El avión aterrizó a las 7 a.m. Estamos en la República Centroafricana, un país en crisis. Como es usual, la luz de la mañana es sublime, pero algo cambió desde mi última visita. Ahora hay 100.000 desplazados durmiendo en el aeropuerto, algunos en el borde de la pista.
Cuando nos bajamos del avión, el ruido del campo es inmediato, como lo es el sonido de los disparos. Miembros chadianos de la fuerza de intervención africana apartaron a la multitud de gente que se había reunido para protestar por nuestra presencia.
Un muerto. Recojo mis maletas, camino una distancia corta y veo a mis colegas, Kathy, Bienvenu y Miguel, usando cascos y chalecos antibalas. “Estamos felices de verte”, dijeron. “Y sobre todo, bienvenido”.
Vamos al hotel, nos bañamos y salimos para una rueda de prensa. En el camino nos damos cuenta de que algo pasa en las principales calles de Bangui.
Arrancamos y somos detenidos en dirección a la salida del norte de la ciudad. En la vía, un grupo de combatientes ‘anti-Balaka’ –algunos de los milicianos cristianos que se levantaron en armas en contra de la rebelión Seleka, que tomó el poder en marzo pasado– nos detuvieron. Están llenos de amuletos de la suerte, alterados; la mayoría son jóvenes.
Nos dicen que están respondiendo a un ataque. Se ven preocupados. Hablan duro y afilan sus machetes. Por la luz del sol, me toma un momento darme cuenta de que un hombre sostiene en su mano el pie de otro. Fue cortado recientemente.
El cuerpo está tirado ahí, desnudo, al lado de la carretera. La cara del cadáver está en una piscina de sangre que es lentamente absorbida por el suelo polvoriento.
Dos muertos. Nos movemos en pasos cortos. La escena se repite con otro cadáver. Un hombre sostiene una mano que fue cortada. En otra, un niño está agitando un pene cercenado. “¡Hemos hecho un buen trabajo!”, grita.
ESCENAS DE HORROR
Tomamos fotos, grabamos. Ese es nuestro trabajo, es para lo que estamos acá, y el horror que estamos presenciando requiere más que unas simples palabras para ser entendido.
Tres muertos. Me doy cuenta de que es mejor dejar de contar. Estoy acá por 15 días y todo esto es relativamente menor si se compara con lo que el resto del país ha tenido que lidiar en los días recientes, cuando una mañana cientos de cuerpos fueron encontrados a lo largo de las carreteras.
Las imágenes son brutales. Un día pasa en estas viles condiciones. Al día siguiente, las manifestaciones antifrancesas, luego enfrentamientos entre un grupo armado y otra fuerza militar, nos mandan de vuelta a la calle.
Nosotros nunca sabemos qué pasa, pero contamos los muertos. Algunas veces son musulmanes, algunas veces son cristianos. Algunos de los cuerpos fueron atados. La gente nos habla de fosas comunes, aunque es muy difícil conseguir acceso para verificar las declaraciones.
Para escribir sobre África Central es necesario poner las cosas en un contexto apropiado y no solo reducir las cosas a un conflicto religioso. He estado acá lo suficiente para saber que las cosas son más complejas que eso.
Les hablamos a todos y nos aseguramos de ser bienvenidos en todos los grupos: musulmanes, cristianos, combatientes, gente que siente la violencia.
UN PAÍS QUE SE VOLVIÓ LOCO
Una tarde, en una patrulla con tropas francesas, veo algo al lado de la carretera, en uno de los barrios sumidos en la oscuridad. Veo conmoción, veo un cuerpo.
Hay llantos de odio y de locura. “Se estaban comiendo a un hombre”, dijo un soldado que tenía gafas de visión nocturna.
Al día siguiente, o quizá un día después, todos estaban hablando acerca del musulmán que se habían comido los cristianos. “¡Vamos a hacer lo mismo con (el Presidente) Djotodia, nos lo vamos a comer!”, dijo un sonriente manifestante antes de que el presidente renunciara.
El tabú más oscuro se rompió. Después de que el presidente dimitió, hay escenas de felicidad en las calles y la gente dispara al aire. Pero no es el final.
¿QUÉ PASA?
La crisis en República Centroafricana (RC) comenzó en marzo pasado cuando una coalición rebelde de mayoría musulmana, los Seleka, derrocó al presidente François Bozizé y lo sustituyó por Michel Djotodia.
El golpe de Estado desencadenó en una violencia interreligiosa entre cristianos y musulmanes, que alcanzó el pico en diciembre con más de miles de personas muertas en 48 horas.
Ante el caos, Djotodia se vio forzado a renunciar y fue sustituido por la ex alcaldesa de Bangui, Catherine Samba-Panza, elegida por el Parlamento.