
La historia de Mahmoud Khalil es el tipo de relato que no te deja indiferente, que te empuja a mirar más allá de los titulares. Él es un activista palestino, un estudiante de posgrado de la Universidad de Columbia, que fue arrestado por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y encerrado durante 104 días en una cárcel de Louisiana. Todo esto, según él, por alzar la voz en favor de Palestina.
Imagínate esta imagen: acunas por primera vez a tu hijo recién nacido (de 10 días) mientras te vienen a la mente los recuerdos más duros de tu vida, solo porque el gobierno de turno decidió que tu activismo no encajaba con sus intereses. Esa es la realidad de Khalil hoy. Él lo resume en una frase que me tocó en lo más profundo: “Esto es algo que nunca perdonaré”.

UNA DEMANDA QUE BUSCA JUSTICIA
Ahora, semanas después de su liberación, Khalil no se ha quedado en silencio. Junto con sus abogados, acaba de presentar una demanda por US$ 20 millones contra la administración de Donald Trump, señalando que fue detenido injustamente, procesado con malicia y difamado como antisemita. Esta acción legal incluye al Departamento de Seguridad Nacional (DHS), al Departamento de Estado, y por supuesto, al ICE, todos bajo el argumento de que se violaron sus derechos fundamentales.
El mensaje que quiere enviar es claro: no se va a dejar intimidar por una política de represión. “Están abusando de su poder porque se creen intocables”, dijo Khalil. Y sinceramente, no puedo culparlo por pensar así tras 104 días encerrado y haberse perdido la última etapa del embarazo de su mujer.
DETENCIÓN SIN JUSTIFICACIÓN Y CONDICIONES INHUMANAS
Todo comenzó el 8 de marzo, cuando Khalil regresaba a su casa en Manhattan tras cenar con su esposa, Noor Abdalla. Según relata, fue interceptado por agentes vestidos de civil que no mostraron una orden judicial y parecieron sorprendidos al descubrir que era residente permanente legal. De ahí lo trasladaron, en plena madrugada, a una cárcel en Jena, Louisiana, aislándolo completamente de su familia y abogados.
Lo que vivió ahí fue, como él mismo describe, un infierno: luces encendidas toda la noche, comida que apenas se podía tragar, pérdida de peso, falta de medicamentos. Imagínate pasar semanas sin saber cuándo volverás a ver a tu hijo, sin acceso a tu defensa, y siendo etiquetado públicamente por el gobierno como antisemita, cuando en realidad jamás se le ha vinculado con ningún grupo terrorista. Ni con Hamas ni con nada parecido.
IBA A SER DEPORTADO POR SUS CREENCIAS
Pero la historia se vuelve aún más absurda. Un memorando del Departamento de Estado, firmado por el entonces secretario Marco Rubio, admitía que Khalil no había cometido ningún delito, pero aún así sugería su deportación por sus creencias políticas, por considerar que “socavaban los intereses de la política exterior de Estados Unidos”.
Y es que Khalil ha sido claro desde el principio. Su activismo ha estado centrado en criticar el uso de fondos públicos para financiar lo que él considera crímenes de guerra en Gaza. “Mis creencias son que no quiero que el dinero de mis impuestos ni de mi matrícula se destine a fabricantes de armas para un genocidio”, dijo.
UN DEFENSOR DENTRO DE LA CÁRCEL
A pesar del aislamiento y el dolor, Khalil encontró una forma de resistir desde dentro. Se convirtió en una figura respetada por otros inmigrantes detenidos, ayudándolos con trámites, traducciones y a comprender sus propios procesos legales. Me conmovió saber que, entre todo ese caos, también había tiempo para jugar cartas y compartir historias. “Este fue uno de los momentos más desgarradores”, contó. “La gente que está adentro no sabe si tiene algún derecho”.
UNA LIBERTAD QUE AÚN SE SIENTE INCOMPLETA
Tras más de tres meses de detención, fue liberado por orden de un juez federal que concluyó que el argumento del gobierno sobre su deportación por motivos de política exterior era probablemente inconstitucional. Pero la actual administración no se ha rendido: ahora enfrenta nuevas acusaciones por supuesta “tergiversación de datos personales” en su solicitud de residencia, algo que sus abogados califican de represalias políticas.
Desde su liberación, Khalil ha intentado volver a la vida familiar. Disfruta momentos simples como ver a su hijo Deen nadar por primera vez. Pero todavía vive con miedo: evita multitudes, sale menos de noche y mantiene la guardia alta.

COMPENSAR EL TIEMPO PERDIDO
“Estoy intentando, en la medida de lo posible, compensar el tiempo perdido con mi esposa y mi hijo”, comentó. Al preguntarle si cambiaría algo de lo que hizo, se quedó pensativo. “Podríamos haber tendido más puentes. Pero oponerse a un genocidio, eso no tiene matices. Es el imperativo moral cuando ves a tu gente masacrada minuto a minuto”, añadió.
Khalil ha dejado claro que no busca solo dinero. Está dispuesto a aceptar una disculpa oficial y cambios reales en las políticas de deportación. Pero si eso no llega, su demanda es un intento por establecer una línea: que el gobierno de los Estados Unidos no puede usar su poder para castigar a quienes piensan diferente.
UNA LUCHA QUE NO TERMINA
Lo que vivió Mahmoud Khalil no es un caso aislado. Su historia expone los abusos del sistema migratorio estadounidense, especialmente bajo la administración Trump, y su impacto sobre quienes defienden causas como el movimiento propalestino. ICE, el DHS, y la política exterior estadounidense están hoy bajo la lupa gracias a una demanda que, gane o no, ya ha logrado algo: darle voz a quienes intentaron silenciar.











