
Miguel Ángel López nunca imaginó que pasaría su cumpleaños número 47 separado de sus hijos. Después de casi 30 años viviendo en el Área de la Bahía de San Francisco, fue deportado por ICE el 7 de junio y hoy intenta rehacer su vida en Chimalhuacán, una zona marginada en las afueras de Ciudad de México, mientras su familia permanece en California.
“Nunca pensé que esto iba a pasar, pero estoy tratando de ser fuerte por mi familia”, dice Miguel a ABC7 News Bay Area, desde la casa de su padre, donde ahora vive. Su esposa, Rosa, lo visitó poco después de la deportación. Pero regresar a México no ha sido un reencuentro lleno de esperanza: ha sido una lucha constante por sobrevivir.
Miguel emigró a Estados Unidos en 1996, cuando tenía solo 18 años. Conoció a Rosa poco después, se casaron en 2001 y comenzaron los trámites para regularizar su estatus migratorio. Sin embargo, un error del pasado, haber declarado ser ciudadano estadounidense al cruzar la frontera, arruinó sus posibilidades. Aunque recibió una residencia temporal, esta le fue revocada más adelante.

Durante 17 años, Miguel se presentó religiosamente a sus citas con inmigración. Primero mensualmente, luego cada tres meses, después cada año. Pero en su cita más reciente, el 27 de mayo en San Francisco, fue detenido. “Apenas entré al ascensor, me dijeron que iba a ser arrestado”, recuerda. Fue trasladado a dos centros de detención antes de ser deportado a Tijuana en cuestión de días.
Poco después, un juez federal emitió una orden que podría haber detenido su deportación. Pero ya era demasiado tarde: Miguel estaba fuera del país. La próxima audiencia del caso será el 7 de octubre, y su familia se aferra a la esperanza de que pueda regresar.
Sin empleo y con la amenaza de perder su casa
Antes de ser deportado, Miguel era el único sostén económico de su familia. Trabajaba como soldador certificado en una bodega vinícola, ganando $44 por hora. Ahora, en México, los trabajos similares apenas pagan $3 por hora, lo que no alcanza ni para cubrir sus propios gastos.

“Es muy difícil sobrevivir aquí con lo que se gana, y más si tengo que mantener a mi familia allá”, comenta. Ha buscado trabajos ocasionales, pero sin éxito. Mientras tanto, su esposa Rosa lucha con el temor constante de perder la casa que construyeron juntos en California: “Tenemos nuestra casa, algo por lo que él ha trabajado muy duro. Y tengo miedo de perderla”.
El estrés financiero y emocional ha comenzado a afectarla profundamente. “Hay momentos en los que no me puedo controlar. Trato de ser fuerte frente a mis hijos, pero me derrumbo. No puedo dormir pensando que estamos tan lejos unos de otros”, confiesa.
Para miles de familias como la de los López, la deportación no es solo una separación física: es una fractura emocional, económica y psicológica de la que es difícil recuperarse. Y mientras tanto, Miguel sigue esperando. Porque aunque esté lejos, su corazón aún está en California.

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