A los espantosos números que trae todos los días la pandemia, se ha sumado uno que puede agudizar la tragedia que vive el país: el 48% de los peruanos no se pondría la vacuna. La última encuesta de El Comercio-Ipsos señala como principales causas el temor a posibles efectos secundarios y la desconfianza que genera la rapidez con que ha sido desarrollada por los laboratorios.
Para vencer al virus es indispensable que el grueso de la población acepte vacunarse. En nuestro país, sin embargo, el porcentaje de quienes rechazan la vacuna ha crecido incesantemente en los últimos cinco meses. En agosto del año pasado, los que no la querían eran apenas el 22%.
Ni el gobierno del señor Vizcarra ni mucho menos el del señor Sagasti han hecho esfuerzos sostenidos por aumentar la confianza en la ciencia, enfrentando con una estrategia sólida a los antivacunas, los conspiracionistas y demás fabricantes de ‘fake news’. La batalla que se libra en las redes sociales y en los servicios de mensajería ha sido largamente ganada por los sembradores de mentiras. Las respuestas han sido incoherentes y hasta peligrosamente ambiguas, en particular de parte del señor Vizcarra, quien ahora, en su versión como candidato a congresista, se ha convertido en un propulsor de la ivermectina, pese a que no existe evidencia alguna de su efectividad contra el virus.
Tampoco ayuda a alimentar la confianza las enormes dificultades del Gobierno para brindar mensajes sencillos referidos al combate al virus. Lo peligroso es que esta incapacidad para comunicar se empieza a percibir como indolencia, la que se acrecienta al escuchar las cada vez más desesperadas historias de búsqueda de camas UCI.
Señor Sagasti, tome el liderazgo de la lucha contra la pandemia. Fije un objetivo definido y comunique claramente cómo piensa alcanzarlo. El país necesita confiar en sus autoridades, saber que estamos del mismo lado. No pierda tiempo. La gente se está muriendo.
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