Caetano Veloso se enamoró de Lima antes de conocer esta ciudad. La fascinación vino por cortesía de “La flor de la canela”, el clásico de Chabuca Granda que escuchó por primera vez en 1968. Él no recuerda el nombre de la chica que, en Río de Janeiro, le hizo notar la existencia de Chabuca, aunque señala que esa señorita era “muy guapa”. La belleza tiene facilidades para anclarse en la memoria.
A sus 73 años, Veloso afirma que carece de certezas. En ese limbo, uno de sus cables a tierra es la música. Él prodigará su arte –tan elogiado por adelantados del pop y rock como Beck o Stereolab– junto a su compinche Gilberto Gil el 7 de abril en Lima, en una nueva escala de una gira que celebra sus 50 años de trayectoria.
La entrevista a Veloso se realiza vía telefónica. Su español fluido deja pocos espacios al ‘portu- ñol’. Él responde en su casa en Río de Janeiro con vista al mar.
— ¿Qué cualidades admira de Gilberto como músico?
Su espontaneidad y musicalidad. Lo conocí en 1963, cuando ya tocaba como los más adelantados bossanovistas. Era joven y captaba todos los acordes y notas. Lo sentía todo. Y es muy original. Para mí es uno de los grandes guitarristas de la historia de Brasil. Un talento natural.
— De las canciones que Gilberto interpreta en el concierto, una que más le gusta es “No tengo miedo de la muerte”.
Es un tema inteligente y denso. Eso se nota por cómo están escritas sus palabras. El modo en que Gil lo canta es profundo. Musicalmente le sale moderna y rica.
— ¿Se identifica con el tema?
Bueno, creo que es un tema universal.
— ¿Le tiene miedo a la muerte?
Sí, le tengo.
— En ese sentido, a sus 73 años, ¿cómo se encuentra?
Todavía tengo una cabeza sin muchas certezas. No es una con la que pueda decir: “Bueno, pienso así, me siento así y soy así”. Sigo buscando. Tengo una personalidad más adolescente.
— ¿Diría que Gilberto es menos adolescente?
Sí, sin duda.
— ¿Y es al mismo tiempo una persona más misteriosa?
Lo es. Yo lo llamo “Gilberto El Misterioso” desde hace años. Él habla mucho y es afable y comunicativo. Pero no es confesional. Es como que siempre estuviera meditando y se encuentra un poco más lejos de la gente. Aunque yo haya sido más tímido o introspectivo aparentemente, cuando tengo un amigo soy más abierto. Él es más espiritual.
—Es natural que los amigos se enojen entre ellos. ¿Se han peleado alguna vez?
Si hablamos de pelear-pelear, la verdad es que nunca nos hemos peleado. Hemos tenido opiniones distintas, pero entre los dos conversamos, así sigamos discordantes. No sé qué pasa, es una cosa que se ha dado así.
— Ha dicho que esta gira le ha enseñado sobre el pasado y la vejez. ¿Cuál es el valor de la vejez para usted?
Cuando uno está más viejo y tiene más tiempo en la vida, se siente más acostumbrado a ella. No hay mucho más que eso. La vejez tiene cosas negativas, como todo el mundo lo sabe, pero también es bonito ver cómo otras vidas crecen. Yo tengo una nieta y un nieto. Y Gilberto es bisabuelo.
— Pronto vendrá nuevamente a Lima. Usted es un admirador de Chabuca Granda.
Es una de las más grandes autoras de canciones de toda Amé- rica. Estoy enamorado de su música e inspiración poética. He hecho versiones de “La flor de la Canela” y “Fina estampa”, que es otra obra maestra. Cuando estuve en Lima por primera vez, los ecos de las canciones de Chabuca estaban ahí, en todas partes, en cada calle, plaza y casa de Lima. Me enamoré de Lima desde esa primera línea de “La flor de la canela” que dice: “Dé- jame que te cuente limeño...”.
— ¿Cómo conoció el tema?
En 1968 vino a un festival internacional de canciones en Río de Janeiro una chica cuyo nombre no recuerdo. Era una chica muy guapa que interpretó un tema que hablaba de América y de Chabuca Granda. Uno de los organizadores del festival me dijo que sabía dónde podía encontrar a la chica, así que fui a un night club en el que había un tipo tocando el piano. Ahí ella me dijo que hay una canción que es todavía más bella que la que entonó en el festival. Ese tema era “La flor de la canela”. Desde ahí me enamoré de la canción para siempre. Unos años después, durante mi exilio en Londres, pasé un tiempo en Barcelona, donde un productor que trabajó con el cineasta Glauber Rocha me entregó un disco de Bola de Nieve [músico cubano] que incluía “La flor de la canela”.
— Hoy Brasil vive una situación complicada que incluye acusaciones a la élite política. ¿Esto lo entristece o mira el futuro con optimismo?
Las dos cosas. Me entristece que Brasil esté en un período difícil. Hay una lucha política que es complicada. Pero el hecho de que se haya podido poner en prisión a algunos de los hombres más ricos del país y a algunos de los políticos más influyentes es una cosa inédita en nuestra historia. Esto es un cambio importante. Sin duda, esta revitalización de las autoridades judiciales tiene un aspecto de progreso, aunque subsiste una vieja cuestión en Brasil que es la disparidad o la injusticia social. Esta es una cosa que Brasil tiene que superar. Es una situación compleja pero si Brasil sale de ella, creo que es posible que haya una nación más madura en varios aspectos.
— Hablemos del tropicalismo, que usted fundó. ¿El movimiento sigue vigente?
Digamos que produjo más consecuencias que influencias.
— ¿En qué sentido?
Muchos prejuicios hemos derrumbado y así se abrió más la cabeza del brasileño para entender que la canción popular es una parte de la cultura de masas y de la industria cultural. Tenemos hoy más conciencia de ello debido a que los actos de los tropicalistas fueron consecuentes en ese sentido. Eso es verdad. Pero en Brasil seguimos con los problemas básicos y la industria musical sigue atada a la estructura de la sociedad. No es que el tropicalismo haya llegado y resuelto las cosas para que seamos más verdaderos o libres, pero fue algo que contribuyó para hacer madurar o fortalecer el panorama crítico de la canción en Brasil. En este show que hago con Gil cantamos dos canciones emblemáticas del tropicalismo, “Tropicalia” y “Marginalia 2”, y cuando lo hacemos, la gente reconoce en ellas un retrato de Brasil que se puede aplicar a la actualidad.