Nací hace 32 años en El Tambo, distrito de Huancayo. Estudié Antropología en la Universidad Nacional del Centro del Perú y diversos diplomados. Soy cofundadora de Sonqo & Maqui, una empresa social que promueve el desarrollo sostenible.
Flashes, cámaras y más de dos mil rostros extraños, todos centraban su atención sobre la menuda joven que presentaba al presidente Barack Obama y se fundía en un largo abrazo durante la presentación que el mandatario ofreció en la PUCP. Nueve días después de ese momento, Cyntia Paytan sigue asimilando la inolvidable experiencia.
►¿De dónde nació ese deseo de ayudar a los más vulnerables?
Yo tengo una madre super-emprendedora y superenfocada en el trabajo en comunidad. Parte de su filosofía era el ayni, es decir, servir a los demás sin esperar algo a cambio porque el mundo es tan pequeño que en algún momento nos va a devolver todo eso. Además, de pequeña fui scout, de hecho me considero scout de corazón y la filosofía que se maneja es la de vocación de servicio.
►¿Cuándo decidió salir de Huancayo?
En el 2010, cuando me invitaron a ser parte del staff de Emprende Ahora. Fue muy interesante pasar de un grupo de beneficiarios a hacer posible que más jóvenes como yo pudieran interconectarse a escala nacional. Luego estuve en Enseña Perú en el 2011 como joven líder. Mi experiencia ahí fue corta porque no tenía las habilidades necesarias como educadora. Pasé por un proceso de frustración por eso, pero entendí que la vida es un constante caer y levantarse.
► ¿Cuál fue su ‘levantarse’ tras esa caída?
En el 2013 pude ir a Panamá y ahí vi que había un problema de educación y que las empresas estaban queriendo hacer programas de responsabilidad social. Pude cofundar Enseña por Panamá, que tiene el propósito de generar experiencias educativas. Eso me enseñó a curar heridas y entendí que puedes no ser bueno en algo, pero si está la vocación de servicio de por medio puedes realizar todo.
► Entonces su interés siempre ha estado en los más jóvenes, la educación y el desarrollo…
Exactamente. Aunque este año todo cambió cuando recibí la invitación de Emprende Miraflores para un taller de trabajo en equipo con señoras mayores de 60 años. Vinimos primero por seis semanas, luego se extendió a diez semanas y ahora ya vamos a cumplir un año porque vimos un superpotencial en ellas. Todas mis señoras se han convertido en un agente motivador en mi vida gracias a sus acciones.
► ¿Por ejemplo?
Hubo un momento en el que me sentía agotada porque económicamente no estaba funcionando. Pero una de mis señoras, que está enfocada en el teatro, el arte y las manualidades, me llamó para decirme que tenía un cuento para mí. Este, en resumen, comparaba mis ilusiones con orugas y mariposas dejándome claro que no debo dejar de soñar. Como ellas me dijeron, lo pude sobrellevar gracias y junto a ellas.
► ¿Y alguna vez soñó con presentar a Obama?
No como tal. Yo sueño con aportar a mi comunidad y con ello desarrollarme.
► ¿Cómo terminó en ese evento entonces?
Todo empezó con una convocatoria abierta de YLAI (Iniciativas de Jóvenes Líderes de las Américas), uno de los programas del Departamento de Estado de EE.UU. Postulé junto a más de cuatro mil jóvenes de 36 países de Latinoamérica y el Caribe. Nos escogieron a 250, entre ellos 13 peruanos, emprendedores de diversos perfiles.
► ¿Cuándo se enteró de que usted lo presentaría?
Solo dos días antes. Conversé con una representante de la Casa Blanca y me pidió que le contara mi historia de vida. Recién me di cuenta de la verdadera magnitud del evento un día antes, cuando nos pusimos a afinar el discurso y había que poner la parte final.
► ¿Cómo fueron los minutos previos a salir a escena?
Ya había podido practicar muchas veces. Pasé cerca de 50 minutos en el ‘backstage’ y bailé cuando los músicos salieron al escenario [risas]. Fue para relajarme. Los de seguridad me preguntaban si estaba nerviosa o emocionada. No, la verdad es que estaba feliz. Sentía que Obama era mi líder por su sencillez, su humanidad, por intentar ponerse en los zapatos de los demás. Lo conocí antes de salir al escenario y repasamos el texto. Al final él me pidió la hoja, sacó su plumón y yo pensaba que lo iba a corregir. Ahí sí estuve nerviosa. Pero al final me la devolvió y estaba firmada.
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