"El arte verdadero y otros cuentos" [CRÍTICA]
"El arte verdadero y otros cuentos" [CRÍTICA]

En medio de una bandada de nombres –muchos de los cuales no superarán la valla incidental–, asoman escritores de una obra corta pero sobria. Se desplazan en otro carril, evidentemente, alejados de las turbulencias que parecen ejercer una atracción irresistible sobre la mayoría de aquellos que reclaman su cuota de protagonismo sin mayores credenciales o derechos.

El caso de Jorge Ninapayta de la Rosa (Nasca, 1957-Lima, 2014) responde a lo aludido, con el ingrediente de su lamentable deceso cuando se había ubicado como una voz prestigiosa. En “Muñequita linda” (2000), conjunto de cuentos, y “La bella y la fiesta” (2005), novela, Ninapayta pergeñó un estilo virtuoso, al tiempo que dúctil en la exploración de registros. Un volumen póstumo, “El arte verdadero y otros cuentos”, refrenda sus notorias capacidades para la narrativa: prosa acorde a la materia, signada por un gran sentido de la oralidad, y un humor tragicómico atento a las vicisitudes del hombre común. Tales componentes aparecen en esta colección en proporciones por lo general equilibradas. Sin embargo, hay relatos que sobresalen sobre el resto, pues en ellos se amalgaman con más unidad estructural las destrezas de JN.

Por ejemplo, “Que sigan los éxitos”, frase deteriorada por el uso banal en una sociedad como la peruana, de paupérrimo temple. Esta valora el logro tangible antes que el progreso de la conciencia. Ninapayta, al apoderarse del lema, lo dota de un matiz irónico en torno a un antiguo y otrora gallardo “modelo de piernas”. Este vive hoy una existencia austera en un departamento ruinoso, dedicado a rememorar su gloria pretérita, hasta que participa en un cásting y derrota a jóvenes aspirantes. Su retorno crepuscular implicará un hallazgo inesperado que lo devuelve, con amargura, a la época de sus mayores triunfos e incapacidades afectivas.

Otro ejemplo es el cuento que otorga título a la entrega: un ser en el limbo, cantante aficionado de origen humilde, condenado a la medianía y a la tristeza de la rutina. Su repertorio apenas interesa al rufianesco público, más interesado en las estriptiseras sobradas de carnes (en realidad, prostitutas decadentes) que se muestran generosas sobre el escenario del sórdido teatro. El asunto da un giro cuando el empresario que conduce a la lumpenizada compañía convence a Belinda, culta estudiante de teatro y novia de Patricio, el cantor, a dirigir los ensayos de los sainetes eróticos de baja estofa que el elenco ofrece como plato de fondo. La ambientación del contexto urbano marginal es de una verosimilitud apabullante, lo mismo que la angustia del desventurado baladista.

“Pan francés”, por su parte, recorre los ángulos de una sociedad permisiva e inmoral desde la mirada de un foráneo –repostero galo–, a quien la Municipalidad de Lima le encarga la misión – engranajes de una campaña de imagen– de recuperar para las mesas familiares una clásica variedad del producto. Involucrado con personas de extracción criolla y avezada, deberá aceptar su inutilidad en la obtención del alimento y, luego, asumir la culpa del engaño. La sorpresa de Jean Paul respecto a cómo reaccionan los empleadores de la alcaldía ante su confesión lo enfrentará a una realidad crudísima y de evidente sabor nacional.

Y “Hechicera”, el último viaje, cuenta las andanzas de Rosauro, aguardentoso bolerista de cantina que se prenda de una misteriosa y bella mujer a la que dedicará encendidas composiciones. Segmentos de las letras ficticias se incorporan magistralmente al discurso a medida que el hombre consume su amor, desairado por una dura constatación. Algo de neorrealismo italiano flota en estos patéticos retratos: Fellini y el carnaval grotesco, o de Sica y su poesía inolvidable. Ninapayta sigue presente, a pesar de la honda ausencia.

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