“En la relación entre colaboradores y ganancias, las empresas obtienen exactamente lo que merecen: las que tratan bien a su gente obtienen enormes dividendos, entre ellos, alta productividad y baja rotación. Las que tratan mal a su gente experimentan lo contrario y terminan afectadas por el fin de la lealtad y la escasez de talento. Las que tratan bien a su gente superan en resultados a aquellas que no lo hacen, hasta en 30% a 40%”. Son palabras de Jeffrey Pfeffer, profesor del Graduate School of Business de Stanford University y muy reconocido autor en temas de desarrollo organizacional.
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Las cifras mencionadas son impactantes y los conceptos lógicos y hasta obvios, pero de mi experiencia en el mercado local, muchas empresas todavía prefieren no desarrollar ni fomentar una cultura de empleabilidad. Prefieren no tocar estos temas “delicados” con sus empleados, ya que se refieren a la relación que hay entre ellos y la empresa; y a las expectativas de ambos sobre continuidad, seguridad, desarrollo y relevancia.
He llegado a pensar que las empresas que no desarrollan una cultura de empleabilidad no lo hacen por el infundado temor de que, por hacerlo, le estarían dando alas a su gente para que deje la empresa. Es decir, creen que, porque les brindan las herramientas para hacerse más empleables, mejorar sus perfiles y manejar sus carreras como sus mejores negocios propios, ellos saldrán corriendo por la puerta. Ante inquietudes así, siempre recuerdo a alguien al que escuché decir que no quería que su esposa fuera al gimnasio porque de ponerse en forma y más guapa, seguro que se iría con otro.
En una cultura de empleabilidad las personas son capaces de comprender que no hay trabajo seguro y que nadie puede garantizárselo nunca: que la ansiada seguridad solo viene de su nivel de empleabilidad, de su desempeño, de su capacidad y buena disposición para generar logros concretos y resultados cuantitativos y cualitativos. De su actitud de colaboración y voluntad para responsabilizarse por su propia vigencia y competitividad. Y por internalizar que no se les paga por ir a trabajar sino por agregar valor cada día de la semana. Donde todos se reconocen como “proveedores” de servicios y manejan su carrera y la venta de sus servicios de manera muy adulta y profesional.
Desarrollar una cultura de empleabilidad demuestra respeto por las personas ya que les da la oportunidad de reflexionar sobre su proyecto de carrera. Así, ellos invierten su energía en su carrera y en sus logros. Con las herramientas adecuadas, toman propiedad y conciencia plena de su vida y de sus resultados esperados. Sabiéndose más empleables, las personas se sienten más empoderadas y tranquilas y balancean mejor su nivel de energía, con lo que aumenta su motivación y productividad. Se sienten más leales con sus propios proyectos de vida, tema tan importante por demás entre milenios. Y ante cambios y transformaciones, toleran mejor la incertidumbre ya que saben de lo que son capaces y tienen los recursos personales para convertir las crisis y los cambios organizacionales en oportunidades de carrera. ¡La fórmula no tiene pierde!