
¡Muy buenos días!
En las últimas semanas el discurso de la presidenta Dina Boluarte ha oscilado entre los ataques a sus críticos y a quienes la investigan, la victimización y algunos fallidos intentos por sonar graciosa. La mandataria trata de proyectar la imagen de una mujer trabajadora que es el injusto blanco de una despiadada venganza judicial. Sin embargo, de lo único que ha logrado convencer a la opinión pública es de que, definitivamente, chistosa no es.
Esta semana, comparó su situación con la de la exalcaldesa de Lima Susana Villarán, procesada por corrupción. Dijo que a la antigua lideresa de Fuerza Social “no le rompieron su puerta a pesar de que ella misma reconoció haber recibido millones de la corrupción”. Villarán es acusada de graves delitos, como colusión, lavado de activos y organización criminal, entre otros, por haber recibido dinero de empresas brasileñas. Tuvo además una pésima gestión al frente de la Municipalidad de Lima. Pero sus pecados no hacen santa a Boluarte y su situación no se compara con la de la presidenta. A la exburgomaestre sí le allanaron sus inmuebles y si no le rompieron la puerta fue porque seguramente sí le abrieron el portón a los fiscales y policías que acudieron a los operativos. La estrategia de compararse con un personaje tan negativo y rechazado para ganar la empatía de la gente no funcionó en este caso. Lo que Boluarte omitió es que, gracias a una ley del Congreso que no fue observada por su Gobierno, el juicio oral contra Villarán aún no puede iniciarse.
Días antes, calificó a las investigaciones que le han abierto en la fiscalía como “carpetas de circo” y dijo que el sistema de justicia peruano da “vergüenza” en el extranjero. No sabemos si ese sentimiento de vergüenza es real o imaginario pero lo que sí es seguro es que una presidenta atacando a las instituciones de su país no es precisamente un motivo de orgullo nacional.
La estrategia del discurso confrontacional debe haber sido elaborada por alguna mente brillante palaciega. Ante la falta de resultados del Gobierno en la lucha contra la delincuencia, lo mejor es desviar la atención hacia la fiscalía y el Poder Judicial y reforzar la narrativa de que estas instituciones “sueltan a los delincuentes”. Pero una cosa es insistir hasta el cansancio con un mensaje, bien o mal elaborado, y otra muy distinta que este logre convencer al público hacia el que va dirigido.
Hasta la próxima semana.