Natalia La Falce, con su flamante título en las manos.
Natalia La Falce, con su flamante título en las manos.
/ SEBASTIAN SALGUERO
La Nación de Argentina / GDA

Esta historia arranca en Twitter. El domingo pasado, a las 22.52, Natalia La Falce, una joven de 27 años, escribió en su cuenta de esa red social: “Mis últimos 9 finales los rendí haciéndome quimio. Hoy, estoy a 3 días de recibirme. Esto es mucho más que un título. Es el premio a no haber bajado los brazos, aún cuando sólo quería dormir. A un pasito de lograrlo”.

Simplemente, necesitaba tipearlo, sacarlo de adentro, compartirlo. Pero, como pasa muchas veces en las redes, su mensaje tuvo un alcance que no podía imaginar. Acumula casi 40 mil me gusta y más de 1400 comentarios. “No esperaba ningún tipo de repercusión. Lo subí en un momento de emoción, de recordar todo lo que me había pasado mientras estudiaba. Entendí que estaba por lograr algo que deseaba muchísimo y a lo que le había puesto muchas ganas y esfuerzo”, cuenta Natalia.

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La historia detrás de ese tuit arrancó cuatro años antes, cuando Natalia estaba inmersa en una relación violenta y, a esa pesadilla, se sumó otra: el diagnóstico de una enfermedad por la que necesitaría recibir quimioterapia durante seis meses. En ese contexto, asegura que la facultad fue lo que la salvó: una tabla firme que, junto al apoyo de su familia y amigos, le permitió salir a flote en medio del maremoto.

¿Por qué cree que aquel tuit de 215 caracteres tuvo ese alcance? “Hay mucha gente que pasó o está pasando por lo mismo que yo, y al entender lo difícil que es atravesar un tratamiento así, les da más fuerza para seguir adelante y saber que se puede. Entre tantas cosas sin sentido que se escriben en Twitter, una historia así sorprende”, reflexiona.

“El golpeador te pega física y mentalmente”

Natalia se crio en General Pinto, un pueblo bonaerense donde viven unas 7.000 personas. Es la más chica de tres hermanos, los mayores son Francisco (31) y Luisa (28). Su mamá, Marisa (52), tiene un local de ropa. Su papá, Germán (56), trabaja en el sector inmobiliario.

Cuando terminó la secundaria, se mudó a Córdoba para estudiar. Primero, hizo Periodismo Deportivo y después la licenciatura en Comunicación Institucional en la Universidad Nacional de Córdoba, que es la carrera de la que se recibió este miércoles.

En medio de esos años, desde sus 23 hasta ya cumplidos los 24, estuvo en pareja con un hombre que la violentó de todas las formas posibles. “El golpeador es una persona que te manipula y pega no solo físicamente, sino mentalmente, que es más doloroso todavía. Busca la manera de hacerte sentir débil y de que pienses que sin él no vas a ser feliz −subraya la periodista−. Mis papás me querían sacar de esa relación, pero es re difícil salir. Lo primero que te pregunta la gente es: ‘¿cómo te vas a quedar ahí?, ¿cómo dejás que te pegue?’, pero te va manipulando tan de a poco que no te das cuenta”.

Ella dejó el departamento que compartía con su hermana para mudarse con su entonces novio y, como suele ocurrir con las violencias de género, el espiral fue in crescendo. Pedirle la contraseña de sus redes sociales o revisar su celular, hacerla dejar de seguir a gente en Instagram o los comentarios despectivos sobre su cuerpo y su familia, fueron solo el comienzo. Después, empezaron los golpes.

“Nunca me voy a olvidar del ruido que hacían mis huesos cuando me pegaba. En ese momento, lo único que hacía era taparme la cabeza, quería aislarme. Estaba sufriendo y haciendo sufrir a las personas que me querían”, detalla Natalia. Y agrega: “Mi ex me alejó de mi familia, de mis amigos y de muchos otros lados, pero no de lo que yo quería ser como profesional. La facultad fue mi cable a tierra”.

