Pedro Cateriano

El gran escritor, lúcido ensayista y perspicaz periodista fue un infatigable defensor de la libertad a lo largo de su fructífera vida intelectual; en toda Iberoamérica, pero, principalmente, en favor de su país, . Desde muy joven enfrentó a la criminal dictadura que implantó en la isla Fidel Castro y que gracias a sus secuaces aún sobrevive, luego de 64 años.

Carlos Alberto formó parte de la diáspora de Cuba, que es parte esencial de su historia y que ayuda a entender el drama de millones de personas que son oprimidas y perseguidas por sus ideas y a las que se les violan sistemáticamente sus derechos humanos, como sucede hoy en Venezuela o Nicaragua.

En su libro de memorias, “Sin ir más lejos”, nos recuerda permanentemente su pasión y dolor por Cuba y, sobre todo, comparte el sueño de su vida: verla libre. “No recuerdo un solo día en el que esa isla no hubiera estado presente en mí de alguna forma”, nos cuenta a manera de confesión. Por eso, desde el exilio, siempre dio la batalla por la libertad de su pueblo.

Su labor, como escritor y periodista, fue el fiel reflejo de un hombre de convicciones democráticas y de acción política. Su talento, que pronto se transformó en fama, lo convirtió en un ícono de la defensa de la libertad en Iberoamérica. Artículos brillantes publicados en numerosos diarios, decenas de informados y sugestivos libros, disertaciones multitudinarias y entretenidas en universidades o foros de toda índole, además de agudos programas de televisión, son prueba fehaciente de esta afirmación.

Pero lo que siempre admiré en él fue su capacidad y agilidad como expositor. Magistral. Con su arraigado y característico dejo cubano, era a la vez un provocador y un pedagogo de la palabra. Lo difícil de comprender lo hacía fácil de entender. Así lo conocí cuando vino al Perú a apoyar la candidatura presidencial de su admirado amigo Mario Vargas Llosa y a participar como expositor en el congreso “La revolución de la libertad”, que se organizó en Lima con destacados liberales. Ahí nació nuestra amistad. Él era un magnífico e ilustrado conversador, además de fino cultor de las relaciones personales, al igual que su esposa Linda.

Primero lo frecuenté en Madrid y luego en Miami, donde pasó gran parte de su vida. Desde allí encabezó la más feroz arremetida contra el comandante Castro. Era una persona generosa y con gran sentido del humor. Siempre cuidó su salud. Recuerdo que una vez, caminando por Miraflores, me pidió llevarlo a una farmacia porque quería comprar pastillas de uña de gato. Algo que –me confesó– hacía cada vez que nos visitaba. Nunca imaginamos que más tarde le aquejaría la rara y cruel enfermedad que acabó con él, parálisis supranuclear progresiva, que le impidió leer y escribir. Sus dos grandes pasiones.

Tuvo la deferencia de escribir un artículo –que fue publicado en los numerosos diarios en los que colaboró– cuando salió la primera edición de mi libro “El Caso García” (1994). Siempre tenía información de primera mano sobre cualquier tema de la diversa y siempre volátil política iberoamericana. Nuestras últimas conversaciones fueron sobre la caótica política peruana. Siguió –casi como un peruano más– las gestiones de Alan García, Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y también la de Pedro Pablo Kuczynski. Y nunca entendió cómo optamos –según él– por el “suicidio” y elegimos como presidente a Pedro Castillo.

Fue un prolífico y laborioso escritor. Publicó 25 libros. En varios de ellos, se ocupó de la compleja historia latinoamericana. Se puede afirmar, sin exagerar, que su conocimiento político de la región lo acrecentó porque fue un viajero frecuente y un activo participante de eventos internacionales.

Para la oprobiosa dictadura cubana, Montaner fue un terrorista y un contrarrevolucionario. Agente de la CIA y también un periodista enmascarado. Calificativos propios de un régimen totalitario y facineroso, usados a lo largo de décadas para tratar de amedrentarlo. Pero Carlos Alberto nunca se rindió. Nunca.

No exagero al decir que la conducta cívica de Montaner fue heroica. Fue un cubano ejemplar en la defensa de los derechos humanos. Vio morir a Fidel Castro (a quien, como dijo Mario Vargas Llosa, “no lo absolverá la historia”), pero no pudo ver que su sueño de una Cuba libre se concretara.

La partida de Carlos Alberto deja un vacío difícil de llenar. Ocurre, además, en un crítico momento en el que la casi totalidad de la izquierda latinoamericana (liderada por los presidentes Lula de Brasil, López Obrador de México y Petro de Colombia) encubre impúdicamente a la longeva y delictiva tiranía cubana, ante la notoria indiferencia de la comunidad internacional. Pero seamos optimistas, como él. Acaso nosotros veamos hacer realidad su sueño: una Cuba libre. “Su labor, como escritor y periodista, fue el fiel reflejo de un hombre de convicciones democráticas y de acción política”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Pedro Cateriano Expresidente del Consejo de Ministros