En 2012, José Ragas y Eduardo Dargent convocaron a una serie de historiadores, intelectuales y politólogos para una suerte de juego académico. Usando contrafácticos (hechos que no ocurrieron pero que pudieron haber sucedido), los autores imaginaron qué habría pasado si Haya de la Torre llegaba a ser presidente, qué le habría esperado al Perú si Mario Vario Vargas Llosa vencía a Alberto Fujimori en 1990 y dónde estaríamos si el primer ‘vladivideo’ nunca hubiera sido revelado.
Tres años después, “Contra-Historia: ensayos de historia política peruana” (Mitin Editores) tiene una nueva edición que incluye dos ensayos nuevos: uno escrito por Carlos León Moya y otro, por Luis Davelouis.
El historiador y co-compilador de este trabajo, José Ragas, respondió a El Comercio siete preguntas sobre el libro presentado hace unos días en la Feria Internacional del Libro de Lima.
-Para los que no pudieron leer la primera edición de “Contra-Historia”, ¿de qué trata el libro?
El libro reúne once ensayos que presentan la historia de manera diferente: no como ocurrió, sino con escenarios que pudieron haber ocurrido. Este tipo de ensayos reciben el nombre de contrafácticos. Esta es la segunda edición de “Contra-Historia” y tiene dos nuevos ensayos. Uno sobre Velasco Alvarado y el otro, sobre Humala. El lector podrá encontrar textos que cubren desde la conquista hasta el actual gobierno y que recorren una serie de episodios sobre qué hubiera pasado en esos momentos y cómo estos habrían cambiado el Perú actual.
-¿Es un error concebir a la historia como un conjunto de documentos y no aceptar ningún otro tipo de interpretación?
Más que un error, es una visión muy sesgada. En tanto disciplina, la Historia, más que con documentos, se hace con fuentes de todo tipo, y estas pueden abarcan registros sonoros, visuales y –como decía un gran historiador francés– “todo lo que produzca el hombre”. La historia no es solo la ubicación y análisis de dichas fuentes, sino más bien la preocupación y reflexión por entender cómo hemos llegado hasta acá. La historia, más que la acumulación de datos, es el ejercicio crítico que nos permite entender dichos procesos, basado en pruebas que lo sustenten.
-¿Que Jauja hubiera permanecido como la capital del país nos hubiera hecho a los capitalinos más conscientes de la problemática de las provincias?
Es probable. Una de las ideas que desarrollo en mi texto es que el colocar Jauja como la capital, como inicialmente se quiso, se hubiese podido balancear el centralismo que tiene el Perú en estos momentos. Sin embargo, ello no significa que la ausencia de conflictos regionales. Creo que Lima hubiera sido siempre un eje de tensión con Jauja o con el Valle del Mantaro. Y es algo que señalo en mi texto a manera de ficción: la derrota de Lima después de rebelarse contra Jauja, que es algo que me parece que hubiera podido tranquilamente ocurrir. Me han dicho que es uno de los escenarios más optimistas, sí, pero también creo que trato de probar que hay muchas tensiones en el proceso.
-El historiador estadounidense Charles Walker participó en la primera edición de “Contra-Historia” con un texto sobre Túpac Amaru. Acaba de aparecer en español su libro “La rebelión de Túpac Amaru” con gran éxito. ¿Por qué este personaje de nuestra historia mantiene ese magnetismo aún hoy cientos de años después?
Túpac Amaru y su levantamiento es una de las grandes coyunturas que se repiten en el imaginario nacional. Existe la idea de que la toma de Cuzco pudo haber llevado a que el movimiento triunfase. Y Walker examina este escenario basándose en su amplia investigación y conocimiento sobre la rebelión. Precisamente, volviendo a la primera pregunta, los contrafácticos no buscan ofrecer escenarios cerrados, sino generar reflexión sobre varias posibilidades. Y el artículo de Charles lo demuestra.
-En el libro no hay ningún ensayo sobre la época de la violencia en nuestro país. ¿Es una casualidad o existe una razón específica?
En algún momento lo discutimos. Conversamos con un par de personas para ver si podían escribir sobre el tema. Se trata de un tema delicado tanto por parte de qué escenario escoger como de quién podría escribir ese ensayo. Preferimos dejarlo, junto con otros posibles ensayos, para ver cómo iban dándose las cosas y ver si quizás alguien se animaba a escribir al respecto más adelante.
-Comparándolos con miembros de otras disciplinas. ¿Cuál fue el valor agregado que los historiadores le dieron al repaso sobre la violencia entre 1980 y el 2000?
El abordar la violencia política nos permitió (y obligó) a romper varias camisas de fuerza metodológicas y teóricas que nos habíamos impuesto. No se trabajaba mucho sobre el siglo XX y trabajar historia reciente era algo que antes se veía primero con suspicacia, porque pensaban que era una tarea para sociólogos o periodistas. Pero creo que nos permitió darnos cuenta que sí podemos trabajar sobre historia reciente o no solo violencia en el pasado, y que podemos dialogar con otras disciplinas. El principal aporte de los historiadores, durante la Comisión de la Verdad y en esta última década, ha sido otorgarle una dimensión temporal a dicho periodo. No se trató de algo coyuntural sino que en algunos casos procedía de factores estructurales. Y es, en mi opinión, a lo que tenemos que volver, ya que se suele encerrar el proceso de violencia política en la coyuntura 1980-2000 o considerar 1980 como una suerte de “año cero” en un determinado espacio geográfico. Muchas de las consecuencias de lo que ocurrió permanecen aún y reaparecen en el debate público: testimonios, reparaciones, juicios pendientes y memoria (este último, un término y una aproximación metodológica con la cual tengo mis reservas).
-El historiador marxista Eric Hobsbawm dijo en una entrevista que el régimen de Velasco fue “lo más positivo de la historia contemporánea peruana”. ¿Qué van a encontrar los lectores de “Contra-Historia” cuando lleguen al capítulo escrito por Carlos León Moya?
Creo que hay quienes piensan que, efectivamente, el gobierno de Velasco fue sumamente positivo. Y, curiosamente Velasco, ha experimentado una suerte de retorno en la cultura popular y el mundo académico durante los últimos años. Lo que van a encontrar en el capítulo de León Moya es un texto bien escrito y entretenido. Él viene estudiando el periodo de Velasco y, si bien su ensayo es ficticio se sustenta en bibliografía especializada, el autor le da voz al grupo de militares que estuvo muy de cerca con Velasco. A veces lo conocemos solo a él, pero no sabemos quiénes estuvieron a su lado ni sus complejidades y menos el cómo se intentó balancear el poder dentro de la cúpula militar. León Moya retrata a un Velasco muy humanizado, enfermo, casi derrotado. No es el Velasco vociferante que vemos a veces en las fotos. Está con una pistola, en una cama de hospital, lanzando improperios contra todo el mundo. En esos escenarios muy reducidos vemos a este grupo humano (de militares), en un momento de crisis y tratando de mantenerse en el poder. La idea general para los académicos es regresar hacia dicha coyuntura, del Gobierno Militar, examinarla y rescatar actores o procesos que no conocíamos.