José Carlos Yrigoyen

Poesía

El 2024 fue, ante todo, el año de la muerte de Carlos Germán Belli, el último poeta fundamental de la irrepetible generación del cincuenta. Su obra, especialmente en el primer tramo, mantiene la vigencia de lo que nos hace oscilar entre la desgracia y la promesa.

El libro del año en este rubro es “Jardín de uñas”, el tan anunciado regreso de Jorge Pimentel luego de varios años de hermético silencio. Más de tres décadas hubo de esperar para su publicación (esa inacabable historia editorial da para un libro aparte), pero tal acopio de paciencia se ha visto recompensado con un libro vasto y desafiante, tanto como “Tromba de agosto”, pero sumergido con aún más hondura en la desesperanza lumpenizada de un país dispuesto a quebrarles el espinazo a sus hijos más desvalidos. No muy lejos se encuentra “Entonces”, ambicioso proyecto de José Cerna que lo yergue como el más hábil exponente de nuestro lirismo suburbano. “Chifa de Lambayeque” significa la consumación de una etapa especialmente feliz en la a veces incomprendida obra de un poeta importante como es Mirko Lauer.

Personaje Secundario editó con elegancia “Lejos de mí decirles”, la obra completa de Mario Montalbetti, otra voz referencial, aparentemente abierta a toda significación y a la vez ardua de descifrar en su engañosa claridad. Este juego de aparente sencillez e inmanente densidad anima también el mecanismo de “Ese campo minado”, indudable pico creativo de Jorge Frisancho. “Cuaderno de debilidades” confirmó la regularidad de Carlos López Degregori, dueño de un mundo de claroscuros –góticos, metafísicos– siempre presto a reinventarse en cada símbolo que escoge.

Hay que apuntar también la aparición póstuma de “El libro aún no escrito sobre las mariposas”, el mejor libro de Julia Wong; del muy logrado “4799 pulsaciones por hora” por el versátil Oswaldo Chanove, poeta cuyo talante discreto en ocasiones esconde raros hallazgos; de “Peligro de los labios rojos”, acertada recopilación del trabajo auroral de Dalmacia Ruiz Rosas; la destreza para combinar biografía y horizonte comunitario de “Yo siempre estuve aquí”, conmovedor poemario de Grecia Cáceres; la alegre y nostálgica visión del exilio que Carolina Quiñonez urde en “Hija de vecinos”; la vuelta del epigramático Bruno Mendizábal con su “Confinamiento & amor” y el virtuoso despliegue de “Discurso leído en la aceptación del séptimo Premio Nacional de Literatura 2023″ de Michael Prado.

Jorge Eslava completó la rutina deportiva de su “Gimnasium” con varios poemas inéditos y de provecho; Enrique Sánchez Hernani mostró oficio en “El vértigo de las luces amarillas”, como también Rocío Silva Santisteban en “La máquina de limpiar la nieve”. “Los cuadernos de Felice Ianua” rescató la expresión de Ana María Gazzolo, poeta de inclasificable rumbo, así como “Nómade” hizo lo propio con la de Montserrat Álvarez; asimismo, vieron la luz este año “Un grito también es una casa”, de Rosa Granda, “V” de Andrés Hare, cuyo frío conceptualismo se agota en sí mismo; “Punta Negra” de Paloma Yerovi; el prometedor “Cada nueve meses se gesta la muerte de un alma platónica” de Carolina Salazar, “Bus de la energía pura” de Pablo Salazar Calderón, “Impuras y el libro rojo” de Cecilia Podestá, “El Hombre” de Manuel Fernández, “El florero amenaza con hablar” de Miguel Ángel Zapata, “Si perjurado, mejor” de William Siguas y la reedición de “Navíos”, setentero rescate de Rosina Valcárcel.

No ficción

Un año pletórico de libros valiosos en esta sección, pero me quedo con tres en particular: “Cuerpos vulnerados”, de Marcel Velázquez, el hermoso “Corazón en trance” de Margarita Saona y “Camarada bailarina” de Roger Santiváñez, ejercicio de honestidad brutal. De obligatoria consulta son “La nación subyacente” de Natalia Sobrevilla, el sobresaliente “Tu ausencia ha sido causa para todo esto” de Charles Walker, “Diario de Menorca” de Enrique Verástegui, “Ribeyro en dos ensayos”, por Miguel Gutiérrez, “El país de las mil caras, obra periodística 2″, de Mario Vargas Llosa, “Nuestros muertos” de Américo Zambrano, “Haya de la Torre y la búsqueda del poder” de Íñigo García Bryce, “Desde la hondonada 1″, correspondencia entre Alfredo Bryce y Francois Mujica, el polémico “Puedes ser tú” de Raúl Cachay y Francisco Melgar, “Sube el volumen” de Ernesto Bernilla y Mauricio Flores, “El Perú como obsesión” de Luis Pásara, “Anastasha”, de Javier Ponce, Laura Batticani y Antonio Fortunic, “El experimento García” de José Alejandro Godoy, “Tacna en el tiempo de Chile, un relato sobre la ocupación” de Giovanna Pollarolo, “Los años de Leguía” de Paulo Drinot, “¿Quién gobernará?” de Mónica Ricketts, “Fila para la gloria” de Paul Baudry, “Ya nadie respeta mis decisiones” de Pedro Casusol, “El aprendizaje de la nación” de Mariana Eguren junto a Carolina de Belaunde y “Paso doble” de Christiane Félip Vidal.

