Habiendo pasado dos semanas desde la segunda vuelta, la incertidumbre sin duda se ha acentuado. Esta ya era elevada en un escenario donde la pandemia viene dejando una larga fila de fallecidos, contagiados, empleos perdidos y empresas quebradas.
A lo anterior se sumaba el actual Congreso que no ha escatimado esfuerzos para convertirse en un serio desestabilizador económico e institucional. Pero si todo esto era ya una pesadilla, los agentes económicos deben incorporar ahora la incógnita –por decir lo menos– que representa el próximo gobierno de Pedro Castillo.
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Los mercados en el corto plazo han hecho sentir su lectura de la realidad peruana. Los fuertes movimientos en el tipo de cambio, la bolsa de valores o el precio de los bonos del Tesoro han sido su primer mensaje. Y es que, como lo manifiestan cada vez que se habla con ellos, las dudas que se ciernen a partir de 28 de julio no son menores, si se toma nota de los ataques que asestó al inicio de su campaña en contra de la economía de mercado y el marco institucional.
Es cierto también que, a medida que se confirmaba su favoritismo y se constataba su ajustado triunfo, su vocería económica se ha volcado en intentos por transmitir tranquilidad a través de reuniones con la banca internacional, gremios y medios de prensa. Sin embargo, estos mensajes no terminan de ser “comprados” plenamente por los inversionistas.
A los mercados les cuesta todavía dar credibilidad a estos esfuerzos de relativa sensatez transmitidos casi en solitario por su eventual equipo económico. Los inversionistas valoran sin duda estas buenas intenciones, pero estas terminan perdiendo peso rápidamente cuando líderes importantes de Perú Libre se encargan de desautorizarlos públicamente, mientras Castillo se mantiene en silencio.
El problema de todo esto es que no son simples contradicciones, sino que varios de los temas de los que hoy los voceros pretenden tomar distancia, son promesas estelares de campaña de las que va a ser difícil desentenderse.
Hay varias señales concretas que el mercado quisiera ver y que todo indica será difícil de satisfacer. La primera, y quizá la más obvia, es que Pedro Castillo haga suyos públicamente, y no de manera vaga o general, esos compromisos de mediana moderación que pregonan sus voceros económicos.
La segunda señal, y quizá la más complicada, es que Pedro Castillo deslinde públicamente con el líder y fundador de Perú Libre y su ideario. Y esto no es un capricho de los mercados; sino que, lo que simplemente sucede es que si no se hace este deslinde será difícil creer que hay una real moderación en sus intenciones de manejar la economía con responsabilidad y no violentar el actual marco institucional.
La tercera señal que quisieran los mercados, y que parece ser la más difícil de satisfacer, es dejar de lado su compromiso de Asamblea Constituyente; promesa que además de tener serios cuestionamientos de poder realizarse bajo la Constitución vigente, significaría poner en suspenso decisiones de inversión.
Una cuarta señal que se apreciaría, aunque perdería bastante peso si no se solventan bien las anteriores tres, es que este gobierno pueda sumar al gabinete y a los organismos clave del Estado personalidades competentes con una trayectoria democrática intachable. Pero repito, esto último tendría un impacto de poco recorrido si no se observan intenciones serias por concretar las tres primeras acciones.
Es cierto también que no todas son malas noticias o incertidumbres para el Perú. Hay bastante certeza de que el contexto internacional se muestra inmejorable gracias a los fuertes estímulos fiscales de las principales economías del mundo que crecerán con vigorosidad sumado a un ciclo de los metales con probabilidades de ser medianamente largo.
En otro tanto, el proceso de vacunación parece avanzar viento en popa con lo que en poco tiempo podríamos soñar con una mayor normalización de las actividades. Sin embargo, todo esto será insuficiente, o poco ambicioso, si es que el nuevo gobierno no hace un serio esfuerzo por brindar confianza para la generación de inversión privada. Y la verdad es que, a estas alturas, todos, incluidos los mercados, ya hemos acumulado demasiada evidencia de que este juego siempre termina mal si no se genera un mínimo marco de predictibilidad.
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