Los 85 años de Kapuscinski: el mejor de los periodistas
Los 85 años de Kapuscinski: el mejor de los periodistas
Carlos Batalla

Fue un hombre que gustaba contar historias con un ingrediente especial: lo suyo no era hacer ficción, imaginarse los hechos o personajes o inventarse un diálogo dramático; lo suyo era reportear, investigar, mimetizarse con la realidad y ponerse en los zapatos del otro.  

Una práctica profesional que pareciera de otra época, de aquella en que el periodista caminaba, conversaba y registraba los datos y hechos, y luego iba al archivo para documentarse y, solo después, escribía. Ryszard Kapuscinski trató de enseñar eso a través de sus libros porque no le daba tiempo para enseñar por largos periodos. Sus charlas y talleres compensaron en algo, pero él sabía que eso solo era un simulacro que pretendía compartir una parte de su experiencia y conocimientos. Por eso se dedicó a escribir sin reposo, hasta que sus fuerzas se lo permitieran. 

Una vocación indestructible

La vida de Kapuscinski fue larga y empezó en 1932 en Pinsk, entonces territorio bielorruso. Si bien se licenció en Historia en la Universidad de Varsovia, en Polonia, su vocación periodística fue inobjetable, empezando a colaborar a los 17 años en el diario "Sztandar Mlodych" ("El Estandarte de la Juventud") y luego en un semanario. Era a mediados de los años 50, tiempos de sus primeros viajes largos a India y China, lo que le fue revelando la complejidad de otras realidades. Continuó en la Agencia de Prensa Polaca (PAP), donde estuvo más de 20 años (1958-1981). Allí su función principal nunca dejó de ser el de reportero.

Fue un preocupado testigo, analista e intérprete de la realidad, especialmente en las zonas del Tercer Mundo, donde percibió casi siempre el abuso, la violencia y la injusticia de sus sistemas políticos y sociales. Muchos de sus viajes –era un excelente políglota– lo encaminaron hacia territorios de África (nuevas naciones que se liberaban de los viejos imperios), donde quedó fascinado; y también deambuló con método por territorios de Medio Oriente y América Latina, sin olvidar su propia Europa del Este. Era, sin duda, un traductor de culturas, lenguas e idiosincrasias. 

Cuenta la leyenda que Kapuscinski fue reportero en 27 procesos revolucionarios y corresponsal de guerra en 12 frentes, en los cuales tuvo que afrontar peligro de muerte en cuatro ocasiones, salvándose de ser fusilado. Obviamente, se salvó un poco por azar y otro poco por persuasión del propio reportero. 

Kapuscinski, cuyos extensos textos no podían ser sino publicados en formato libro, no solo necesitaba suerte, urgía de libertad para trabajar y eso no era lo que encontraba en Polonia. La censura se le presentaba como una odiosa sombra en su redacción; entonces, a inicios de los años 80, comenzó a escribir en diarios y revistas del mundo, como el "The New York Times" y el "Frankfurter Allgemeine Zeitung". Dejaba así sus notas y crónicas informativas por un discurso literario periodístico que halló en el gran reportaje el espacio y las formas adecuadas para contar la historia completa.

El periodista y escritor polaco creyó siempre que el nuevo periodismo de calidad solo podrá significar algo importante para las nuevas generaciones si no se olvidan aplicar las técnicas narrativas, la narrativa literaria, a nuestro trabajo periodístico diario o semanal. Rigor periodístico y creatividad literaria, sea cual sea la plataforma donde se publique.     

Historias de un reportero   

Ese camino de gran reportero le costó a Kapuscinski muchas horas de sueño y descanso. En tiempos en que se dedicaba a investigar no había noche ni día para él, igual trabajaba para sus grandes reportajes, que luego se convertirían con el tiempo en una veintena de libros, entre los que destacaron: “El emperador” (1978), una reveladora crónica periodística en torno a la caída en 1974 del sátrapa Haile Selassie en Etiopía, a quien nadie podía darle la espalda; y “El Sha o la desmesura del poder” (1987), otro reportaje amplio y profundo sobre la salida de Irán del dictador y corrupto Reza Palhlevi. 

También fue admirable su trabajo en “Lapidarium” (1990), un acercamiento crítico y sesudo a los hechos acaecidos en Polonia, hacia fines de los años 80. Luego vendría su estupendo trabajo “La guerra del fútbol y otros personajes” (1992), un lúcido reportaje de un hecho conflictivo que duró solo cinco días y que puso al borde de la guerra total a Honduras y El Salvador. 

