Alonso Cueto

Ninguna mujer es más bella y más agraciada que Daisy. Entre las figuras de la literatura norteamericana, nadie tiene ese rostro “triste, bello y brillante, el brillo en los ojos y la brillante y apasionada boca”. Nadie parpadea con esa “ferocidad hacia el ferviente sol” y tiene una voz tan sensual que despierta un amor instantáneo con su “cantarín apremio”.

Frente a ella, el hombre que la ama, Gatsby, tiene una de “aquellas sonrisas excepcionales”, que tranquiliza a quienes lo rodean. Una sonrisa “que te entendía hasta el punto en que puedas ser comprendido, creía en ti como te gustaría creer en ti mismo y te asegura que se llevaba de ti la impresión precisa que tú en tu mejor momento, querías comunicar”.

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“El gran Gatsby”, la obra maestra de Scott Fitzgerald que trajo a la vida a estos dos grandes personajes, cumple cien años. En sus páginas, Daisy sigue hablando, y Gatsby sigue sonriendo en el preludio a la tragedia que supone la historia de amor entre ambos. Cuando el libro salió en abril de 1925, la crítica fue tan positiva como las ventas escasas. Después de los primeros grandes éxitos comerciales con “A Este lado del paraíso” y “Hermosos y malditos”, esta novela de Fitzgerald atrajo a muy pocos lectores.

A finales de ese mismo año, el autor se consideraba un fracasado. Esa convicción seguiría acompañándolo cuando murió de un infarto a los cuarenta y cuatro años, en diciembre de 1940. Por entonces nadie lo recordaba. En los años siguientes, “El gran Gatsby” empezaría a ganar lectores hasta producir un consenso. Es una de las pocas novelas perfectas que se han escrito.

El libro de Fitzgerald está basado en su encendido amor juvenil por la socialitè Ginevra King, a quien conoció en las aulas de la Universidad de Yale. Por entonces él tenía dieciocho años y ella dieciséis. Ginevra está también enamorada de Scott, pero el padre de ella le explica la situación con toda claridad: “Los chicos pobres nunca deben pensar en casarse con las chicas ricas”. La frase está dicha para que se cumpla. Rechazado, pensando solo en morirse, Scott se alista en el ejército para ir a la Primera Guerra Mundial.

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Es entonces cuando su regimiento se estaciona en Alabama y conoce a la perturbada, mimada, hermosa, irresistible Zelda. Cuando Scott se entera de que Ginevra se ha casado, le pide matrimonio a Zelda. Ella accede, pero le ordena que se haga de un buen patrimonio antes de la ceremonia. Él pasa un tiempo en Long Island. La guerra ha terminado y empieza el ‘jazz age’, con sus despilfarros y sus luces.

Luego de la boda, ambos van a Francia donde pasan una temporada junto a Hemingway y otros miembros de “la generación perdida”. En algún momento, Zelda tiene una relación amorosa con un aviador francés. La experiencia de esta relación y el amor nostálgico por Ginevra están en la raíz del personaje de la encantadora Daisy. Un gran libro se ha escrito de las cenizas del alma de su autor. Gatsby ama a Daisy, pero ella tiene un inconveniente bajo la forma de un marido. El relato avanza con un ritmo sostenido y seguro.

Tratándose de una historia de amor, es también la historia de una tragedia. Allí están los sentimientos idealizados de un individuo que cree en “el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros”, aunque estamos condenados a “una regresión sin pausa hacia el pasado”.

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