La semana pasada dediqué esta columna al tema de la larga crisis política nacional, sus efectos y las no fáciles soluciones. A solo días de las elecciones regionales y municipales, sostengo que la crisis política es tan o más grave en los niveles subnacionales.
El hecho de que las autoridades municipales y provinciales no sean designadas a dedo, sino por elección popular, es un legado de Fernando Belaunde Terry en su primer gobierno. En cambio, a nivel regional ocurrieron por primera vez en el primer gobierno de Alan García y fueron reestablecidas por Alejandro Toledo.
De hecho, con Toledo, no hubo ningún proceso de regionalización serio, que habría llevado a tener unas seis o siete macrorregiones. Lo que se decidió –para no pelearse con nadie– fue que todos los departamentos fueran regiones y hasta los pequeñísimos Tumbes, Tacna y Moquegua, ostenten ese título. A sus jefes electos se les llamó presidentes regionales, hasta que el Congreso, en el 2015, se atrevió a hacer una “gran reforma” –a una regionalización a todas luces fallida– cambiándoles el nombre por gobernadores.
¿Pueden los gobernadores convertirse en un bloque político importante, sea de apoyo al Gobierno o de oposición?
De apoyo, imposible. Los “castillistas” lo intentaron con dos proyectos y no lograron inscribir ninguno. Y para un bloque opositor tendría que darse que un partido nacional o varios afines venciesen en un número significativo de regiones. Solo el Apra lo consiguió en la primera oportunidad, ganando en 14 regiones. En el 2006 su presencia se redujo a dos regiones. Hace ya más de 15 años, la hegemonía de los movimientos regionales era casi total y los partidos nacionales habían dejado de tener alcance en todo el país.
Desde entonces, lo que hemos tenido son resultados fragmentados, con pocos partidos nacionales logrando victorias y una mayoría de los elegidos provenientes de los movimientos regionales. Estos no han tenido un protagonismo colectivo en la escena política nacional e incluso muy pocas veces lo han intentado. La iniciativa del gobernador regional de Cusco de unir a sus pares pidiendo elecciones generales adelantadas como solución a la crisis política no tuvo impacto.
Veamos qué pasa con la nueva camada. Me inclino a pensar que algo muy parecido. La consultora V&C analizó en el partidor la presencia regional de los cinco partidos que han presentado más candidaturas: Alianza para el Progreso, Somos Perú, Fuerza Popular, Acción Popular y Perú Libre. Ninguno tiene presencia en todas las regiones y solo en La Libertad están los cinco.
Alianza para el Progreso ha puesto toda su carne en el asador llevando a Cesar Acuña como su candidato en La Libertad, tratando que un resultado favorable mejore su imagen a nivel nacional.
Perú Libre no las tiene todas consigo. No ha presentado candidatos en la Cajamarca de Pedro Castillo, ni tampoco lo ha hecho el Movimiento de Afirmación Social (MAS) de ‘Goyo’ Santos, hoy preso por corrupción, que dominó, desde la izquierda radical, la política cajamarquina por una década.
El partido de Cerrón tampoco está presente en bastiones izquierdistas como Apurímac, Ayacucho y Huancavelica. Asimismo, según encuestas locales (menos confiables que las nacionales), en Cusco su candidato no está entre los tres favoritos y en Puno no encabeza las encuestas. Y en Junín, donde se fundó, Perú Libre no presenta candidato.
En los comicios provinciales y municipales la hegemonía de los movimientos regionales es incluso mayor. Recuerden que en elecciones previas incluso podían participar, a su nivel, movimientos provinciales y distritales. Esto se eliminó para evitar la total feudalización política del país, pero no es frecuente que el mismo movimiento regional tienda a ganar en los tres niveles.
Los partidos políticos nacionales distan mucho de tener una presencia en todas las regiones. De hecho, para las elecciones municipales –según la referida consultora– el que más candidatos ha presentado es Alianza para el Progreso, en 138 de las 195 provincias y en 1.012 de los 1.845 distritos, pero, claro, una cosa es postular y otra, ganar.
Por su lado, el electorado ha respondido incluso con más indiferencia que en elecciones anteriores. Predominan las personas que tienen poco o ningún interés. No se conoce bien a los candidatos y sus propuestas tienden a ser de un nivel de irrealidad solo equivalente al de su ambición. Como es costumbre, las decisiones de voto se tomarán en los últimos días o en la cola de votación.
Siempre habrá excepciones, pero no es muy difícil saber que la mayoría de las gestiones serán malas, que serán duramente criticadas y desaprobadas. Especialmente por los disfrazados de voceros “auténticos” de la población (los frentes de defensa, el caso más conocido) que, con los mismos perfiles que los anteriores, aspirarán a ser sus sucesores.
Pronto tendremos también el desfile de destapes, señalando a gobernadores y alcaldes que, en lugar de servir a su pueblo, se dedicaron a enriquecerse. Se repetirán los usuales llamados a la reflexión al electorado, reclamando por qué se votó tan mal, echándoles la culpa de la continuidad de un sistema político podrido que año a año se trata de cambiar, pero continúa vivito y coleando.