Queda claro que en lo concerniente a las elecciones municipales el acuerdo tácito será más o menos así: los candidatos harán como si realmente les interesara ser alcalde de Lima y nosotros haremos como que les creemos eso.
La realidad es otra, obvia y profunda como uno de los baches históricos de la ciudad. Para ellos la municipalidad es un perfecto trampolín olímpico. Su tablón flexible apunta directamente a esa piscina de oportunidades, incluida la de liderar una organización criminal, que es la Presidencia de la República.
Hace apenas dieciséis meses los tres punteros a la alcaldía de Lima eran entusiastas candidatos presidenciales. Prometedores compulsivos que sabían cómo resolver los males nacionales y decían estar aptos para el reto.
¿Qué revelación les hizo vislumbrar que su destino no era gobernar un país sino dedicarse a la seguridad ciudadana, al tráfico y a los parques y jardines? Ninguna.
Lo que cambió drásticamente fueron sus probabilidades de acceder al poder. La degradación de sus aspiraciones no se explica en sus competencias, sino en la estrategia. Las elecciones son un Las Vegas al revés, donde la casa siempre pierde.