Apenas abrió los ojos a la vida supo que su destino sería de lucha constante. Horas antes de nacer, un antojo de la mujer que la trajo al mundo hizo que su padre se embarcara en una canoa, con tan mala suerte que hasta el amanecer ni un solo pez había picado el anzuelo. Mientras él no se daba por vencido en medio del río, en la chacra de los Páucar Valverde las contracciones de Doña Aquila anunciaban el nacimiento de Dina, la segunda hija de la familia. Sin nadie que traslade a su madre al hospital de Tingo María, fueron los brazos de su hermana Alejandrina, de apenas cinco años, los que la recibieron. Esta es la primera de las pruebas que Dina Páucar, una de las más queridas y exitosas exponentes del folclor andino, tuvo que ganarle al destino.