Rodolfo Hinostroza resucitó entre nosotros por partida doble, mediante su “Astrología Nova” y sus “Trabajos gastronómicos”; César Hildebrandt hizo arte del vitriolo en la reunión de sus “Biografías falaces”, Guillermo Niño de Guzmán completó sus Cuadernos del Letraherido con “Mis vicios impunes”, Carlos Aguirre ofrendó su magnífico “Cinco días en Moscú” (un manjar para los vargasllosianos), Teresina Muñoz Nájar nos deleitó con sus “Mujeres del bicentenario” y Nicolás Yerovi con su edición conmemorativa de “Monos y monadas”. Fue un año bastante digno, lo suficiente para esperar con ilusión el que viene.

Cuento

El acontecimiento del año fue “Invitación al viaje y otros cuentos”, que recuperó cinco relatos estrictamente inéditos de Julio Ramón Ribeyro y suscitó un debate –a nuestro juicio bastante superado– sobre la pertinencia de publicar tal material.

“Niños del pájaro azul”, de Karina Pacheco, convenció por su mirada que concilia un esmerado lirismo con la reivindicación social y ecológica sin resbalar en las trampas del estereotipo o el lugar común. Fernando Ampuero nos regaló algunos textos conseguidos en su “Tanta vida yo te di”, especialmente los apuntalados en los muros de su memoria. Enmanuel Grau publicó su segundo libro, “El fin de los tiempos”, que muestra a un narrador en el camino correcto, más allá de algunos requiebres librescos que debe podar en sus próximas composiciones.

Por lo demás, debemos valorar las cuidadas reediciones de “La premeditación y el azar” de Pilar Dughi y de “Todo es demasiado” de Christian Briceño, así como “Enciclopedia vacía” de Ricardo Sumalavia, “Contra toda autoridad, excepto...” de Jorge Malpartida Tabuchi, “Hackers” de Paula Ramos Pizá y “El quemadero” de Rocío Silva Santisteban.

Mención aparte para “Todos los cuentos” de Enrique Prochazka, autor merecedor de un culto totalmente justificado.

Novela

Tres libros destacaron especialmente dentro de este apartado: en primer plano, “El fantástico sueño de aniquilar esto”, notable ficción de Giacomo Roncagliolo que formula una visión acerada y descarnada del universo privado de sus protagonistas, de la sexualidad contemporánea y sus imprevistos dobleces, así como un retrato generacional labrado con conocimiento de los ritos y miedos colectivos ante un futuro más incierto que nunca; luego, “Un jardín en el desierto”, de Grecia Cáceres, novela histórica poblada de personajes que van más allá de su verosimilitud para erigirse como hitos de un mundo cambiante; y después “Al pie de las hambres”, firmado por Orlando Quevedo, que constituye la revelación narrativa del año que agoniza; a pesar de su desalentador título, estamos ante una historia contada a través de una belleza sosegada y sórdida que nos ofrece extraños y persuasivos efectos verbales.

“Papá Huayco” de Alfredo Villar y “La novela liberada” de Víctor Ruiz Velazco fueron llamativas objeciones a la ideología literaria tradicional. “Atusparia” de Gabriela Wiener exhibió a una autora que como nadie entre nuestros narradores conoce a los seres humanos y los deseos que los motivan, virtud que derrocha en la excelente primera parte de esta novela, para luego deslizarse por el barranco del esquematismo ideológico en la segunda mitad. “La lealtad de los caníbales”, la ficción construida con mayor pericia por Diego Trelles, suscitó apasionadas reseñas como críticas durísimas, tal vez lo mejor que le puede ocurrir a un libro cuyo implícito interés es rehuir los consensos. Por su parte, “Vida animal”, de María José Caro, corroboró la puntería de su autora al abordar los conflictos subterráneos de nuestra conservadora clase media acomodada.

“Nuestros venenos”, de Augusto Effio, descolló en este panorama anual por su fructífera incursión en el “hard boiled”; “La vida adulta” significó un buen debut de Sergio Llerena, cuyo impudor biográfico le da fuelle a su historia hasta que el excesivo desgrane de impresiones y anécdotas lo permite. Santiago Roncagliolo publicó “El accidente”, que es precisamente eso. En cambio, un acierto resultaron las reediciones de “La violencia del tiempo” de Miguel Gutiérrez, “Los hijos del orden” de Luis Urteaga Cabrera y “El copista” de Teresa Ruiz-Rosas. Hay que considerar también “El mar de Silvia” de Santiago del Prado, “El jaguar que flotaba sobre el mar” de Luis Freire Sarria, “Nuestras mujeres” de Jennifer Thorndike, “Se hace otoño” de Susanne Noltenius, “Madre de Dios” de Andrea Ortiz de Zevallos, “Vocación” de Luis Hernán Castañeda, “Casi rocanrol” de Paul Alonso, “Nunca seremos nacidos” de Elton Honores, “El espía continental” de Hugo Coya y “Anticipación” de Carlos Arámbulo.

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