El 20 de setiembre de 1822 se instaló el primer Congreso Constituyente ante el cual el generalísimo José de San Martín presentó su dimisión como Protector del Perú, retirándose inmediatamente del recinto parlamentario para marcharse, horas más tarde, del Perú. El Congreso asumió también las funciones de Poder Ejecutivo y, para ello, creó una Junta Gubernativa integrada por los diputados José de La Mar, Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado. Lo indiscutiblemente prioritario era continuar la guerra contra los realistas. Se organizó la Primera Expedición a los puertos intermedios al mando del general Rudecindo Alvarado, que zarpó del Callao los primeros días de octubre de ese año. Esta fuerza, enviada por mar, debía contar con el apoyo de otra que marcharía inmediatamente por tierra, lo cual no tuvo lugar. La consecuencia fue que Alvarado y sus hombres sufrieron severas derrotas en Tacna y Moquegua en enero y febrero de 1823.
Ante tal estado de cosas los más importantes jefes del ejército peruano, acantonado en Balconcillo, hicieron público su total descontento contra el Congreso y la Junta Gubernativa. “El ejército está dispuesto a sacrificarse enteramente por la gloriosa lucha que sostiene la América para sustraerse de la tiranía –decía el documento– y, por consiguiente, no ha podido ser un mero espectador de la apatía e indiferencia que advierten, en circunstancias las más críticas en que jamás se ha visto el Perú, desde que dio el sagrado grito de libertad”. Se había efectuado un pronunciamiento, cuyo antecedente, tan solo cronológico, fue el Motín de Aznapuquio, en el valle de Chillón, que tuvo lugar el 29 de enero de 1821 cuando el general José de La Serna con el respaldo del ejército realista depuso al virrey Joaquín de la Pezuela sustituyéndolo en el cargo.
El 27 de febrero la oficialidad peruana en Balconcillo se pronunció a través de la proclama ya glosada en la que, además, exigía la separación de Poderes, el cese de la Junta Gubernativa, cuyas características eran “la lentitud e irresolución”, y en vez de ella se designara un presidente de la República. “El señor coronel don José de la Riva Agüero parece ser el indicado para merecer la elección de vuestra soberanía: su patriotismo tan conocido, su constancia, sus talentos y todas sus virtudes garantizan su nombramiento del jefe que necesitamos”. Los generales Arenales, Gamarra, Santa Cruz, Gutiérrez de la Fuente y la oficialidad en general estaban decididos a que su petición fuera aceptada. El Congreso, débil, confuso y dividido, tuvo que aceptar y el 28 de febrero nombró a Riva Agüero presidente de la República. Pocos días más tarde, el 4 de marzo, en un vertiginoso ascenso, Riva Agüero fue convertido en gran mariscal de los ejércitos. Recibía dicha jerarquía para que nadie pudiera disputarle el poder. Dicha situación, como es comprensible, trajo entonces y hasta el presente intensa polémica. Un civil se había convertido en mariscal. El nuevo estado de cosas fue bien recibido en la parte del país libre ya de la presencia realista. Dice la historiadora Elizabeth Hernández García, que Riva Agüero estaba en la cúspide de la política, pero llegar allí “se lo debía a una medida de fuerza, contundente y efectiva, de sometimiento del congreso; el descontento, la impotencia y el resentimiento perdurable de muchos de sus miembros fue la variable que Riva Agüero fue incapaz de controlar…”.
José Agustín de la Puente Candamo escribió que José de la Riva Agüero añadía a sus servicios a la Independencia su aptitud para el mando, su personalidad y su sentido práctico. Pero recuerda también que su mandato se debió a una imposición militar sobre el Congreso y eso fue uno de los elementos que contribuyeron a la anarquía que se desató en 1823, nuestro año terrible, en el que los peruanos dimos el doloroso espectáculo de no poder resolver nuestros problemas y entregamos el poder omnímodo a Simón Bolívar.
Diremos, finalmente, que el golpe de Estado, expresión surgida en Francia en 1639, difiere del pronunciamiento, que se dio repetidamente en nuestro país en el siglo XIX, y ha variado mucho con el tiempo. Actualmente podemos definir golpe de Estado como un cambio violento de gobierno que se realiza violando las normas constitucionales y cuyos actores y beneficiarios son los propios gobernantes. Hay infinidad de formas en que se puede dar un golpe de Estado. En 1931 el talentoso y polémico filósofo italiano Curzio Malaparte escribió un libro titulado “Técnica del golpe de Estado”, que alcanzó gran popularidad. Allí se explicaba todos los pasos que dio Benito Mussolini para consolidarse en el poder. Malaparte dice que la insurrección, el golpe, debe ser dirigido por políticos intelectualmente solventes, con experiencia y otras capacidades, ya que un golpe de Estado es una especie de máquina y se necesita técnicos para ponerla en movimiento. Por esta razón los golpes de Estado que realizan personas que no poseen las cualidades señaladas por Malaparte están condenados al más rotundo fracaso.