La señora Ana Camargo sostiene una foto de su hijo Ivo Dutra en el lugar exacto donde el 6 de agosto del 2011 fue impactado por un bus de Orión.  (Hugo Pérez/El Comercio)
La señora Ana Camargo sostiene una foto de su hijo Ivo Dutra en el lugar exacto donde el 6 de agosto del 2011 fue impactado por un bus de Orión. (Hugo Pérez/El Comercio)

“El dolor crece en el mundo a cada rato”, decía Vallejo. “A treinta minutos por segundo, paso a paso”. La muerte del fotógrafo Ivo Dutra, hace 7 años, aún agobia a su madre, Ana Camargo. “Todos han rehecho su vida. En el mundo, todos siguen caminando. Pero una madre se queda estancada en el momento en que parte el hijo”.

Ivo, de 25 años, era colaborador de la revista “Hildebrandt en sus trece”. El 6 de agosto del 2011 fue un día ajetreado. Estuvo haciendo fotos de los trabajadores de Ripley, que iban a iniciar una huelga indefinida. Por la tarde se fue hasta Los Olivos para visitar a su hijo, de 3 años. Luego tuvo que hacer algunas cosas por Magdalena. Antes de regresar a su casa, en La Molina, compró un chocolate en un quiosco y esperó que cambiara la luz del semáforo. Cuando dio el rojo para los vehículos, un bus de Orión se detuvo en el primer carril de Pershing e Ivo cruzó la pista. Por el segundo carril venía embalado otro vehículo de la misma empresa. Andaba en correteo con el que ya había frenado. Golpeó a Ivo y lo aventó más de 15 metros.

“Serían como las 10 p.m. cuando unos estudiantes de la PUCP me llamaron. Venían en el bus que había atropellado a Ivo. Cogieron el celular de mi hijo, que me tenía entre sus contactos como ‘ma’, y me dijeron lo que había pasado. Salí en pijama”, recuerda la madre.

Cuando llegó a la clínica San Felipe ningún médico le dio esperanza. El diagnóstico era traumatismo encefalocraneano grave, fractura no desplazada de pelvis, shock circulatorio y falla respiratoria aguda.

Un día antes Ivo, un romántico, estuvo recitando a Eduardo Galeano en la redacción. El 6 de agosto estaba intubado, con un collarín, en coma profundo. Agonizó seis días.

—Impunidad en marcha—
Weimer Huamán Sánchez, el chofer que arrolló al fotógrafo, mintió para no ser apresado. Dijo que iba a poca velocidad y que Ivo había cruzado mal la pista. Pero los testigos, los videos de las cámaras municipales y, más tarde, los peritajes policiales lo desmintieron. Cuando ya no tuvo como zafar del asunto, dijo: “Sí, lo atropellé, ofrecerle disculpas [a su madre], ¿qué más puedo hacer?”.

Según el INEI, la principal causa de los accidentes de tránsito en el Perú es la imprudencia o la ebriedad del conductor. De los 74.030 accidentes registrados en el 2017, el 37% fue por culpa de un chofer imprudente o borracho. La segunda causa fue el exceso de velocidad. En todo el país, 21.184 accidentes fueron por este motivo.

El Poder Judicial dictó 12 años de prisión para Huamán, a pesar de que la fiscalía había pedido la máxima sanción: 20 años. “La justificación fue que el conductor era joven y que no había tenido intención de matar a nadie. Pero si manejas descontroladamente, como él lo hacía, tienes intención de matar. Incluso a ti mismo”, se queja Ana Camargo.

—Se lavaron las manos—
Ivo fue enterrado en Jardines de la Paz con el dinero que recaudaron sus amigos. “La empresa no dio ni el pésame. Cambió de razón social y siguió trabajando”, denuncia ella. Y añade que Orión tampoco ha desembolsado un centavo para pagar la indemnización de 1 millón de soles que el Poder Judicial le ordenó pagar, de manera solidaria, con el chofer.

En el 2016, el Juzgado Penal 28 de Lima ordenó la disolución y liquidación de la empresa Orión Urbanus. Lo recaudado debía servir para el pago de la reparación. Pero la empresa ya había transferido todos sus bienes y rutas a otras compañías.

“Durante los 25 años de mi hijo atravesé muchas dificultades para educarlo. Fui padre y madre para él. Cuando sucedió el accidente estaba segura de que Dios me iba a ayudar. Recé todos los días. Cuando Ivo murió, perdí la fe. Me sentí tan defraudada de Dios, Jesús o lo que sea”, cuenta Ana Camargo. Poco después de la muerte de Ivo tuvo que mudarse, temporalmente, de casa. “No podía estar acá. Todo lo que veía me hacía sufrir. Hasta ahora tengo una nostalgia, una pena terrible de no poder conversar con mi hijo por las noches”, dice. Ivo se le atraviesa por los párpados y la garganta.

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