La marcha del lunes contra el régimen laboral juvenil o #leypulpín nos deja varios mensajes. El primero: la incapacidad del gobierno para conectarse y comunicarse con las nuevas generaciones a través de canales adecuados y con voceros reconocidos, para explicar algo tan simple como lo escrito por Aldo Mariátegui ayer en “Perú 21”, “El peor trabajo es el que no existe”, y a partir de esa realidad exigir derechos.
En segundo término se ha demostrado el poder de convocatoria de Twitter, Facebook y otros, propios del mundo virtual, donde el Estado –como en los espacios geográficos– no tiene presencia. Y el tercero, que se desprende del anterior: los jóvenes viven pegados a parafernalia tecnológica convertida en nexo permanente con sus pares y con el mundo real, esperando convocatorias como la del lunes. Y es que hoy en Lima las protestas son espacio para la interacción juvenil; la calle, las marchas y la Internet son el club y jardín de los ‘millennials’, de la generación y.
Quienes defendieron a los ‘chibolos pulpines’ (por los escasos derechos del nuevo régimen laboral juvenil) son desgarbados y paliduchos; la antítesis de quienes están en contacto con la naturaleza. ¿Pero, es posible disfrutar de algo así en Lima? ¡No!
Estos chicos no se van a callar, son “alérgicos” al sistema y fácilmente manipulables por la desinformación que, paradójicamente, nace del exceso de información de la web.
Su voz debe escucharse y para ello no debiera ser necesario que tomen las calles. Lo del lunes no llegó a congregar, físicamente, ni a 10 mil bienintencionados, pero captó la atención de los medios tradicionales por horas y es imposible saber cuántos miles más “participaron” por Internet.
Son tiempos nuevos, todo ha cambiado, pero la necesidad de verde sigue vigente entre los que protestaron y los que no. Las imágenes difundidas mostraron lo gris de una Lima (siendo verano) asfixiada por el asfalto, el tránsito vehicular caótico y la orfandad de árboles y parques.
Los grandes parques, las vías peatonales, las alamedas con fuentes de agua para refrescarse son una necesidad para la salud ambiental urbana y, también, espacios para que las manifestaciones pacíficas no interfieran con la vida del resto. Los parques son espacios de encuentro vecinal y de diálogo, y deberían ser, también, oficinas de las autoridades. Si los chicos viven a través de sus aparatos, los políticos mangonean dentro de cuatro paredes.
Las autoridades deben tomar las calles constructiva y positivamente, para dialogar. Gobernantes y gobernados no pueden vivir en mundos paralelos, necesitan convivir en una verde intersección. El aire libre desempolva las ideas. Los parques son intrínsecamente democráticos.
Quién sabe si creando grandes parques los anti-‘ley pulpín’, los indignados, los indiferentes, los desencantados y las autoridades, empezamos a soñar juntos un mismo país.
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