Una pandemia altera el mundo. No queda claro cuándo volverá todo a la normalidad. Nadie lo sabe. Tal vez la normalidad no vuelva a ser la que conocimos. Pocos se arriesgan a proyectar cuándo y cómo terminará este aislamiento global. Supongamos que este semestre los centros educativos, escolares y universitarios, deben permanecer cerrados hasta julio por cuidar la salud pública. ¿Deberíamos intentar las clases virtuales? ¿Pagar (en caso de los privados) por un servicio diferente o recortado? ¿Esperarnos unos a otros para comenzar todos juntos?
Pensiones y teleducación
En varias escuelas privadas, apenas declarada la cuarentena, los padres debatían si debían pagar la pensión completa del primer mes lectivo (marzo) pese a que los niños estudiarían solo la mitad de aquel. Algunos proponían que se abone el 50% del monto original. Y si en abril se mantenía la cuarentena por otras dos semanas, ¿también se pagaría solo por las otras dos efectivas? Si el colegio no cuenta con liquidez, no podría remunerar a sus profesores. ¿Les recortaría el sueldo? ¿Y si estos, a su vez, no pueden costear alimentos o la pensión educativa de sus hijos? Si se interrumpe la cadena de pagos, ¿qué sucederá? ¿A cuántos profesores emplean los colegios particulares desde inicial hasta secundaria? Incluyamos, además, las guarderías. Sumemos el personal de limpieza, seguridad y otros. ¿Cuánta gente se afectaría?
Conviene recordar que los presupuestos de las instituciones educativas generalmente son anuales, es decir, la cuota de marzo no corresponde a los días efectivos de marzo (como tampoco se paga en diciembre por los días efectivos del mes, que son pocos), sino que el monto anual se prorratea en cuotas mensuales. “Si quieren el pago completo, la escuela debe cumplir los objetivos pedagógicos que prometió”. Correcto. Pero, ¿se puede esperar realistamente que se logren las mismas metas en esta emergencia? Algunos colegios plantean la educación virtual. Pero los estudiantes no están preparados (sobre todo los niños más pequeños), ni los profesores, ni los padres. Tampoco se dispone de la tecnología idónea. Tal vez solo pocos colegios puedan implementar con seriedad un modelo virtual de emergencia. Pero todos podríamos intentarlo. Ganaríamos un aprendizaje no propuesto inicialmente.
En la educación superior
Pasemos a la universidad. Muchas de las privadas enfrentan razonables críticas estudiantiles. “Las clases virtuales no tendrán la calidad de las presenciales”, “No todos los estudiantes cuentan con tecnología adecuada”, “Las economías familiares han sido afectadas”. Y muchos otros argumentos válidos. Se demanda ser empático: “No pienses solo en ti, que sí puedes pagar y posees tecnología apropiada”. Supongamos que el 40% o 60% de estudiantes de una universidad cuenta con las condiciones económicas y tecnológicas para continuar, y que las universidades solo podrían reabrir en agosto. ¿Deberían solidarizarse (o sea, retrasarse) para comenzar el semestre junto con los compañeros que ahora no pueden? Ampliemos el mapa. Supongamos que pocas universidades, aquellas cuyos estudiantes pertenecen a los sectores económicos más altos y cuentan con mejor tecnología, sí pueden continuar, pero la mayoría no, incluyendo a las públicas. ¿Deberían esas universidades pudientes esperar al resto?
Las instituciones educativas privadas, colegios y universidades, debieran dar las facilidades económicas que puedan. ¿Por ejemplo? Extensión del cronograma de pagos, subvenciones excepcionales, postergación o retiro sin costo, exención de moras, etc. Pero solo para quien las necesite. Quien no lo requiera y cubra su cuota apoya así a quien no puede en estos tiempos. Además, las medidas deben adoptarse en diálogo con la comunidad educativa: estudiantes, familias, profesores. ¿Es posible hacerlo sin ver la educación como una mercancía más? Por supuesto. Precisamente por ello se requiere el diálogo que prioriza el bien común en vez del interés privado.
Pero surgen más dudas. Que continúen unos y otros no, ¿ampliará las brechas sociales? ¿Promoverá el individualismo o “sálvese quien pueda” (en su versión educativa: “Que estudie quien pueda”)? Tal vez sí. Solo queda apelar a la conciencia de cada sujeto sobre cómo vivirá este tiempo. ¿Será un descarado alarde de las propias ventajas frente a las desgracias ajenas o, más bien, el ejercicio de mi responsabilidad frente a la necesidad colectiva de mantener la sociedad en marcha? No se trataría de “Yo puedo mientras tú no”, sino de “Porque yo puedo y tú no, debo hacerlo por los dos”. Como decía John Rawls: las desigualdades sociales solo se justifican si redundan, sobre todo, en beneficio de quien está en desventaja. Por ello, quien pueda seguir laborando, enseñando o aprendiendo debe encontrar el modo de acoplar su actividad al servicio de la sociedad, y no asumirla como base para la adquisición de nuevas ventajas. Su deber consiste en remar por quien no puede. Y asegurarse que otros puedan subir al bote.
Es mejor continuar
Si la cuarentena se levanta, tal vez volvamos gradualmente a la vida como la conocemos. Pero, para el sector educativo, que concentra niños y jóvenes en aulas, la prohibición se podría extender más tiempo. Los estudiantes y profesores demoraremos varios semestres para dominar el aprendizaje-enseñanza virtual. Mejorar el soporte tecnológico requerirá otro tanto. Con todo, es mejor continuar. No se trata de abandonarnos o resignarnos a la mediocridad, sino hacer nuestro mejor esfuerzo en las circunstancias actuales. La persona virtuosa, nos recuerda Aristóteles, es “como un buen zapatero [que] hace el mejor calzado con el cuero que se le da”. Quien pueda continuar una actividad honesta que lo haga, por favor.
(Declaración de posible conflicto de interés: el autor envía a sus hijos a un colegio particular y labora en dos universidades privadas)
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