
En el sur de Florida ha nacido una cárcel tan real como simbólica. Su nombre, Alligator Alcatraz, parece sacado de una película de ficción, pero es el nuevo y polémico proyecto migratorio impulsado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Lejos del concreto y las rejas tradicionales, esta prisión improvisada se levanta entre pantanos, serpientes y mosquitos, en un paraje tan hostil como su propia razón de ser. Aquí, a 60 kilómetros de Miami, se busca detener a los inmigrantes indocumentados con la intención de aislar, disuadir y deportar.
La idea nació con la rapidez de una orden ejecutiva y se concretó en cuestión de días: tiendas de campaña recicladas de desastres naturales, remolques de emergencia, una clínica improvisada y una pista aérea abandonada transformada en centro de reclusión. Trump la presentó como modelo para replicar, no sin burlarse de sus futuros reclusos. “Les enseñaremos a huir de los caimanes”, señaló entre risas.

HAY UN DEBATE BASTANTE PROFUNDO POR EL LUGAR Y LOS DERECHOS HUMANOS
¿Es Alligator Alcatraz una medida de seguridad, o una brutal escenificación del castigo? ¿Un centro temporal, o una herramienta política para avivar el discurso antiinmigrante? Las críticas han llegado desde todos los frentes: ambientalistas, activistas, líderes indígenas, académicos y ciudadanos de a pie han encendido las alarmas por lo que consideran una violación a los derechos humanos y al equilibrio ecológico de una de las regiones más valiosas de Norteamérica.
Y es que los Everglades no son cualquier lugar. Esta reserva natural alberga 36 especies en peligro, incluyendo la pantera floridana, el manatí de las Indias Occidentales y el cocodrilo americano. Según organizaciones como South Florida Wildlands Association, no se ha presentado ningún estudio de impacto ambiental, y la construcción ha avanzado con una opacidad que recuerda más a regímenes autoritarios que a democracias modernas. “Me duele y estoy atónito”, dijo el ecologista Matthew Schwartz. “Esto se ha hecho sin ninguna transparencia”, agregó.
A la preocupación ecológica se suman denuncias por trato inhumano. El complejo está diseñado para ser “completamente autónomo”, con capacidad para hasta cinco mil personas, expuestas a calor extremo, lluvias intensas y una infraestructura básica mínima. La mezcla de caimanes, humedad, enfermedades y aislamiento convierte la cárcel en una trampa natural. “La única salida es un vuelo de regreso”, afirmó Karoline Leavitt, portavoz de la Casa Blanca.

COMUNIDADES INDÍGENAS DENUNCIARON LA VIOLANCIÓN DE TIERRAS SAGRADAS
Las comunidades indígenas Miccosukee y Seminole han denunciado la violación de tierras sagradas. Líderes como María Bilbao, de la American Friends Service Committee, han calificado el proyecto como “teatro político” con vidas humanas. “Están usando la crueldad como espectáculo”, declaró en una audiencia pública en Miami-Dade. La campaña ciudadana Stop Alligator Alcatraz ha comenzado a movilizarse, y manifestantes como Phyllis Andrews, una maestra jubilada, han tomado las calles con un mensaje claro: “Los inmigrantes no merecen esto”.
Pero el Gobierno de Florida no cede. El gobernador Ron DeSantis ha justificado la prisión como respuesta a una “emergencia migratoria”, y anunció otro centro similar cerca de Jacksonville. Mientras tanto, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) ha financiado parte del proyecto, algo que ha causado indignación entre quienes creen que esos recursos deberían destinarse a catástrofes reales, no a políticas represivas.
EL ESPECTÁCULO CONTINÚA Y LA CÁRCEL YA ES UNA REALIDAD
Videos promocionales del proyecto, lanzados por el fiscal general James Uthmeier, muestran gráficos de caimanes con ojos rojos y una banda sonora de rock pesado, en una campaña visual que combina el estilo de Hollywood con la narrativa del miedo. Trump, fiel a su retórica, ha elogiado el modelo de cárceles de El Salvador y ha prometido deportar a un millón de personas por año si vuelve a la Casa Blanca. Sus detractores lo acusan de manipular el dolor para obtener votos.
La primera tanda de detenidos ya ha llegado al campamento, según confirmó el Departamento de Emergencias de Florida en redes sociales. No hay cámaras dentro, no hay visitas, no hay certezas. Solo el calor sofocante, los remolques, los caimanes, y la sombra de una política que convierte a los inmigrantes en enemigos del Estado. En un país fundado por migrantes, la paradoja es tan salvaje como el paisaje que rodea la prisión.
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