Las solicitudes de divorcio se amontonaron a principios de año en los registros civiles chinos. El fenómeno no respondía a una crisis nacional amorosa, sino a la inminente entrada en vigor de la ley que obliga a los cónyuges a pasar por un “mes de apaciguamiento” desde que presentan los papeles hasta que empieza su tramitación. La medida busca reducir las rupturas impulsivas y revertir la imparable tendencia al alza: los divorcios han pasado de 1,3 millones desde su legalización en el 2003 a los 4,2 millones del año pasado.
El problema social es serio. Los chinos cada vez se casan más tarde o no se casan y se divorcian más a menudo. Y esas tendencias influyen en la baja natalidad y el envejecimiento demográfico que amenazan la estabilidad social y la economía a largo plazo. El primer ministro Li Keqiang aludió hace pocos días a la falta de nacimientos como uno de los retos más urgentes en la apertura de la Asamblea Nacional Popular o Parlamento chino.
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Y en algunas propuestas se percibe la desesperación. Wu Xiuming, secretario general de un ‘think tank’ especializado en el desarrollo social de la provincia de Shanxi, ha propuesto que se casen los solteros rurales con las solteras urbanas. Al plan no se le puede negar la belleza de la sencillez: China sufre el mayor desequilibrio de género del mundo (114 hombres por cada 100 mujeres), provocado por la política del hijo único y la preferencia del varón en las sociedades rurales. Ello arroja un superávit de 34 millones de hombres que no podrán casarse y cumplir con su confuciano deber de la descendencia por falta de mujeres. Wu solo ve dos caminos: ellas pierden el miedo a vivir en el pueblo o ellos son enviados a las boyantes ciudades tras recibir la formación requerida.
Parejas disparejas
El perfil de la soltería por géneros difiere por la costumbre masculina de buscar acompañantes más jóvenes y con menos educación o ingresos, de forma que quedan desparejados los hombres de baja extracción social y las mujeres más educadas. La mezcla es improbable por más que se insista a ellas que renuncien a los centros comerciales por los bucólicos prados, pasen sus genes privilegiados a la próxima generación y aligeren las presiones sociales.
“Es ridículo que nos vean como simples herramientas para arreglar los problemas demográficos, por suerte todavía tenemos el derecho a decidir con quién estamos y hasta cuándo”, juzga Xiong Jing, veterana en el activismo feminista.
La soltería es un oprobio social en China. Las grandes ciudades tienen parques donde los padres arreglan citas a sus vástagos tras intercambiar información como si fueran figuritas de álbum. El cuadro es más severo para las mujeres, desdeñadas como ‘shengnu’ (algo así como ‘sobrantes’) a partir de los 28 años y con la presión insuperable del tiempo. Entre las victorias reseñables del feminismo aquí figura el orgullo de más mujeres urbanas por consagrar su vida al trabajo y amistades, pero la tradición es aún poderosa en las zonas rurales. “En el campo mandan los recursos económicos: si los tienes, puedes soportar la presión familiar. Pero si no eres independiente, careces de fuerza negociadora”, continúa Xiong.
Ideas más sensatas
Más allá del mes de recapacitación para los divorcios o el emparejamiento de mujeres urbanas con campesinos, la justicia ha dado propuestas más sensatas. Este mes reconoció por primera vez el derecho de una divorciada a recibir una compensación económica por su trabajo en casa. “Quienes asumen el trabajo doméstico sufren devaluación personal, ya que menguan sus aptitudes laborales”, justificaba un abogado en derecho matrimonial. La buena noticia es que el trabajo de ama de casa vale; la mala, que vale poco: la indemnización por cinco años se fijó en 50.000 yuanes (28.300 soles), a razón de 27 yuanes (15 soles) al día.
Ke Li, socióloga especializada en asuntos de mujeres, aplaude que el divorcio ya no estigmatice pero lamenta que las nuevas formas de discriminación. “En la antigua sociedad socialista se reconocía su igualdad en el trabajo, tenían los mismos derechos a la educación gratuita. Pero ahora, con el capitalismo, algunas no son contratadas por miedo a que queden embarazadas y muchos juzgan su valor en función del apoyo económico que reciben de un hombre”, advierte.
Derogación de ley no ha dado frutos
La política del hijo único, introducida en 1979, perfiló el desarrollo económico y social del país más poblado del mundo. El mayor experimento demográfico de la historia fue aprobado dos décadas después de que China sufriera una hambruna devastadora.
Esa política consistía en que muchos ciudadanos chinos –alrededor de un tercio– no podían tener un segundo hijo sin pagar una multa. En las zonas rurales, a las familias se les permitía tener dos hijos si el primero era una niña.
La ley cumplió sus metas: ahorró 400 millones de nacimientos, espoleó la economía y aceleró la erradicación de la pobreza.
Pero el rápido envejecimiento aconsejó su derogación en el 2015, aunque no ha servido para detener la caída de los nacimientos, que en el 2020 registró sus valores más bajos.
La nueva concepción de la familia, la carestía de la vida o las extenuantes jornadas laborales son los factores que hoy explican que los chinos no quieran tener más hijos.
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