Esta semana tuve el honor de participar en la II Macrorrueda de Negocios de la Alianza del Pacífico (AP) en Puerto Vallarta, organizada por Pro México con apoyo de las otras tres agencias de promoción comercial de la alianza (Pro Chile, Prom-Perú y Proexport de Colombia). Fue para mí un sueño hecho realidad ser testigo de la pujante interacción comercial entre más de 180 compradores –entre ellos, 27 compradores de China, Japón y Corea– y casi 280 proveedores: pequeñas y medianas empresas de los cuatro países miembros.
En dos días se realizaron alrededor de 3.800 contactos comerciales y se llegó a cerca de 185 millones de dólares en ventas probables, muchas de ellas a través de contactos que se realizaban por primera vez; el monto de negocios esperado más que duplica lo conseguido en la primera macrorrueda que se realizó en Cali, Colombia. El próximo año le tocará al Perú ser el anfitrión y estoy convencida de que seguirán superándose los montos de negocios generados y la participación por parte de empresas de nuestros países. La delegación peruana era numerosa y todos habían logrado buenos contactos y posibilidades de negocios. Por ejemplo, un empresario peruano propietario de una pequeña empresa se me acercó muy feliz contándome el reto que significaba para él poder cumplir el pedido que había recibido y que para ello se iba a multiplicar con el fin de cumplir el compromiso. En general, se vivía una animada comunión entre personas de negocios que, sin contar con este marco de integración profunda, quizás jamás hubieran pensado en el mercado de los cuatro países socios como una posibilidad.
Y es que fue así como fue pensada la Alianza del Pacífico cuando en sus pinitos, allá por el 2006, fuera convocada por el presidente García (llamándose entonces Arco del Pacífico) y me tocó hacer el esfuerzo para el diseño inicial del proceso. En aquel entonces se buscaba que todos los países con costa en el Pacífico trabajáramos en una integración profunda y dinámica, proyectándonos hacia el Asia como un mercado de destino. Este esquema no avanzó al ritmo esperado y fue así que, también por iniciativa del Perú, en el 2010 se invitó a los países más dinámicos en el proceso, con más libertad comercial y dispuestos a generar más apertura y cooperación entre nosotros para que nos uniéramos en lo que hoy se llama Alianza del Pacífico, viendo la luz oficialmente en abril del 2011.
Desde esa fecha, la AP ha tomado un ritmo de acciones que sorprende a propios y ajenos, muchos de los cuales participan como observadores y varios ya han planteado su voluntad de adhesión como Costa Rica. El Deutsche Bank lo acaba de poner de ejemplo como un TLC de nueva generación, que congrega a las economías de más rápido crecimiento en América Latina, que juntas forman un PBI de 2 billones de dólares y un mercado conjunto de 200 millones de personas, más que la nación más grande de la región, y representan más del 50% del comercio de América Latina. Todo ello atrayendo a más del 50% de los flujos netos de inversión directa extranjera de la región, gracias a su gran apertura y participación en muchos acuerdos comerciales. La proyección al Asia de este naciente bloque es natural: tres de los cuatro países participantes son miembros del APEC y participan también del proceso de negociación del Acuerdo Transpacífico (TPP) y tienen niveles de comercio crecientes con el Asia.
Este espacio no es un foro político, es más bien pragmático y con fines económicos, busca que a través del intercambio de bienes, servicios, capitales y personas se acreciente nuestra integración también en otros ámbitos y se mejore el bienestar de los ciudadanos de nuestras naciones a través de la generación de empleo. De hecho, la experiencia de estas pequeñas y medianas empresas en esta macrorrueda señala estas ricas posibilidades. El proceso de toma de decisiones al más alto nivel es además sorprendente y muy ejecutivo. En cada reunión presidencial se va con una agenda muy concreta de compromisos que se obligan a revisar y comprobar su cumplimiento en la siguiente. Fue así como se aceleró el proceso de desgravación de manera inmediata al 92% de las partidas, la eliminación de visas, la interconexión de nuestras ventanillas únicas de comercio exterior y muchas herramientas de facilitación del comercio y de las inversiones.
El reciente anuncio, en la reunión de presidentes de Puerto Mita, de la participación de México en el Mercado Integrado de bolsas (MILA) es otro triunfo que promueve el desarrollo del mercado de capitales en nuestra región y con ello las posibilidades de financiamiento a menor costo y riesgo para nuestras empresas. Entidades multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han acompañado y apoyado este proceso también desde el inicio en diferentes acciones, como, por ejemplo, en la implementación de actividades de promoción conjunta de exportaciones y de atracción de inversiones, entre otras.
México, Chile, Colombia y el Perú, más aquellos países que se quieran unir a este proceso, como es el caso de Costa Rica, tienen en la AP una ventana de oportunidad para profundizar su integración y llegar a los mercados emergentes como el Asia, así como para dar un salto importante en los niveles de bienestar generados por su unión. No cabe duda de que tienen muchos retos por delante, sobre todo aumentar su productividad y diversificar sus productos con calidad, reducir los costos de transacción y logísticos que les restan competitividad, armonizar sus sistemas fiscales y muchas de sus reglas internas para facilitar el flujo de capitales y las inversiones, entre otros; pero estoy convencida de que la cooperación y el intercambio de experiencias, más la decisión política, nos permitirán ver los frutos de este caso único de integración en las Américas y quizás el mundo.