Natalia junto a su mamá, Marisa, ingresando a la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba, donde se recibió esta semana.
Natalia junto a su mamá, Marisa, ingresando a la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba, donde se recibió esta semana.
/ SEBASTIAN SALGUERO

El diagnóstico que cambió todo

En ese contexto, durante un control médico la joven recibió un diagnóstico inesperado: tenía una enfermedad trofoblástica de la gestación, una condición que comprende un grupo de patologías en las que se forman células anómalas en el interior del útero. Dentro de ese abanico, la mola hidatiforme, que era lo que tenía Natalia, es la más común. En algunos casos, no se presentan complicaciones, pero en otros puede haber algunas graves, entre ellas una forma de cáncer poco frecuente que requiere un tratamiento temprano.

“Te lo voy a explicar con mis palabras: lo que tenía era un conjunto de células en el útero que crecen cada vez más y más y hay que sacarlas rápido. Podía despedirlas de forma natural cuando me indispusiera; sino, iban a tener que hacerme una intervención”, cuenta. Así fue. Unas semanas después, pasó por dos operaciones y como los análisis siguientes mostraban que esas células seguían reproduciéndose, le dijeron que iba a necesitar quimioterapia. “Le pasa a una de cada 7.000 mil personas”, explica.

El diagnóstico gatilló en ella algo que le cuesta poner en palabras. El fin de semana que siguió a la noticia y como el domingo era el Día del Padre, le dijo a su pareja que se iría al pueblo con su familia hasta el lunes. “Agarré mis libros de la facu, que para mí eran lo más importante, la compu y algo de ropa. No volví nunca más”, cuenta. “Ahora digo qué loco, si no me hubiese pasado lo de la enfermedad y no hubiese dejado a mi ex, hoy podría estar muerta”. Cree que su cara, tal vez, terminaba en las noticias como un femicidio más.

“Solo me levantaba para cursar”

En julio de 2020, en General Pico y acompañada por su familia, comenzó con la quimio. “Duró seis meses, hasta diciembre, y fue a través de inyecciones. Me las ponían día por medio. En total fueron 46 y muy fuertes. Es un tratamiento invasivo, pero había que combatir la enfermedad”, describe. Todos los miércoles le hacían análisis de sangre (iba siempre acompañada por su mamá, porque Natalia le tiene pánico a las agujas) y los viernes visitaba a su oncólogo.

El cansancio que sentía por el tratamiento era extremo y había días en que no podía levantarse de la cama. “Estuve seis meses a té y tostadas porque el hígado lo tenía re inflamado y no podía digerir nada. Tenía mucha gastritis”, cuenta.

Tras el diagnóstico, la primera decisión, la fundamental, fue seguir con la facultad, cursando y rindiendo exámenes.
Tras el diagnóstico, la primera decisión, la fundamental, fue seguir con la facultad, cursando y rindiendo exámenes.
/ SEBASTIAN SALGUERO

En esos momentos de oscuridad, trató de no pensar “por qué me pasa todo esto a mí”, sino de pararse desde otro lugar: “qué puedo hacer”. La primera decisión, la fundamental, fue seguir con la facultad. Como era época de pandemia y todo era virtual, desde la casa familiar en General Pinto podía darle continuidad. El esfuerzo, con la quimio en marcha, era descomunal. “Solo me levantaba para cursar y me volvía a acostar”, recuerda.

Por otro lado, al principio, cuando la gente le preguntaba por qué había terminado su noviazgo, ella no daba detalles. Solo su familia y unas pocas personas sabían el infierno por el que había pasado. “Después entendí que si lo contaba podía salvar a otra mujer, evitar que alguien más pase por lo que yo pasé. Así que mientras hacía el tratamiento fui a hacer una denuncia a la comisaría de mi pueblo”, dice.

