Cuando el torero Juan Belmonte llegó a Lima en 1917, quedó fascinado por la ciudad. Años después diría en la revista “Life” que quedó “pasmao”, pues Lima era parecida a Sevilla; y el hoy distrito del Rímac, a su Triana. Ello sin saber que, desde su fundación, los españoles lo llamaron así: Nueva Triana, evocando el barrio que está en la otra banda del Guadalquivir, frente a Sevilla. El tiempo pasó, y carente por siglos de una política cultural y urbana, Lima, con excepción de los Barrios Altos, ha perdido su riqueza colonial.
Sin embargo, el Rímac aún conserva su sabor quincuacentenario, desde que en 1603 el virrey Luis de Velasco trazó sus calles. La Unesco acaba de reconocerlo denominándolo Patrimonio Mundial.
Desaparecida está la Alameda de Acho construida por Amat en 1773, que competía con la Alameda de los Descalzos, pero sus puentes, el de piedra del Conde de Lemos, o el de fierro del presidente Balta, aún están allí. También su iglesia de San Lázaro y el barrio del mismo nombre, además Malambo, que recuerda a la población original de castas y africanos.
Pero, sobre todo, la Plaza de Acho que se construyó en el “hacho” o punto elevado, que en el 2016 cumple 250 años. Y tras ella, el apu de Lima, el cerro San Cristóbal, que lleva aún ese nombre (“el que carga a Cristo”) pese a que el santo por el que así se llamó haya sido retirado del santoral católico.
Este tótem de piedra en el que no crecen árboles ha presidido solemnemente la historia de la capital: fue adoratorio indígena antes de su fundación, también posición avanzada del general Quizo Yupanqui, jefe de las fuerzas enviadas por Manco Inca en 1536, y tras su derrota, una cruz fue emplazada en lugar del adoratorio. Mucho trabajo costó en 1881 subir los cañones con los que Piérola creyó poder rechazar un ataque chileno que equivocadamente pensó llegaría del norte.
Hoy, la “otra Sevilla” de Belmonte ha desaparecido, sus casas colgantes del jirón Amazonas perecieron de tiempo, pero al frente, al otro lado del río, la Nueva Triana aún se mantiene. Así, el paseante que por la calle Palacio (cuadra 1 del Jirón de la Unión) atraviesa el Puente de Piedra que ya no tiene el arco colonial puede continuar por el jirón Trujillo, peatonal, ver sus balcones, llegar a San Lázaro construida en 1563, y continuar por la derecha hasta el inicio de la alameda. Al fondo, el Convento de los Descalzos, nuestra Cartuja –convento del silencio sevillano–, y volviendo sobre sus pasos por la otra acera de la alameda, recorrer el Paseo de las Aguas hasta Acho.
Más allá, la Piedra Liza que separó el Rímac de las tierras del conde de San Juan de Lurigancho y donde se producían azúcar y aguardiente. Hacia arriba, el cerro, donde las primeras familias provincianas llegaron a mediados del siglo XX, y desde su cima, Lima toda, y con ella su historia. Al fondo el Morro Solar, desde donde tal vez se escuchó el rumor de los cañones y la batalla, en 1881.
El Rímac es una joya invalorable que preservar. Por ello la reanudación de las obras de remodelación de sus paseos es una buena noticia junto a su nuevo título de Patrimonio Mundial.
Quinta de presa
Una joya que merece ser visitada
—“La Quinta de Presa es la única quinta de recreo que aún se conserva de la época en que el Rímac era el lugar de descanso de la alta sociedad, y data de 1795”, sostiene el historiador Juan Luis Orrego. Hace poco la Municipalidad de Lima realizó refacciones en la zona aledaña.
Arte virreinal
Figuras mitológicas en los Descalzos
— En la Alameda de los Descalzos se aprecian dos series escultóricas. Una representa a los 12 meses del año con las figuras de Flora, Diana, Cronos, etc. Otra serie representa al Zodíaco: Virgo, Piscis, Aries, Capricornio, Géminis, entre otros.