Todo balance es una declaración de amor. Por eso mi banda sonora del 2015 es arbitraria. Mezcla de melodías que reavivaron, despertaron y proyectaron en mi cabeza sensaciones que fluctuaron desde una estremecedora soledad a eufóricos momentos. Y así descubro que el año musical que se va (me) deja pocas novedades y, eso sí, grandes reediciones.
Reediciones que, dicho de otro modo, son quizá la pálida expresión de que la creatividad musical atraviesa por un período de renovación, introspección y pausa antes de la próxima tormenta que trate de fijar nuevos rumbos. Y es que, en estos casos, en la repetición está el gusto. Y la buena música.
En la escena peruana, uno de los mayores aciertos del 2015 ha sido el lanzamiento del box-set “Puedes creer tantas veces”, de Miki González, con los tres primeros álbumes de su dilatada carrera musical. “Puedes ser tú” (1986), “Tantas veces” (1987) y “Nunca les creí” (1989) son piezas esenciales para entender la evolución sónica de este investigador musical. Son también el duro retrato sonoro de un tiempo no muy lejano en el que Perú vivió uno de los lados más oscuros de su historia republicana. Y ahí está la canción “¿Dónde están?”, por si tienen un asomo de duda sobre lo que afirmo. El Perú corrupto, el del narcotráfico, el país donde los derechos humanos valían menos que nada figura en esa etapa germinal de este rockero peruano.
“Ayahuasca, cumbias psicodélicas peruanas, volumen 1”, es otro álbum que no puede pasar desapercibido. Este disco recopila y rescata una serie de grupos cumbiamberos caletas peruanos de la década de los 60 y 70, que junto a los consagrados Juaneco y su Combo ofrecen un rejuvenecedor e imaginario viaje capaz de abrir todas las puertas de la percepción. El sonido amazónico peruano es el camino de la felicidad permanente. En esa misma vena, Bareto ha sembrado “Impredecible”, acaso uno de los mejores discos en sus 12 años de vida apelando a una amalgama de ritmos donde se entrecruzan la cumbia, la psicodelia pop y el reggae, entre otros. En esa categoría de imperdibles hay que agregar el álbum “Millonarios del alma” de la entrañable La Mente, una banda que se ha forjado una legión de seguidores de festival en festival, que es donde explotan mejor su propuesta.
Entre las reediciones internacionales, dos sobresalen por varios cuerpos de ventaja. Me refiero en primer lugar al álbum “Sticky Fingers” de los Rolling Stones, que volvió en formato de vinilo y en digital con un añadido de versiones alternativas entre las que figuran la legendaria “Brown Sugar” con Eric Clapton a la guitarra. La cereza en la torta de las reediciones ha sido el primer álbum de los británicos de Procol Harum, publicado en 1967. Un codiciado clásico difícil de hallar y que desde su lanzamiento los ubicó en la galaxia rockera con un éxito planetario que los opacaría (injustamente) durante sus diez años de existencia: “A Whiter Shade of Pale”.
Mención aparte merece la aparición del volumen 12 de la serie “Bootleg” de Bob Dylan, que comprende los años 1965-1966. Esta valiosa caja abarca grabaciones alternativas de tres álbumes fundamentales en la por entonces incipiente carrera de este artista: “Bringing It All Back Home”, “Highway 61 Revisited” y “Blonde on Blonde”. Tres discos esenciales. Tres discos que marcan la transición de Dylan a la guitarra eléctrica, y que comprende la creación de una de las más emblemáticas canciones del rock: “Like a Rolling Stone”.
Finalmente entre lo más rescatable de las producciones nuevas que emergieron este año brillan con luz propia la inagotable Björk con “Vulnicura”, la banda pop estadounidense Tame Impala con “Currents”, Blur con “The Magic Whip”, Wilco con “Star Wars”, Beach House con “Depression Cherry”, Sleater-Kinney con “No Cities to Love”, los inacabables New Order con “Music Complete”, Leonard Cohen con “Can’t Forget: A Souvenir of the Grand Tour”, Sufjan Stevens con “Carrie&Lowell”, y Yo La Tengo con “Stuff Like That There”.