverso tipo y con distintos proyectos. A la fecha, deben coexistir unos 50 restaurantes a lo largo de este litoral, que ya está incorporando, también, al Callao. Y aunque ya no forma parte del paisaje el pionero que fundara en 1972 Raúl Modenesi (fue cerrado en el 2004 por el municipio de Barranco, tras un extenso proceso judicial), surgen otros nombres, como el mini complejo Bordemar, que van construyendo su propio camino.
Así, se intercalan futuro y pasado en esta franja costera. Los nombres mencionados arriba se suman a una larga lista de varias décadas en la que figuran famosos como El Salto del Fraile, El Cortijo, La Máquina del Sabor y Muelle Uno, entre muchos otros. De a pocos, la Costa Verde se convierte en ese gran espacio de encuentro, recreación, cultura y servicios que proyecta el arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos. Y, sobre todo, se acerca cada vez más a nosotros.