La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo no respeta ni los domingos. Al acabar la semana pasada, denuncia ACI Prensa, la policía de Nicaragua detuvo sin motivos al padre Óscar Benavidez. Además, también advirtió a los sacerdotes Erick Díaz y Fernando Calero -a quien le decomisaron la licencia de manejo y otros documentos- que no podían asistir a la catedral de Matagalpa a recibir la imagen de la Virgen de Fátima.
Si a ello se le suma la detención del obispo Rolando Álvarez -quien estuvo recluido en la diócesis de Matagalpa desde el 4 de agosto y hoy fue sacado del lugar a empellones, y está en paradero desconocido- y la necesidad de algunos curas de esconderse -Vicente Martín y Sebastián López, por ejemplo-, valdría preguntarse a qué responde el silencio del Papa Francisco.
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Wilih Narváez, periodista nicaragüense obligado a exiliarse por la represión del régimen, considera que al Santo Padre le falta “contundencia” y “valor”. “No basta únicamente con mandar a un representante a la Organización de Estados Americanos a condenar estas acciones y pedir el diálogo. Hace falta que dé la cara”.
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Narváez se refiere a Juan Antonio Cruz Serrano, observador permanente del Vaticano ante la OEA, quien durante una sesión extraordinaria del Consejo Permanente, declaró:
“La Santa Sede no puede dejar de manifestar su preocupación al respecto, mientras asegura su deseo de colaborar siempre por quienes apuestan por el diálogo como instrumento indispensable de la democracia y garante de una civilización más humana y fraterna”.
El periodista se pregunta si el Papa Francisco estaría dispuesto a viajar a Nicaragua, país que ha prohibido el ingreso a todos los que considera oposición, pero que difícilmente podría cerrarle las puertas al Sumo Pontífice. “En todo caso, el Papa no tiene que tener miedo porque no está en Nicaragua. Y eso que los que sí están allí siguen batallando, alzando su voz”.
Narváez cuestiona: “Hasta ahora, sin que él hable, la dictadura sigue siendo dura. Entonces, no sé qué tanto más severa se podría volver si se pronunciara”.
Y el miércoles, más de 20 exjefes de Estado y de Gobierno -entre los que se destacaron Sebastián Piñera, José María Aznar, Álvaro Uribe y Vicente Fox- redactaron la “Declaración sobre el régimen Ortega y Murillo y la persecución agravada de la libertad de religión en Nicaragua”, en la que exigieron que el Papa Francisco tomara “una firme postura”.
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¿Trabajo en silencio?
Walter Sánchez Silva Saldarriaga, periodista de la agencia católica ACI Prensa, propone una explicación histórica. Lo primero que recuerda es lo sucedido el 31 de agosto del 2020 dentro de la Catedral de Managua, en la capilla de la Sangre de Cristo. Entonces, la imagen de la Sangre de Cristo, que se resguarda y venera en Nicaragua desde 1638, fue calcinada por una bomba que lanzó un desconocido. El Papa calificó el hecho de “atentado”, a pesar de que la dictadura de Ortega y Murillo sostuvo que fue un incendio involuntario.
“Digamos que allí no hubo una cuestión diplomática o de seguridad de la comunidad católica que impidiera una pronunciamiento directo. En cambio ahora la situación es mucho más compleja”, explica Sánchez Silva.
Lo segundo que propone el periodista es tener en cuenta el trabajo del Papa Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial. “Él ayudó a salvar a miles de judíos a partir de una red de sacerdotes y monjas que los protegieron y escondieron. El Santo Padre sabía que si se pronunciaba explícitamente, la violencia podía aumentar”.
En efecto, lo que Sánchez Silva cuenta fue investigado por David Kertzer, autor ganador de un Premio Pulitzer, en el libro “El Papa en la guerra”. Tomando como referencia “archivos estatales de Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña”, Kertzer desmintió a aquellos que, por su silencio, acusaron a Pio XII de ser el “papa de Hitler”.
Incluso la crítica que anota “Los Ángeles Times” -”la Iglesia Católica se enfocó en salvar a los judíos que se habían convertido en católicos o que eran hijos de ‘matrimonios mixtos’, entre católicos y judíos”- da cuenta del interés del Vaticano por cuidar a sus miembros aun sin condenar la situación públicamente.
“Por lo general no se sabe mucho sobre los manejos diplomáticos del Vaticano y es así por cuestiones de seguridad de las personas involucradas. Hasta el momento no se conocen casos de miembros de la Iglesia Católica que hayan muerto por la persecución de la dictadura, pero así como se vienen dando las cosas, todo apunta a que ese será el camino”.
En todo caso, la situación que vive Rolando Álvarez y otras personas, sumado a la expulsión del nuncio apostólico de Nicaragua, Waldemar Stanislaw Sommertag, hacen que el diálogo sea una opción poco viable. El valor para hablar, por lo tanto, no estaría en discusión.
“Cuando la Iglesia Católica quiso ser mediadora en el 2018, el Gobierno simplemente pateó la mesa de diálogo. De hecho, Ortega se ha referido a sus miembros como ‘demonios con sotana’”, dice Sánchez Silva.
Y agrega: “El Vaticano sopesa la coyuntura de Nicaragua con mucho cuidado. Si el Papa no se ha pronunciado puede ser por todo lo anterior o por motivos que no conocemos”.