Llevó varias fotos: un registro de todas las marcas que durante ese año el violento había dejado en su cuerpo, además de mensajes de texto que explicitaban las amenazas, la manipulación, el terror al que vivía expuesta. “Me dijeron que como en ese momento yo no tenía golpes, lo único que podían hacer era ponerle una perimetral que le prohibía acercarse a mí, pero nada más. Eso me re dolió, porque denunciar cuesta un montón”, asegura.

Hoy la joven sueña con trabajar como periodista en Córdoba capital, la ciudad donde vive.
Hoy la joven sueña con trabajar como periodista en Córdoba capital, la ciudad donde vive.
/ SEBASTIAN SALGUERO

“Sola no se puede”

Durante los meses de su tratamiento, una vez por semana, Natalia viajaba con su mamá desde General Pinto hasta Lincoln, unos 40 kilómetros, a ver a su oncólogo. Por las restricciones de la cuarentena, necesitaban un permiso especial para circular y debían pasar al consultorio de a una. Entraba primero su mamá y luego Natalia. “A ella le decían cómo iban los resultados de mis análisis y, cuando salía, de solo verla yo sabía si estaban mal o bien”, cuenta la joven.

Anteayer, cuando Natalia presentó su tesina y salió de la facultad siendo licenciada, su familia la esperaba en la puerta.

−¿Y? −le preguntó su mamá mientras se acercaba.

−Me recibí −le dijo Natalia, y se largó a llorar.

Se abrazaron. “Con ese ‘¿y?’ de ella, me acordé de cuando me dio la noticia de que no tenía que seguir más con la quimio y me dijo: ‘Ya está’. Ahora, en vez de salir juntas del consultorio, salíamos de la facultad. Lloré mucho, pero esta vez las lágrimas eran de alegría”, reconstruye Natalia.

Con Marisa, su mamá, apoyo incondicional junto a su padre y hermanos.
Con Marisa, su mamá, apoyo incondicional junto a su padre y hermanos.
/ SEBASTIAN SALGUERO

Pensó en todo lo que habían atravesado como familia para llegar a ese punto. En el apoyo de sus padres, hermanos, amigos y equipo médico (oncólogo, nutricionista, psiquiatra y psicólogo, entre otros). “Sola no se puede”, asegura. Y en esa frase no habla exclusivamente de atravesar una enfermedad como el cáncer, sino también de la violencia de género.

“Es importante que quien lea esto y esté pasando por algo similar entienda que es fundamental pedir ayuda. Siempre va a haber alguien que te va a escuchar. No hay que esperar, como esperé yo hasta que me enfermé. Hablar a tiempo es clave, porque después puede ser tarde. Un minuto puede cambiarlo todo, porque un golpe te puede matar”, enfatiza Natalia.

Su tuit del domingo pasado fue una explosión impensada. Le escribieron no solo personas desconocidas, sino muchas que la habían visto crecer en el pueblo. “No puedo creer todo lo que crecí en este tiempo y lo diferente que estoy, lo cambiada, lo madura”, dice Natalia. Después de mucho acompañamiento psicológico, en marzo de este año volvió a Córdoba capital. Hoy vive sola y busca trabajo de lo que ama: el periodismo. Escribir es su motor, lo que más disfruta.

“Ahora sigo con controles de rutina. Al principio me hacía análisis de sangre todas las semanas, después cada 15 días, luego cada cada mes y ahora cada tres meses. En total son tres años de tratamiento: me queda uno”, cuenta.

Sobre su futuro laboral, detalla: “Como se me está haciendo muy complicado conseguir trabajo como periodista, que es lo que más quiero, mientras empecé con un emprendimiento y vendo accesorios. Pero siempre voy por más. Mi objetivo es seguir estudiando y ahora quiero formarme como community manager porque en las búsquedas laborales veo que es bastante solicitado”. Y concluye: “Lo que a mí me gusta es estudiar, aprender y escribir”.

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