Siempre se esperaba de Kapuscinski un libro nuevo y una historia nunca antes contada o, al menos, no contada con todos los ingredientes de verdad y verosimilitud que se requerían. Así se publicaron en esa productiva década de 1990 clásicos como “El imperio” (1993), un terrible retrato sobre el derrumbamiento de un gigante como  la URSS, a fines de los años 80. 

Y luego vino otro libro símbolo de lo que debería ser el buen periodismo: “Ébano” (1998), su lectura de reportero insobornable ante la desgracia del continente africano. Al año siguiente, en 1999, fue elegido como el Mejor Periodista Polaco del siglo XX.  Entonces necesitó un descanso para pensar bien lo que estaba haciendo: por qué, para qué y para quién lo hacía. Y así surgió un opúsculo estupendo: “Los cínicos no sirven para este oficio” (2000). 

En “Desde África” (2001) Kapuscinski recopiló crónicas y una bitácora de viajes en torno al continente más pobre del mundo; dos años después, recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003. Finalmente, en “Viajes con Herodoto” (2006), reflexionó sobre la tremenda tarea de su gran maestro e inspirador: Herodoto, el primer reportero de la historia.  

En los primeros años del siglo XXI, el maestro polaco recibió condecoraciones, homenajes y doctorados por todo el mundo, incluso fue considerado candidato para el Premio Nobel de Literatura. Pero la verdad es que nunca dejó de ser un historiador, uno con olfato por la buena historia, por una historia que importaba a la mayoría de la personas. A sus afanes de reportero, el polaco sumó una gran visión interpretativa y un agudo análisis de los sucesos. 

Como era de esperarse, sus viajes por África, tan intensos y comprometedores, no se quedaron sin registrarse fotográficamente, pues el buen Kapuscinski era, además, un buen fotógrafo. Por ello el público, sus lectores y admiradores, pudieron ver ese trabajo en el 2004, en el pabellón de Europa instalado en la Feria del Libro de Madrid. La muestra titulada “África en la mirada” reunió una antología de imágenes de 40 años de tarea en el terreno de la noticia.
 
Ese mismo año del 2004, el polaco incansable ganó el premio Bruno Kreisky para libros políticos de Austria, y recibió en el 2005 un último doctorado Honoris Causa por la Universidad Ramón Llull de Barcelona (España). 

Luego viajó lo más que pudo, conversó lo más que pudo y reflexionó lo más que pudo, siempre atento a los enemigos de la vida humana. Vivió sus últimos años en su modesta casa de Varsovia. Murió a los 74 años, luego de ser operado al corazón en un hospital varsoviano, el 23 de enero de 2007. 

Última historia posKapuscinski 

Meses después de su muerte, en mayo de 2007, el semanario polaco "Newsweek" publicó algunos extractos de los archivos del autor de “El emperador” que se guardaban en el Instituto de Memoria Polaca. Según esta publicación, los fragmentos demostraban que Kapuscinski fue un agente de la policía secreta comunista entre 1967 y 1972.
Todo indica que el autor no tuvo otra opción si quería abandonar Polonia, viajar y escribir; sin embargo, esta colaboración fue por un periodo específico y está probado que el escritor trató de minimizar los posibles efectos de esa incómoda y obligada tarea: “Durante su cooperación demostró mucha voluntad, pero no ha provisto ningún documento significativo”, dice el archivo de Kapuscinski, según extractos citados por el “Newsweek” polaco. 

Ernest Skalski, un amigo y colega del cronista, señaló: “Ningún periodista estadounidense debió trabajar con la CIA para poder abandonar el país (…). Pero Kapuscinski tuvo que hacerlo. Si no aceptaba, no hubiera escrito sus libros. No habría Kapuscinski”.  Por su lado, Stefan Bratkowski, presidente honorario de la Asociación de Periodistas Polacos, indicó que el autor de “Ébano”: “Nunca estuvo al servicio del mal y tampoco fue colaborador del régimen comunista”.  

Todo apuntaba, pues, a una “caza de brujas” del régimen polaco de entonces –liderado por los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski, presidente y primer ministro de Polonia, respectivamente–, que utilizó el obligado reporte polaco que debían dar los que viajaban al exterior ¬–como Kapuscinski hizo varias veces– para condenar y desprestigiar a ciertas personas. Sin embargo, nunca, y lo remarcan en todas partes del mundo, eso afectó el trabajo periodístico riguroso que se impuso a sí mismo el autor polaco y del cual somos testigos todos sus lectores. Su integridad y honestidad moral e intelectual se lo impedía.            

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