Kendall Ciesemier

Hace 30 años, cuando mi madre estaba embarazada, una ecografía sacó a la luz anomalías preocupantes: los órganos del feto estaban mal organizados. El médico le dijo que esta condición estaba relacionada con una amplia variedad de discapacidades que podrían causar la muerte del bebe durante el nacimiento. Le dijo que podía optar por un . Quería que ella conociera sus opciones.

Mis padres tenían un buen seguro médico, un ingreso estable y un sólido sistema de apoyo. Optaron por continuar con el embarazo. Unos meses más tarde, nací yo, en medio de una multitud de médicos que me esperaban para evaluar mi condición y tratarme. Tuve la primera de mis muchas cirugías importantes a las ocho semanas. Mis padres se iban a dormir todas las noches rezando para que pudiera tener otro cumpleaños.

Dos trasplantes de hígado e innumerables intervenciones después, soy una mujer de 29 años en edad reproductiva. Pero con de la Corte Suprema de los que anuló el derecho constitucional al aborto en el país norteamericano, está claro que no tendré la misma libertad para tomar decisiones sobre mi propio cuerpo que tuvo mi madre.

A pesar del hecho de que quienes se oponen al aborto defenderían mi “vida” discapacitada en el vientre de mi madre, las leyes que han impuesto en todo el país ahora ponen en peligro mi vida y la de otras personas discapacitadas y con enfermedades crónicas al obligarnos a llevar un embarazo hasta el final, incluso con los riesgos que implican para nuestra salud.

Quienes somos discapacitados y pro-aborto a menudo nos enfrentamos a la confusión y la contradicción. Esta no es una conversación fácil. Argumentar a favor del derecho a elegir no es lo mismo que argumentar a favor del aborto de los fetos discapacitados; si lo fuera, no estaría a favor del aborto.

A quienes se oponen al aborto les gusta usar a los discapacitados para apoyar sus políticas. Para ser honesta, a veces funciona conmigo. Siento mucha furia porque el valor de las personas con discapacidad a menudo es pasado por alto o ignorado.

Al invocar una historia sobre la valoración de la discapacidad, los anti-aborto pretenden conectar el aborto con la oscura práctica de la eugenesia, o la eliminación sistemática de rasgos desagradables en una población para lograr la supremacía genética. Si pueden comparar la interrupción de un embarazo por una anomalía fetal con un genocidio, podrían comparar su defensa con la protección de las vidas de los discapacitados. Sin embargo, olvidan que el embarazo puede poner en peligro a las personas discapacitadas. Eliminar el acceso al aborto no es proteger nuestras vidas; es ponerlas en peligro.

Al crecer en un pueblo conservador, me familiaricé con este argumento: “Nadie debería abortar, incluso si hay algún problema con el bebe”. “Kendall, eres un milagro. Seguramente, estás feliz de estar viva”. A pesar de que estoy firmemente a favor del aborto, mi discapacidad se ha usado como argumento en contra.

Lo que no se entiende es que los fetos discapacitados crecen y se convierten en personas discapacitadas con sus propias necesidades reproductivas. En algunos casos, estas necesidades incluyen el acceso al aborto, que es tan importante para nuestro bienestar como las ayudas para nuestra movilidad, las cirugías y los medicamentos.

Tomen como ejemplo mi caso: el embarazo en aquellos que hemos recibido trasplantes de órganos es un esfuerzo de alto riesgo. Si decido quedar embarazada algún día, mi embarazo deberá ser cuidadosamente supervisado. Muchos receptores de trasplantes y muchos otros que viven en condiciones de salud crónicas toman medicamentos que tienen efectos irreversibles y negativos en el feto y, en el caso de un embarazo no planificado, necesitarían acceder a un aborto. El embarazo también puede amenazar nuestros órganos trasplantados.

Incluso en los estados en los que el aborto sigue siendo legal en el caso de una situación que ponga en peligro la vida de la madre, aquellas situaciones que constituyen una amenaza para la vida son limitadas. Por ejemplo, es probable que el cáncer no sea lo suficientemente amenazante como para justificar la interrupción de un embarazo. El sangrado podría serlo, pero los médicos y los hospitales tendrán que hacer primero una llamada para consultarlo con sus abogados. Luego está esa cruel verdad que las personas discapacitadas conocen mejor que la mayoría: que su salud puede verse afectada de manera tal que altere su vida sin causar aquello que los médicos llaman “muerte inminente”.

La pérdida del acceso a un aborto legal ha alterado por completo mi proceso de decisión para tener hijos. Ha magnificado tanto el peligro de quedarme embarazada como mi miedo. Es profundamente irónico que las personas que decían que luchaban para defender mi derecho a existir ahora amenacen mi derecho a sobrevivir.

Estas acciones no buscan respetar nuestras vidas. Buscan controlarlas. Lo que necesitan las personas con enfermedades crónicas y discapacitadas es verdadera autonomía para tomar las decisiones de atención médica adecuadas para ellas. Es lo que todos merecemos.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Kendall Ciesemier es escritora. Esta es una columna especial de The New York Times

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