José Silva

El último sábado,  el colombiano William Ospina presentó en la Feria Internacional del Libro su más reciente novela “El año del verano que nunca llegó” (Literatura Random House), una poderosa historia cuyo punto de partida está en la erupción del volcán indonesio Tambora en 1815, la mayor registrada en la historia y que desencadenó que el año posterior no haya verano verano.

Fue este hecho casi inexplicable el que motivó un encuentro entre Lord Byron, Mary Shelley, John Polidori, Percy Bysshe Shelley y otros. De las historias de terror que estos personajes compartieron en Villa Diodati (cerca al lago Lemán en Ginebra), nacerían personajes como Frankestein y el Vampiro.

El escritor, poeta y ensayista nacido en Tolima en 1954, respondió a El Comercio siete preguntas sobre su obra y también sobre la situación de su país en medio de un proceso de paz entre el Gobierno y las FARC que parece por momentos no tener mucho éxito.

-En “El año del verano que nunca llegó” hay investigación histórica, un gran pulso narrativo y también mucho lirismo. Siendo usted poeta, escritor y ensayista, ¿estamos ante su novela más total?

No me atrevería a afirmar que es la más total pero sí siento que la escribí con una cierta plenitud en el disfrute del hecho narrativo, tanto en las búsquedas como en las investigaciones y en el ejercicio mismo de meditar y de encontrar enlaces entre los distintos hechos de la novela, ya que esta, más que una novela de imaginación es de deducción y observación, persiguiendo a unos personajes y viendo las relaciones secretas que existen entre ellos. Me sentí muy bien escribiéndola y si eso es plenitud, pues espero que le alcance un poco también a los lectores.

-La historia inicia en la erupción de un volcán en Indonesia en el año 1815. ¿Luego de este suceso todo lo escrito es realidad?

Sí, todo lo que cuento ocurrió realmente, incluso las cosas más fantásticas que hay en esta historia, que son dos monstruos que nacieron en una misma casa y la misma noche hace dos siglos: Frankestein y el Vampiro. Incluso esos seres son ciertos como invenciones históricas. Mi propósito no era inventar nada, sino descubrir de qué manera tan misteriosa están enlazados un montón de hechos que no creemos tengan una relación y cómo la erupción de un volcán en el otro extremo del mundo, además de producir un enfriamiento hemisférico y haber impedido la llegada del verano de en 1816 en el hemisferio norte, también produjo grandes modificaciones en el campo de la cultura y el nacimiento de unas criaturas fantásticas que escaparon a los libros y se convirtieron en parte de la realidad de millones de personas.

-¿Hubo una lucha entre el William Ospina poeta, ensayista y novelista al momento de escribir un libro como este?

Pues no me lo había preguntado. Uno tendería a pensar que más bien hay una alianza, un trabajo combinado de la narrativa con el ensayo, con la poesía, pero sí me gusta pensarlo como una lucha porque esa tensión le da también cierta tensión narrativa al texto. Y creo que este texto requiere intriga, que haya en él algo de novela de detectives, algo de intriga, de búsquedas, de misterio. No puede haber una novela con monstruos en donde no haya zozobra, miedo y angustia. Eso se resuelve mejor con una tensión entre los lenguajes que intervienen en ella que con una alianza demasiado armoniosa.

-Su producción es muy vasta. ¿Le es fácil hallar temas para escribir?
Los temas no solo me persiguen sino que en mi casa tengo varias ‘ollitas’ donde están cocinándose cosas y voy echando ingredientes en cada una. No sé de cuál saldrá primero un brebaje. Aunque también muy a menudo de un libro sale otro. Por ejemplo, de las preguntas que este libro me formuló saldrá el siguiente y más bien no me alcanza el tiempo para las muchas cosas que me gustaría investigar y contar.

-Usted escribió una interesante trilogía sobre la conquista de la Amazonía en el siglo XVI (conformada por “Ursúa”, “El país de la canela” y “La serpiente sin ojos”).  ¿Buscó desde el inicio una trilogía o el tema era tan amplio que debió sacar más de un libro?
Descubrí que el tema era muy vasto y que además tenía como fragmentaciones naturales, que podía ser contado en episodios distintos y que cada uno de ellos podían existir independientemente, pero que si se los miraba a los tres formaban un mosaico mucho más rico de la época. Algunos episodios que ocurren en las novelas están vistos en cada una de ellas, o desde un ángulo distinto, o desde un momento de la historia distinto o desde la sensibilidad de otra persona.  Entonces, tal vez la herencia que nos dejaron algunos autores del siglo XX como Joyce o como Borges nos permite arrojar miradas nuevas inclusive sobre la historia remota. Además, la conquista de América es un hecho tan descomunal y es interesante mirarlo desde matices distintos, usando los recursos de la literatura contemporánea.

-Antonio Raimondi acuñó aquí la frase “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”. Usted escribió un ensayo (“¿Dónde está la franja amarilla?”) cuya conclusión podría asemejarse mucho a esta consigna. ¿Por qué, a pesar del crecimiento, América Latina sigue siendo una región tan desigual?
Creo que se requiere mucho más que crecimiento económico para que los países alcancen la plenitud del bienestar y la reconciliación. Y creo que lo que más se requiere son ideas generosas y un pensamiento profundo desde la dirección de las sociedades y de los estados. Si de algo ha carecido América Latina es de grandes dirigencias, capaces de entender la complejidad del mundo que administran, la riqueza de la humanidad a la que conducen y las posibilidades históricas de su tierra. Yo creo que algunos de los grandes hombres de la Independencia entendieron que América Latina estaba llamada a grandes destinos. Sin embargo, creo que durante mucho tiempo caímos en manos de gente pequeña, en sus expectativas y en sus conocimientos, pero principalmente en la generosidad de su corazón. Solo por momentos viene alguien que nos recuerda que estamos en un continente riquísimo, que aquí se dieron cita todos los continentes. Aquí vinieron los africanos, los asiáticos y los europeos. Cada uno trajo una parte de ese mosaico extraordinario que es América Latina. Durante mucho tiempo la política y la economía han conspirado para separarnos y solo la cultura hizo un esfuerzo por unirnos.

-En Colombia se está llevando a cabo un diálogo de paz que, según indican las noticias que llegan al Perú vía Internet, parece a punto de quebrarse cada cierto tiempo. ¿Es usted optimista en torno al proceso iniciado por el presidente Juan Manuel Santos o siente que en algún momento se va a quebrar?
Yo no tengo derecho a pensar que se va a quebrar. Debo tener esperanza. Los colombianos necesitamos que ese proceso se abra camino. Colombia ha postergado durante mucho tiempo una serie de reformas económicas y políticas que le permitan ingresar verdaderamente en un horizonte distinto de expectativas. La sociedad colombiana es una donde se han cerrado mucho las puertas para la gente humilde, las oportunidades. Hemos tenido unas élites bastante egoístas que mantuvieron el poder durante décadas. Son los mismos apellidos, las mismas familias, las que se repiten en el poder, o sus amigos más cercanos y cuando nos proponen hacer la paz, solo la proponen como un armisticio y no eliminando las causas de una violencia que existe desde mucho antes del actual conflicto. Nadie habla de remover la injusticia, de abrir oportunidades y horizontes de dignidad. Espero que el proceso se abra camino pero sobre todo para que a partir de él, alguien tome la decisión de hacer las reformas profundas que la sociedad necesita y que se convoque a todos a participar de esa paz. La paz hay que hacerla en los barrios, en las veredas y en el corazón de los seres humanos. 

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